CAPÍTULO 12: Mike

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Cuando Ceci me confesó que se marchaba, me entristeció, pues llevábamos un año juntos. Me encantaba su manera de ser y estaba a gusto con ella. Pero pese a ello, no podía reemplazar a Paula. No la quería como a ella, aún dudaba de si la quería. Por eso mi reacción no fue tan fuerte como debería haber sido y Ceci se dio cuenta. Pero no me dijo nada.

Ella me miraba apenada, se iba y eso significaba el fin. Sabía que Ceci me quería, y creo que ella intuía que yo no la quería igual, pero hasta ese momento no me había percatado de ello. Miré a Ceci, tenía unas ojeras bastante pronunciadas, al parecer la idea de marcharse no le dejaba dormir, yo también estaba triste, no quería que se fuera, sabía que la quería de alguna forma.

— ¿Me llamarás? — me preguntó— ¿Cuándo esté allí?

— Por supuesto. Intentaré que sea todos los días —al rato de estar en silencio, añadí— también podemos hablar por WhatsApp y por Skype.

— Sí, claro —dijo con la cabeza gacha. Aunque sabía que algo se estaba rompiendo, lo notaba en ella— ¿El martes vendréis a despedirme?

— Sí, ya lo he hablado con los demás —respondí. Después nos quedamos en silencio, pues no teníamos nada más de qué hablar. Pero pronto esa tranquilidad fue sustituida por algo inquietante, Pau venía corriendo deprisa hacia nosotros con cara de preocupación.

— Hay alguien encerrado en la biblioteca chillando —dijo Pau— Parece Ayla, no quiere salir y se oyen ruidos extraños desde fuera.

— ¿Cómo que ruidos extraños? ¿Qué clase de ruidos? —pregunté.

— No lo sé. Parece que se está librando una guerra ahí dentro, como si alguien estuviera lanzándole cosas. Vamos —pidió. Tras decir aquello recordé que Ayla me había enseñado su poder: podía mover objetos y con aquello me temí lo peor.

Recordaba cuando yo no controlaba mi poder, por unas semanas me volví loco, no quería ni imaginarme cómo debía ser sin la protección del colgante. Marché corriendo asustado como si mi vida dependiera de ello, no esperé a los demás simplemente corrí hacia dónde estaba toda la gente, murmurando e incluso riéndose y pensé que harían aquella gente en su lugar, en nuestro lugar, seguro que no se reirían tanto.

Llegué junto a la puerta, dónde estaba Marta, chillaba a gritos para comunicarse con ella pero entre el ruido de dentro y el de afuera apenas se oía nada.

— Ayla, soy Marta, ¡Abre la puerta! ¿Qué te pasa? —gritó ella desesperada.

— ¡No! —gritó— no puedo salir —dijo Ayla sollozando con voz temblorosa.

— Pues déjame entrar. Puedo ayudarte.

— ¡No! —volvió a gritar— no puedes, nadie puede. Entonces, me abrí paso entre la gente y llegué a la puerta donde estaba Marta.

— Déjame a mí —le dije.

— ¿Tú? ¿Por qué tú? —preguntó confusa.

— Hazme caso —respondí— Ayla, Soy Mike. Abre la puerta, puedo ayudarte — dije con un tono de voz alto.

— No, no puedes —dijo llorando— ¡Parad! ¡Parad, por favor!

— Ayla, o abres la puerta o la tiro abajo como sea —dije en un intento de convencerla. Entonces ella calló y hubo unos segundos en los que sólo se oía aquel ruido tan extraño. Pero inesperadamente la puerta hizo un "click", había girado la llave.

— Solo tú —dijo. Abrí la puerta y después la cerré tras de mí. No sé qué me esperaba ver, pero la imagen que tenía de delante, era de lo más surrealista. Inesperadamente la llave volvió a cerrar sola la puerta y una silla fue volando hasta ella para ponerse debajo del mango.

AYLA © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora