Capítulo 8 - Sábado de misiones.

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Canción en multimedia: In my mind — Mary Noyes (tofû remix)

Chica en multimedia: Alisson Carter (Shelley Henning)

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Capítulo ocho — Sábado de misiones.

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No estoy segura de qué es lo que me despierta cuando ya ha amanecido. Me frustra no conocer la hora, he perdido la cuenta del tiempo que he pasado despertándome y volviéndome a dormir hasta que la postura me hacía despertar por pura incomodidad. Casi me río al pensar que eso de buscar soledad se me ha ido de las manos.

Salgo de la cueva para poder estirarme, moverme un poco a pesar de las agujetas que hoy por suerte algo más suaves que ayer, pero ahí siguen. Lo único que escucho son las hojas que los fuertes golpes de viento mueve, las ramas aplastadas bajo mis pies, el sentimiento de mis botas hundiéndose un poco por el ligero barro después de una noche algo lluviosa.

El sonido del bosque, ese suave movimiento me hace temblar y volver dentro en busca de mi lugar seguro. No es miedo, pero sí incomodidad. Es como cuando vas por la calle entrada la noche, sin personas cerca, y empiezas a querer correr, a mirar detrás de ti, a ponerte nerviosa. Siento lo mismo.

Es esa incomodidad mezclada con la idea de que esta es una supuesta misión de secuestro lo que me hace recuperar mi mochila, echármela al hombro y salir de aquí. Si es un trabajo en equipo, también puedo poner de mi parte, llevar a la carretera y volver andando hasta dar con mi compañero. Al menos así no estaré en medio de la nada, asustada y sola. No puedo estarme quieta cuando estoy nerviosa.

Así que lo primero que hago es subir todavía más, querer llegar a una cercana cima para que los árboles dejen de ser impedimento. Desde ahí, centro la carretera, alejada, diminuta. Me centro y empiezo a bajar con esa dirección en mente, no puede ser tan difícil. Al menos no me han dejado a horas dentro del bosque, no, no pudimos haber tardado más de veinte minutos en llegar. Con eso en mente, empiezo con el camino que logra una incomodidad más punzante en mi cuerpo. Las agujetas son grandes, me hacen querer parar a cada paso que doy, pero sé que, si paro, ya no seguiré, así que no lo hago. Hago uso de mi más puro carácter Carter, de esa obstinación, para dar otro paso, y otro, y otro.

Al menos puedo confiar en mi orientación. Hubo una vez, de muy pequeña, que me "perdí" en un parque estando de vacaciones. La única vez que habíamos pisado ese lugar fue unos meses atrás para recoger a una amiga de mi madre, un camino que yo memoricé sin intentarlo porque, cuando me perdí en medio de ese gran parque natural, terminé de vuelta donde habíamos empezado. Me encontraron, con apenas cinco años, tratando de pagar un billete de autobús con un papel en blanco. No tardaron en darse cuenta que algo fallaba ahí, una niña sola y tratando de pagar con una nota. Mi madre me contó después que me quejé cuando ella apareció porque, al parecer, creía que era lo suficientemente adulta como para volver sola a casa. Fue eso, con otras experiencias más habituales, las que me hicieron entender un poco mejor que inconscientemente siempre memorizaba las cosas. Que trataba de memorizarlas. Ahora puedo jurar estar recorriendo el mismo camino que anoche, pasar entre los mismos árboles sin alejarme.

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