Capítulo 9

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Mala mejor amiga.

  Jueves: día de la semana que, desde que amaneció, no han parado de lloverme contratiempos. No me considero supersticiosa, realmente creo que todo eso son tonterías inventadas por bobos, que lo único en lo que se ocupan es a joder la vida y llenar de temores a los débiles. Justo esta mañana, descubro que soy una débil y me encanta alimentar el ego de los bobos que inventan cosas. Algún día, tarde o temprano –un poco tarde y más o menos temprano–, Nicole iba a tragarse sus palabras y, lo curioso es que, sucedió. Soy una débil, al pensar que todo lo que me ha ocurrido a lo largo de esta semana, es causado por quebrar un espejo hace poco tiempo, pasar bajo la escalera de un pintor, tirar sal y, a los diez años, encariñarme con un gato negro que vivía en un basurero. Y lo peor: trato de justificar mis contratiempos con cosas idiotas.
Solamente tengo que asumir, que existe alguien que nos manda nuestros castigos por portarnos mal, aquel que aplica el dichoso: "A toda acción pertenece una reacción". También: "Obra mal y te corregirán". O: "Todo lo que hagas se te regresara". Esto tiene más coherencia, que pensar en tréboles de tres hojas, limpias con ramas misteriosas, velas curativas y todas esas infamias. Tan fácil como esto: si no quieres importunos, ahórrate las malas acciones. Por eso nos escondemos bajo la expresión: "¡Tengo mala suerte!". Tenemos que analizar y darnos cuenta que, todo lo que tenemos son por nuestros propios actos, nuestros propios tropiezos; absolutamente todo lo nuestro –pasado, presente y futuro–, lo construimos solos, con o sin suerte.
Es por eso que traicione mi ideología; dude el hecho que yo soy responsable de mis malas jugadas, y di la razón –por el tiempo de un minuto– a personas que pasan disculpándose por su mala suerte.

Nelson me trajo a la escuela, pero, como le advertí, un policía nos detuvo por la alta velocidad en la que conducía mi hermano, ganándose una multa para su colección privada. Ese fue un verdadero arguende, pues, Nelson, quería sobornar al policía, ofreciéndole un billete de cincuenta dólares; éste, que amenazaba con llevárselo a la comisaria y lo estuviera esposando mientras mi hermano lloriqueaba que no era cierta su oferta, se apiado mediamente de él. Yo, viendo las circunstancias en las que se encontraba el asunto, tuve que intervenir. Rogué al policía para que no se lo llevara, argumente algo como: "Él sufrió un pequeño retraso cuando nació, le dio un aíre mal colado a la hora del parto. No se lo lleve, es demasiado idiota, hasta para los presos con poco cerebro que tiene encarcelados". Creo que el policía termino por convencerse, porque hasta rio y me felicito. Nelson me miro con mala cara y, descifrando el mensaje subliminar de sus gestos, me dijo: "Estas me las pagaras, René". Después del incidente, mi hermano termino con un humor del demonio y, todo el trayecto faltante, condujo con una moderada velocidad. No se despidió como me tiene acostumbrada; en cuanto baje del jeep, arranco sin más.

Mi maestro de historia, me regaño por mi impuntualidad y me castigo poniéndome en un lugar alejado de mis amigas. Es un viejo ruin y desalmado, no se conmovió por mi acto heroico, en seguida de que le conté el porqué de mi retraso, me puso a hacer un resumen extra por lo imaginativa que, según sus nervios de viejito cincuentero, soy.

En el almuerzo; Jasón no pudo acompañarnos en nuestra mesa, por el nuevo cargo que adquirió, tenían que enseñarle algunas cosas del reglamento y en las situaciones en las que puede intervenir para ayudar a los alumnos. Así que me trague el relato de Kate, sobre lo maravillosamente bien que baila Justin. Victoria también tuvo su participación, dijo: "¡Es un sueño de hombre! Kate, no lo dejes ir. O yo me lo quedo". Y, la siempre temida Kate, no se molestó en obviar el hecho de que le gusta.
Tan solo me limitaba a escuchar, lo cual me sorprendió, porque siempre creí que cuando a Kate le lograra interesar alguien, yo iba a hacer la más entusiasmada de las tres y la que iba a hacer algo para florecer ese posible amor. Pero no fue así, no pude decir algo, ni para bien ni para mal. Solo parecía un público parcial entre las anfitrionas del programa. ¿Por qué? No lo sé, perecía una mala amiga. Y odio reconocer que, por primera vez en todo nuestra larga amistada, sentí envidia de ella. De esa envidia que no puedes controlar, la sientes natural. Pero mi tolerancia se corrompió, al enterarme que la invito a salir.

El pasado deja su huellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora