Capítulo 4

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                                              Misión: No ponerte nerviosa con Justin.   

  Tiempo más tarde, todos los recién llegados estuvimos sentados en la sala disfrutando de una charla amena. Mi mamá sacó sus dotes de anfitriona y nos trajo una limonada a cada uno. A todos se les veía cómodos, bueno, exceptuando al único presente malhumorado: Justin.
Él no interactuaba mucho en las pláticas cómicas de su madre. Por cierto, la señora Bieber resulto ser una comediante de nacimiento, me hacía reír a cada palabra que pronunciaba; tiene el don de ser simpática. Nos explicaron el motivo por el cual se encontraban a medio día en nuestra casa y no hasta la noche como estaba previsto, dijo Amanda que habían adelantado su vuelo por la impaciencia de Pattie. La señora se encogió de hombros al ser descubierta por su hija.
El señor Rodrigo llegó con las flores, llevó una mezcla de todas las bonitas que cortó de su huerto (repito, yo no sé de flores), mi mamá no tuvo que pagar por ellas, el Señor quedó impactado por la belleza de la persona quien lo recibió: Pattie. Tengo que reconocer que la señora es hermosa para su edad, además es jovial. Su cabello es del tono de su hijo y lo tiene de melena, sus cejas son gruesas, piel de delicada color leche, el rostro redondeado, tiene una silueta delgada y sonrisa es lo que más apantalla.
La bebé, Tiffany, resulto ser una miniatura de monstruo; no paraba de llorar cuando le intentaba hacerle una caricia o una carita graciosa para que riera, ella solo se limitaba a bramar por todo; por el contrario, con mi mamá reía a carcajadas y se lanzaba a sus brazos gustosa. Creía que Justin le dijo algo a la niña para que llorara cuando me les acercara, porque yo a todos los bebés les agrado, a todos en absoluto, y esta es una pequeña testaruda que está en mi contra como su tío guapo. Aunque ese desagrado de la niña no evito que me mordiera los labios cada vez que veía a Justin hacer ese toque de su cabello; tal vez soy una obsesionada por medir el tiempo, pero a cada tres minutos se lo tocaba y peinaba. No sé si se daba cuenta que lo miraba; igual nunca me importo mucho ser una recatada para mirar a los hombres atractivos, por lo general, me gusta que lo noten para que ellos también lo hagan y, si tengo suerte, hasta una sonrisa me regalen y esa es instintivamente la señal para saber que no les soy indiferente. Pero a éste, salido del molde de chicos tremendamente guapos que conozco y conquisto, parecía no importarle mis ojos clavados en él fijamente, nunca se dio el tiempo de regresarme una miradita de vuelta. Tal vez pudo influir el hecho de que traía pijama y estaba toda despeinada, y como él es un obsesionado del peinado, no le importó mucho mirarme ni de reojo. Igual solo lo justifico porque hiere mi orgullo de mujer vanidosa, posiblemente no le guste, pero a la mayoría de los guapos atraigo su atención rápidamente. Jasón dice que soy una mujer hermosa que se nota desde un kilómetro de distancia, me gusta escuchar eso, en alza más mi ego.
Después de la reunión en la sala y que nos entregaran las dos enormes maletas de regalos que trajeron desde Canadá, los Bieber partieron a su nueva casa. Iban a ocupar la vivienda donde antes se hospedaba una pequeña familia; queda ubicada a dos casas más delante de la mía por la acera de enfrente. Tenían, por supuesto, tareas que realizar, como desempacar algunas cajas que habían traído consigo en el viaje y poner algunas protecciones para la pequeña Tiffany. Quedaron en regresar a la hora de la cena ya que todo estuviera en su lugar, bueno, al menos para lograr pasar la noche cada quien en sus habitaciones, porque adaptarse les costaría un tiempo.

En cuanto se fueron subí a mi habitación y empecé a aventar ropa por todos lados. Hoy tenía una cena muy importante con mi gladiador, razón suficiente para que me vistiera pensando en lo que a él le gustaría. Aunque a mi madre no le pareció muy educado de mi parte no asistir a su cena del siglo, me dejó ir al apartamento de Jasón, con la condición de lavar durante todo un mes los platos de las meriendas y cenas. No existiendo otra opción, cedi como corderito

Observé mi reflejo en el espejo de cuerpo completo de mi habitación, éste está situado a un lado de mi ventana que tiene la vista a la calle, de esta forma me puedo observar mejor gracias a luz que entra a mi alcoba por la farola; por esta misma ventana, hace aproximadamente veinte minutos, vi a los Bieber salir de su casa y, en menos de un minuto, arribaron la mía. Después se escuchó mucho bullicio desde la planta baja.
Mi piel color bronce, que se lo adjudicaba a las secciones de bronceado en la casa de Victoria. Mis ojos verdes oscuros —resaltaban aún más por el delineador negro— se veían un poco más claros, no como los de Nelson que son un verde esmeralda, sino verde pino —teniendo un parecido con los de papá— con un brillo especial, diferente a como me brillaban todos los días. Mi mirada me delataba, alegría y emoción se denotaban. Mis piernas delgadas, sutilmente tiemblan por la impaciencia de recibirlo.
Mi Jasón estaba por llegar y, aún después de un año de relación, me sentía nerviosa y ansiosa por su llegada. Quiero que llegue, me abrace y haga que me levante de puntas para alcanzar sus labios.
Alise mi vestido color coral, mi preferido y el de mi gladiador también. A él le agrada porque le recuerda a nuestra primera cita oficial como novios, a mi igual me gusta por ello, pero otra de las razones es porque adoro como se ajusta a mi cuerpo, como si la persona que lo diseñó tomo mis medidas e hizo mi vestido perfecto, además es muy sencillo, algo que en otras prendas odio y en está verdaderamente amo.

El pasado deja su huellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora