¡Alerta! soy gay, no debes fijarte en mí (Parte 1)
Justin reclinó la cabeza y soltó un jadeo que se confunde con un gruñido. No cuento con una vista muy certera, pero hay movimiento a la altura de la bragueta en el que una vez creí mi amigo. El tipo le besa el cuello, mientras se afianza con una mano —la otra no la distingo— en el borde de su camisa. Se conectan con la mirada, instintivamente a cada acción. Estoy idealizando que en cualquier momento Justin reacciona y lo aparta con un golpe; pero no sucede.
No puedo realizar un meneo, o algo para despejarme. Mi razonamiento lo digiere: a él no le gustan las mujeres. Pero mi corazón arde de dolor: él supo conquistarlo con una magnanimidad equivoca. Sufro el efecto del retorcijón.
Cuando pienso que lo he visto todo y estoy por apartarme, me detengo. Al tipo solo le basto un asentimiento de Justin para hincarse y poner su rostro a la altura de la cadera. Me estremezco de mal modo.
Fue todo para mí.
Aprieto los ojos y tapo mis oídos. Un grito ahogado se me quiere salir, pero mi esfuerzo por no ser descubierta lo retiene. Retroceso muy lentamente sin causar ni la más mínima alteración. Mis piernas tiemblan como si fuesen hilo intentando ser insertado en el orificio de una aguja. Mi estómago está revuelto y a punto de volver todo lo que tiene dentro. La saliva, que paso, me sabe amarga.
No tome ni una sola gota de alcohol, pero me hubiera encantado hacerlo, así mañana despertaría pensando que solo fuero alucinaciones de una borracha. Pero las ahorcadas y el mareo que abrigo, son más reales de lo que son en las pesadillas.
Miro por mis costados, encontrándome, de nuevo, con la cara de los hombres de negro del equipo de seguridad del club. No tienen otra expresión en el rostro más que la de lastima. ¿Ellos sabrán que el chico de cabello rubio que me deja alucinada con sus ojos al contacto con los míos, que me contiene de las tristezas, que me permitió sentirme importante a cambio de ser su protectora a los inocentes años de preescolar, que está en el callejón haciendo sabe qué cosas, es mi amigo? ¿Ellos lo sabrán y se burlan interiormente de mí por ser tan ilusa? Pero no creo que se den cuenta; no es como si me cuelgue un letrero en el pecho de "Rota por la culpa de un gay que se oculta baja su actitud prepotente". Y si lo notarán, por qué ni siquiera me miran. ¿Tanta lastima doy, como para que no me vean mientras vómito, inclinada, sobre la acera?
No soy nadie respetable mientras estoy en estas situaciones.
Ya ni siquiera quiero renumerar los códigos que he rompido por esta noche. La mayoría es por culpa de Ángel y su insistencia de hacerme usar está ropa que me hace sentir una fácil. Pero Justin se robó el premio. Gracias a su escena, que no me dejo mucho a la imaginación, me he convertido en una potencial —¡Maldita!— homofóbica. Y no lo soy. Solo porque vomite un poco no me hace una. Es la impresión más que nada. Eso y el sentirme impotente de no poder enfrentarlo y pegarle un puñetazo como se merece por traicionar a Kate de esa manera (y a mí, de paso). Soy impotente por cosas que me dejan sorprendida.
Es decir, estoy involucrada con la comunidad homosexual. Con Ángel como primo, tuve un buen instructor en el tema. Pero esto es completamente diferente. Había sospechas —tantas que no quise ver— de que Justin era gay, pero no una confinación directa y en primera fila.
Como si supieran que lo necesitará, un pañuelo aparece a mi lado mientras intento recomponerme. No estoy ni de cercas de estar avergonzada, así que lo tomo como un acto de caballerosidad de los hombres que cuidan la puerta.
— Gracias —musito mientras me limpio la boca.
— De nada —me contestan simplonamente.
Vuelvo mi cabeza al reconocer esa voz; contemplo los ojos verdes que hace rato me querían conquistar. Sí que existen personas insistentes.
— Se te fueron las copas, ¿no crees? —No es grosero lo que me pregunta, incluso es simpático para quitar la tensión de ver a alguien devolver el estómago, pero ruedo los ojos en contestación.
— No creo que te incumba —Le espeto. Demasiado conmocionada para ser agradable.
Él se balancea de talón a punta, siseando. Evita el contacto ojos con ojos, así que doy por sentado que piensa que está tratando con una inestable briaga. No estoy de humor, pero mamá dice que debo controlar mi carácter del diablo.
— Lo siento —suspiro para continuar—: no he tomado nada, solo que no me siento bien.
— Lo entiendo. Me pasa algo similar cuando estoy en un lugar lleno de humo de cigarrillo. —Sonríe algo nervioso. Lo pongo nervioso, eso sería la resolución correcta.
«Al menos tenemos una cosa en común —pienso—: no le gusta el olor a cigarrillo»,
— No es por eso... —Comienzo pero no termino la frase. Me doy cuenta que si sigo parada en ese sitio, Justin podría salir del callejón y verme. No estoy preparada para una confrontación, y no lo estaré en mucho tiempo. Si puedo evitarlo, mucho mejor.
— ¿Tienes auto, Max? —Pregunto. Me percato que sus cejas se unen para descolocarse en la confusión.
Yo tampoco estaría muy cómoda por esa pregunta; porque puede ser que yo sea una vulgar puta que quiera robarlo. Los casos de robo están a la orden del día en San Diego, y, si él es muy listo como aparenta, puede ser que desconfíe. Pero aquí tengo un punto: yo no lo busque, él vino a mí. Y eso debería ser una señal, ¿cierto?
No soy una acertada en cosas de ultratumba, pero podría ser que mi gladiador mando a un caballero de la mesa redonda a mi rescate. ¿Tiene sentido, quizá?
— Sí, tengo un auto. —Contesta con cautela. Medio sonrió por su titubeo.
— Entonces te tengo una primicia: no soy lesbiana. —Abre sus ojos esplendorosos; su risilla es recelosa pero ronca.
Estoy siendo tan naturalmente espontanea, que admito que he vuelto a ser yo. Solamente la "yo" de antes, que hubiera actuado por impulso para evitar una situación más trágica. No puedo evitarlo, en ocasiones soy una cobarde que quiere huir de las situaciones.
¿Pero quién no lo ha sido?
Se asume como cobardía al acto de querer evadir algo que te lastima; pero ¿que acaso esto no tiene un poco de complejidad o doble moral? Porque también es valentía. Querer acudir a otras opciones antes de arremeter en contra de alguien que quizá no da la importancia necesaria como para darle mucho seguimiento, es la valentía de otra manera representada. Y esa misma valentía me vuelve cobarde. Ahí está. Es la complejidad. Todo tiene una solución un poco ambigua.
— ¿A dónde quieres ir? —Es su siguiente cuestionamiento.
No me la pienso mucho antes de responderle:
—A mi casa, por favor. —Hasta sueno un poco quejumbrosa.