Capítulo 19

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  La fiesta de las fiestas  

  Cuando bajo de mi habitación, a la espera de Jasón, con un vestido color lila, ceñido, que me llegue a medio muslo; veo a mi papá, que está sentado en el sofá enfrente del televisor de pantalla plana; atento a todos los movimientos de los jugadores del equipo de baloncesto. Se rasca el mentón mientras palmea la suela de su zapato sobre el piso. Nelson lo acompaña, a su lado, con sus codos apoyados sobre sus rodillas y su cara tomada entre sus manos.

Detalladamente, confirmo las similitudes de sus rasgos: ojos verdes grandes; la curvatura de sus labios que, al sonreír, se les hace unas dispersas arrugas en la comisura; sus hoyuelos; la hendidura de su barbilla; su piel exageradamente blanca; su nariz respingada y, ligeramente, picuda. La característica más concreta que comparten padre e hijo, es el atractivo; ambos son guapos en su generación.

Sonará algo raro o fuera de lo común, quizá hasta presuntuoso, pero mi padre siempre ha tenido ese "Algo" que hace a las mujeres soñar con él. Hasta ahora que tiene 42 años, es asechado por varias; no sé de dónde saca fuerzas mi madre, para soportar tanto a las mujerzuelas que se le acercan.
Lo que admiro de él, más que nada, es su sabiduría. Es un don especial de algunos, y mi padre lo tiene por completo.

Una vez que estábamos en el parque, cuando yo tenía la edad aproximada de 9 años, estaba molesta con mi padre, porque él no quería comprarme una bicicleta como la de mi amiga Violeta. Le rogué tanto, le dije que ella siempre estaba mostrándome su bicicleta y alardeando que era la más bonita, que nunca me dejaba en paz al decirme que la mía era fea y con rueditas entrenadoras. Entonces mi padre, con toda la dulzura del mundo, me dijo:
–Rene, mi niña; la vida siempre se encarga de darnos lo que merecemos.
Por supuesto que no le entendí. Creí que se refería a que yo era una niña mal portada y berrinchuda; pensé que mi papá era cruel. Entonces lloré, y no necesariamente fue porque yo no sabía aquello. Lloré porque quería que mi padre se sintiera orgulloso, y no lo estaba logrando. Las lágrimas se fueron consumiendo, y él nunca me consoló. Y una parte de mí lo odiaba con alevosía.
Llegamos a la casa, donde mi madre nos esperaba con una cena deliciosa y Nelson con facha de hambriento. Durante la velada, no hable, no dije nada; lo que fue extraño para todos, porque soy una parlanchina de hueso colorado, que no deja de hablar ni aunque le paguen. Al finalizar, me subí a mi habitación y lloré otro rato, tapándome la cara con la almohada para que no escucharan mis sollozos (costumbre que aún no pierdo). Mi papá toco la puerta, una hora después. Con ojos hinchados y mejillas mojadas, le abrí la puerta. Me eche de nuevo en mi cama y me tape la cara. Él se sentó a mi lado, carraspeó y me hablo con sutileza, como si fuese una flor que se puede deshacer al mínimo tiente.
–Mi niña bonita –su dorso sobo mi rodilla –, no llores más.
Y, contrario a lo que él me pidió, la regadera abrió más paso a mis lágrimas, y mis lamentos retumbaron hasta el corredor.
–Ahora no puedo prometer comprarte nada, entiende que no siempre se tiene lo que uno desea. Si a nosotros llegaran las cosas, tal cual queremos, nos volveríamos más perezosos. ¿Qué sentido encuentras que te compre algo, si ni siquiera valoras el esfuerzo que hice para comprarte la bicicleta que tienes?
>> Para merecer, primero tenemos que valorar lo que hemos conseguido. Mirar tus logros y tus errores, y analizar qué es necesario para ascender a nuevas posesiones.
>>Si te doy todo lo que quieres, en el instante pedido, no estaría cumpliendo mi labor de padre, que es forjarte para que seas un auténtico ejemplo.

Me descubrí; él me dio un beso en la mejilla y me deseo las buenas noches. Me dijo "Te amo, hija" y salió de la habitación.
Aunque ha pasado un tiempo desde que me dijo aquello, lo sigo recordando con entereza.
<< Para merecer, primero tenemos que valorar lo que hemos conseguido. >>
Todavía me faltan cosas que deseo y no tengo, pero es que aún no tengo procesado el valor de lo que me pertenece.

Mi madre sale de la cocina, trayendo consigo bocadillos en una bandeja; me sonríe de manera genuina, deja la bandeja en la mesa y se sienta en el sofá junto con los hombres de la casa. Me quedo contemplándolos por unos segundos, antes de que los tres vuelvan su mirada a mí y me sonrían. Me acerco a ellos y ocupo el sofá vacío, esperando cuando Jasón venga por mí. Inconscientemente, mis piernas tiemblan, y esa es la rúbrica que recibo ante la anticipación de su llegada.
Degustamos los bocadillos mientras, mi madre y yo, reímos de las palabrotas que, ocasionalmente, mi padre y hermano sueltan. No solventamos la pérdida del equipo al que apoyan mis hombres, pero al menos tenemos el gusto de disfrutar un rato en familia. Me agradan estos momentos, en los que el calor de hogar emana en cada pared y espacio. La familia es otra pieza clave para definir lo que eres.
Mi hermano apaga el televisor y nos recuperamos de la carcajada. Mi madre le pega en el hombro a papá, juguetonamente, incitándolo a que se calle. De todas las risas que he escuchado, la de mi padre se lleva el premio de la más ronca y contagiosa; por supuesto que Nelson no se queda atrás, con su risa de puerco atorado, pero de alguna manera las chicas la encuentran atractiva. Mi madre tiene una forma adorable de reír, algunos la consideran elegante, pero igualmente su risa contagia.

Cuando el claxon del nuevo auto de Jasón suena, mi padre se le borra la sonrisa y me mira severamente, hasta ahora dándose cuenta del vestido que llevo. Le sonrío grácilmente, intentando parecer todo lo inocente que puedo. Me levanto y jalo de los bordes de mi vestido, para que dé un efecto de aparentar que es más largo. Mi madre y hermano paran sus risas, al darse cuenta de la desaprobación en la mala cara de mi padre.
–Ese vestido es muy corto, Nicole. –Su voz es amedrentadora con algo de melancolía.
Al momento que me dice mi nombre, sé que estoy en problemas; porque reconfirma que por más me llamé Rene, nunca podré ser el varón que él quiso tener. Para su desafortunado, soy una mujer demasiado coqueta; la versión femenina de él en tiempos jóvenes. Normalmente cuando mi madre menciona mi segundo nombre, sé que estoy en problemas; con papá, cuando me habla por mi primer nombre, es signo de regaño.
Le sonrió dulcemente y sus cejas se surcan. Me despido de mi madre con un beso, y me da la bendición en contestación. Cuando me inclino para despedirme de mi celoso padre, me da un beso duradero en mi cien, para después tomar mi rostro en sus manos y evaluarme con sus ojos verdes llamativos.
–Eres preciosa, mi niña. –Le doy un beso en su mejilla colorada. Por alguna razón, sus mejillas siempre son rojas cuando termina de reír y, ciertamente, eso me parece lo más encantador de su personalidad. Me suelta y termino por despedirme de mi hermano. Éste me mira suspicaz cuando voy a la puerta, pero lo ignoro.
Me alberga un escalofrío al sentir el viento de la noche entrar por debajo de mi vestido. Abrazo mis brazos hasta caminar al coche de Jasón. Abro la portezuela y me dejo caer en el asiento, cerrándola con ello. No tengo ni siquiera que molestarme a mirar sobre mi hombro, para confirmar que Justin se encuentra sentado en el asiento trasero. Lo percibo por su perfume y la aceleración inmediata de mi corazón. Aunque lo último se lo quisiera adjudicar a mi novio, me miento si así lo creo.
–Cielo, estas hermosa. –Me saluda mi gladiador con un acaramelado beso a mis labios.
Me pongo el cinturón antes de que Jasón arranque a turbo. El motor ruge, lo que hace notar que el auto es mejor de lo que creía, porque lo hace de una manera fina. La tapicería es de la mejor piel en que mi culo se hubiera postrado algún día. Todo es de última generación, lo más nuevo del mercado. Y debo permitirme regocijar, que me encanta el lujo.
Mi gladiador prende el estéreo compacto y, al instante suena una canción de Franz Ferdinand, llamada "Love illuminato". Sonrío ante el recuerdo de él cantándomela, hace dos semanas.
Llegue a su apartamento, entonces, como es su costumbre, escuchaba música de esa banda; me intercepto en la entrada y comenzó a cantarla a todo pulmón, mientras me balanceaba con él por toda su sala y repartía besos por lo largo de mi cuello. Me dijo que esa canción me la dedicaba, porque yo no me imaginaba -ni tenía una atolondrada idea- de lo mucho que yo desperdiciaba buscando amor en otro lado, siendo que él me amaría por siempre, sin importar lo que pasara, su amor me iluminaria todo lo que le quedará de vida.
Aprieto la rodilla de mi novio, éste sonríe sin apartar la vista de la carretera y empieza a tararear la canción. Miro hacia ventana, con una sonrisa completa de idiota, y me encuentro con la mirada de Justin en el retrovisor, tan solo son escasos dos segundos en que mantenemos la mirada mientras somos alumbrados por una farola, proveniente de la calle. Pero ambos seguimos mirando hacia el mismo punto fijo. Lo sé, porque mi piel me punza y tengo hormigueos en mis mejillas.
Es inquietante -pero a la vez atractivo- que todas las veces que presiento que no lo conozco, que nunca podré ir al nivel de sus cambios; hay algo en mí, que me dice, que no necesito conocerlo demasiado para saber que necesita ser amado. Con la misma intensidad de sus ojos al mirarme: me desarman, me capturan, me envuelven, me aniquilan. Todo se vuelve un desafío con él; odio admitir el hecho que, adoro ser retada.
Nos detenemos en un alto, y Justin ya no me mira, ni yo guardo el valor para hacerlo.



***





El departamento está inundado de compañeros de la preparatoria. Todos buscan la atención de mi novio, pero éste los ignora por estar conmigo. Aunque el espacio es reducido, es cómodo para pasar un rato agradable bebiendo y bailando. Sin mencionar que su apartamento esta por la cifra de dos millones de dólares, eso sin contar los muebles carísimos y decoraciones extravagantes. Estamos hablando de mucho dinero para mi pobre cartera de veinte centavos. El inmobiliario es moderno y con los mejores aparatos electrónicos de última generación. Todo es moda para él y también para mí. Debo admitir que me encanta que sea tan innovador.

Victoria palmea a Brad en su glúteo, éste la mira y se lanza a ella con u beso apasionado.

Desde que mi hermano, Nelson, dejo a Victoria, nunca la había visto tan contenta, desparramando alegría por los poros. Aunque esto también implica tener menos visitas inesperadas en mi casa de parte de ella, porque solo buscaba el pretexto para ver un rato a mi hermano; algunas veces, Nelson no le prestaba atención por atener a Lisa. Lo cual hizo que me desagradara más mi cuñada, porque ella sabía que Victoria había sido su novia y que conservaba la ilusión de regresar con mi hermano. Mato todas estas ideas descabelladas de mi amiga, al tiempo que se besaba con Nelson en nuestras narices. Quise arrancarle los cabellos teñidos y sus ojos grises de gata, pero Victoria me detuvo advirtiéndome que no valía la pena. A mi amiga, Nelson la cambio de algún modo: ya era menos insinuante con los chicos y menos coqueta con todos. Pero volvió a las andadas después de que la dejo. Así que sí, mi amiga se merece ser feliz después del gran Insuperable Diamond.

Sigo bailando mientras espero que Jasón se acerque y mueva sus caderas al ras conmigo. Hace un tiempo desapareció, y no me gusta ser la típica rogona que va tras él a todos lados, aunque eso a él no le molestaría, es decir, me amaría más por ello.

Kate vino a la fiesta con plan de amargada; no ha querido bailar ni una pieza después de que llego. Le suplique varias veces, pero todas me rechazo. Está sentada en el sillón de leopardo, con cara de aburrimiento y brazos cruzados, siguiendo con los ojos a todas las parejas que se manosean a su alrededor. Capto que se siente incómoda, pero si iba a estar de amargada ¿Para qué vino?

Luego miro de soslayo a Justin, el alma de la fiesta declarado. Baila mejor que yo, y es mucho decir para mi gusto. Nunca había visto a un hombre moverse con tanta sensualidad. Bueno, Ángel lo hace, pero él es un descardo que busca conquistar bailando y atraer la atención de todos. Justin, en cambio, se mueve tan grácil y con ritmo; atrayendo la atención de todos en el instante, sin ni siquiera ser su plan base. Pero es creído y a la vez embriagador; se asemeje al canto de una sirena. Dicen que éstas te atraen y te atrapan, quedando sin razón. Pues ese efecto mismo tiene Justin en mí, aunque me obligue a mirar a otro lado, estoy divagando los últimos pasos que ejerció en la pista de baile en mi mente y se reproducen simultáneamente, no logrando tener otra imagen de mi cabeza. Es, también, como porno, en el buen sentido de la palabra, si es que existe.
No encuentro el momento para pedirle que baile conmigo y me enseñe, pero eso es caer en la bajeza de dar mi brazo a torcer antes que él y, por supuesto, no estoy en el negocio ni el placer de hacerlo. Sin mencionar que me lo negaría y se burlaría de mi por pedírselo. Y como es tan engreído, pensaría que es el mejor de todo el mundo, así tendría armas para humillarme.

Justin, tres días antes de que partiera a Canadá y no lo volviera a ver después de doce años, se presentó en mi casa junto con Amanda. Yo los recibí gustosa, y rápido me puse a jugar a las escondidas con mi amigo en los jardines. Mientras me escondía detrás de un arbusto para que Justin no me encontrara, mi vecina, de unos aproximados 50 años, altero la serenidad con música ruidosa. La canción de FranK Sinatra, "My Way", sonaba mientras Justin me descubrió. Ambos nos quedamos pasmados escuchando la suave melodía acompañada de una letra de aprendizaje. Nos miramos a los ojos, de mieles a verdes, como tanto me gusta.

La canción relataba ciertos triunfos, alegrías, tristezas, amores, oportunidades, y aunque a veces ninguno de esos fue completamente bueno, lo disfruto, porque todo lo hizo a su manera. En mi cernió la curiosidad de saber cómo era disfrutar sin tener que arrepentirse de lo que antes haz hecho. En esos tiempos no tenía la capacidad de almacenar tanta maldad, tan solo las veces que le jale el pelo y saque la lengua a mis compañeros, discutí con mi hermano o empuje a Justin para que cayera. Pero aun así, eran actos que, rato después, desee no haberlos hecho. Para el fin, el sentirse arrepentido, no soluciona la maldad o mala decisión, así que es mejor pedir disculpas y solucionarlos con acciones. Porque arrepentirse es sinónimo de avergonzarse de sí mismo.

Entonces mientras la música nos invadía de radiosa felicidad, comencé a bailar, lentamente. Me movía a un tono suave y con movimientos torpes; abrace a mi cuerpo y gire poniéndome de puntas. Invite a Justin a bailar, extendiendo mi mano. El me frunció el ceño e hizo una mueca inquietante. Lo incite sonriéndole inmensamente. Después él solo se rindió, y tomo mi mano en aceptación.
La insistente René, gano.
Sus manos temblaban cuando me tomo por la cintura, casi como una tetera. En reflejo, me afiance a sujetarme de su cuello mientras, con mis pulgares, masajeaba su nuca. Paso una fructífera cantidad de saliva, cuando tuvo el valor de balancearse conmigo al compás. Éramos de la altura: nuestras frentes chocaban una contra otra. Sus ojos sufrían cierto desconcierto e incomodidad. Los míos tenían la petulancia siempre requerida. Un acto más viable de mi seguridad impuesta, era mi sonrisa que podía iluminar una cueva en tinieblas.
Justin era torpe, y me piso unas cuentas veces. Lejos de irritarme y aventarlo para poder bailar sola, me parecía conmovedor que estuviéramos haciendo un baile digno de una princesa y un príncipe. Él no lo sabía, pero uno de mis sueños era bailar con un príncipe. Él siempre se quejó y negó de ser el príncipe de mis historias, pero sin saberlo lo utilice para lograr uno de mis sueños. No me intereso que yo tuviera que enseñarlo o, más bien, demostrarle lo que había visto en el televisor en un concurso de baile que trasmitían, porque me sentía más contenta que la misma cenicienta cuando bailo con su príncipe. Era una emoción acompañada del canto de las golondrinas que extendían su vuelo por el despejado cielo azul.
Bailamos un largo rato, aunque la música desapareció. Ninguno de los dos teníamos el suficiente valor para mirarnos a los ojos, así que residíamos la mirada en nuestros pies. Se trasmina la inquietud de saber qué estamos haciendo. Pero no nos detuvimos.
–Quiero ser una bailarina profesional. –Le confesé, tranquilamente. Compartiéndole mis anhelos a mi mejor amigo.
–Y yo quiero que tú me enseñes a bailar. –Me dijo en respuesta.
–Te prometo que te enseñare todo lo que pueda. –Generalice, secretamente, porque quería enseñarle de todo.
Nuestros ojos se encontraron, cayendo en blando de mariposas revoloteando mí estomago (o quizás eran lombrices). Lo único que quise en ese tiempo, fue tener la capacidad de saber más que él, y no para utilizarlo en actos presuntuosos o egoístas, sino para que yo fuera su guía y maestra, que de algún modo sirvieran como insignia de seguridad que a él le faltaba.
Me asombra que ahora él me ha superado. Aprendió a bailar con entrega y sin pena. Me llena de coraje saber que no todas las promesas se cumplen. Desgraciadamente, el destino tiene otros caminos que nos alejan.
Jasón llega por mis espaldas y me abraza desde mis caderas. Alza mi cabellera y me da un beso en la nuca. Me da unas ciertas cosquillas. Cuando busca sus labios con los míos, detecto su olor a cigarro. Y él sabe lo mucho que me cuesta ese olor. Es tan asqueroso.
–Fumaste. –Le grito para que pueda escucharme. La música está demasiado subida de tono. No sorprendería que llamaran a la policía por el relajo, y ahora estuviéramos perdidos. Música y bebida para menores de edad, no creo que los policías tengan mucha compasión para el caso.
–Solo fue uno. –Me contesta de igual manera. Ruedo los ojos.
No es importante cuantos hubieran sido, lo importante es que me causa nauseas el olor a nicotina.
–No me gusta. Ya lo sabes. –Asevero con mi voz aguda. Trato de quitar sus brazos de mi cadera, pero no consigo nada.
–Está bien, vamos a cambiarme.
Toma mi mano y empujamos a los amigos que se prestan a esquivar el camino a su habitación. Miro por última vez a Kate, y mis ojos salen de sus orbitas al constatar que Justin la acompaña sentado a su lado mientras ella sonríe.
<<¡¿Pero qué mierda?!>> Me pregunto intransigente.
Quiero avanzar hacia a ellos y separarlos de una vez. No me gusta que ese canalla se le acerque mucho a mi inocente amiga.
<<Pero, por favor, Nicole, ella sabe cuidarse sola>>, me dice la voz sensata de mi cerebro.
Cuando llegamos a la habitación de mi novio, los pierdo de vista al cerrar la puerta de madera pulida (carísima). Pero una rabia absorbe hasta los lugares más recónditos de mí ser, que sospecho que puedo estallar de furor.
















***















La fiesta sigue en todo su apogeo. Algunos –todos- la califican como la fiesta de las fiestas. En lo que a mi concierne, ese significado pueda dar pie a convencer a mi novio para que organice otra buena fiesta. Pero yo no estaría tan segura que Jasón quisiera volver a organizar un alboroto semejante.

Solo por mencionar daños menores, le han roto un jarrón que con tanto esmero su madre le regalo el día de su mudanza al nuevo apartamento. Por daños mayores, se podría nombrar a su televisión de plasma quebrada. Jasón no está muy contento con eso, y seguidamente se rasca sus cienes mientras trata de correr a todos de su estancia.

No quiero sonar cruel, pero esto se lo merece: a cada acción corresponde una reacción. Se equivocó desde el momento que pensó que esto no se le saldría de control. Son invitados los más revoltosos del R&TS ¿Qué esperaba? ¿Fiesta de florecitas con confeti y payasos?

Victoria y Brad han pasado a ubicarse en la habitación de mi gladiador. No he querido interrumpirlos, pero sé muy bien lo que hacen ahí. Así que me hago la desentendida. Total, no es que no sepa lo cómodo que es el colchón para hacerlo. Jasón y yo hemos estado haciendo ahí. Hace dos días, más recientemente.

Trato de no doblegar mi persistencia de no darle importancia a Kate y a Justin platicando en el sillón. Demasiado cercas. ¡Demasiado!
Ya ni siquiera he tenido el ánimo de bailar. Y odio tener que culpar a Kate por ello. Pero sino ¿A quién más?

Mis nudillos son de color pálido al tomar mi vaso de agua (hoy no tuve ánimos de beber nada más fuerte). Me atraganto con el contenido y toso mientras veo salir a Jasón por la puerta con los últimos invitados indeseados. Estoy en la posición correcta para mirar la sonrisa dulce de Kate, y la mirada fija e interesado de Justin, que apoya su brazo en el respaldo del sillón de leopardo. Se me seca la garganta al percibir que él también sonríe, de una manera genuina. Los ojos azules de Kate, se esclarecen al momento que él se inclina para decirle algo al oído.

Mi pelea interna lucha contra los celos y la ternura. Jamás a Kate le he visto tan contenta, hasta ha olvidado la amargura con la que llego. Sospecho la alegría que debe sentir y toda su piel palpita y se alebresta a percibir el diferente olor de Justin. Lo sé, porque yo me siento igual cuando se me acerca. Justo ahora lo siento, y quisiera con todas las ganas con la que mi corazón late, no sentirme así.

Tengo una cosa por seguro, ella será la envidia de todas (incluyéndome) en el R&TS. A muchas les he visto suspirar a espaldas de Justin, y estás mismas odiaran a Kate, porque ninguna ha tenido la oportunidad que a ella se le presenta.

Es raro, pero cierto. Pattie me advirtió que era un mujeriego, pero con ninguna chica lo he visto hacer contacto a su llegada a San Diego. Pareciera como si interpusiera una brecha de fuego, en que ninguna de sexo femenino puede pasar. Exceptuando a mí amiga, por supuesto. Será acaso que él esperaba su llegada para conquistar a Kate. Es decir, desde niño está enamorado de ella. Porque de otra forma no me podría explicar lo que le sucede. Y si mi hipótesis es correcta, bien para Kate. ¡Yupi! Ella se queda con el chico del que ha estado enamorada desde niña, ¿Qué cosa sería más tierna que esta situación? Están predestinados desde niños a estar juntos. ¿Eso es bueno o es malo?  

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