Capítulo 14

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  Él no es gay. (Parte 1)   

  Cecilia –recostada en la cama– no ha dejado de corresponderme esa sonrisa de boba, que caracteriza la complicidad entre ambas. Ángel mira de soslayo entre las cortinas que se mueven por el altere del viento, revelando parte de la terraza trasera de la casa de Dolor. Ahí abajo, felices y alborotados, disfrutando de la última tarde, del fin de semana, de la reunión trimestral de los Hernández. Se escuchan los alaridos de mi tía María, que intenta cantar una canción de mariachi; mis demás tíos, entre gritos y chiflidos, la alientan para su ridícula interpretación mal hecha de Roció Durcal. En total, las figuras paternales, se encuentran influenciados por el consumo del alcohol. Algunos de mis primitos, aún siguen dando batalla, y juagan a las escondidillas. Mis primos mayores, incluidos Justin, Amanda, Jasón, Nelson y Lisa, están fascinados por la relajación y descansan en la sala mientras conversan audaces. Nosotros nos escabullimos a la habitación que se nos fue impuesta; en un momento fortuito, en el que Tania distrajo a los demás con sus planes de boda y la ubicación en la que se celebrara. Ella siempre ha tenido el don de acaparar la atención en una décima de segundo, quizá sea por su voz dócil y calmosa, o sus palabras tan apropiadas.
Me desconecto de incumbir la sonrisa a mi prima. Frunce el entrecejo y sigue mi recorrido de la cama al balcón, esporádicamente con pasos tardos. Ángel reconoce mi inquietud y se sienta en la cama, recargándose en la cabecera, a lado izquierdo de Cecilia. Hago una inhalación –muy típica de mí, en un período de nerviosidad –y suelto la respiración, con mayor fuerza. Me paro en el rabillo de la cama, con manos en mi cintura; como un mismo roble con buenas raíces.
–Hay algo que deben saber. –Anuncio entre vacilaciones.
<<Ya no hay marcha atrás, René. Abriste la boca, ahora dices tú descaro que cometiste en la madrugada>>
El par se miran entre sí, revelando más de su confundida situación en la que los arrojo. Vuelven toda su espabílate cara a mi atención. Arruino mi amanso y me tamaleo de talón a punta, sin frenar. No soy muy buena haciendo confesiones –siempre me pongo nerviosa–, razón por la cual evado las misas en la iglesia, o cualquier asunto que tenga que ver con aceptar mis delitos.
– ¡No, me jodas! –Grita Cecilia, con ojos espeluznantes y abiertos al máximo –. Dime que no es verdad.
Ángel se remueve en la cama y arruga la sabana, en la que muy correctamente estaba tendida; mira con expectación a mi prima, que no ha dejado de acusarme con intención gestual. Refreno mi movimiento de niña tonta asustada del regaño de su madre.
<< ¿Qué no puede ser verdad?>>
–Estas... em... ¡embarazada!
La hipótesis de Ceci, repercute en mi cabeza, lanzándose como un ladrillo en mi cerebro. ¿Embarazada? Pero con quien se junta está loca, o que tantas novelas fantasiosas de televisión no ve. Al menos me siento un poco más satisfecha de que lo que les diré, no los dejara tan helados como esa noticia. Hay cosas peores, estupideces más grandes, que aún no estoy dispuesta a cometer. Me inundan unas ganas soberbias de reír, pero al parecer me la trago, porque no se escucha ningún sonido afónico, procedente de mi muy conocida carcajada.
Ángel se levanta de sopetón de la cama, reaccionando por mi perplejidad. No he podido ni siquiera negarlo, por lo paralizada que me deja la idea. Malamente, recuerdo que la última vez que Jasón y yo tuvimos esas relaciones íntimas, no utilizamos mucha protección.
Dios mío, fueron tres veces que no usamos condón. ¡Tres veces!
En total fueron nueve veces que lo hicimos el amor el pasado sábado, con o sin protección.
Un 33.3% de probabilidades de estar embarazada, contra un 66.6% de no estarlo. Con un 0.1% incierto. Y si le agregamos el porciento de las veces que falla el condón. Las estadísticas están en mi contra.
¡No me jodas!
Me. Fui. A. La. Mierda.
Mi primo me toma por los hombros y me sienta en la cama. Literalmente, me ahogo con mis propias respiraciones. Supongo que mi cara es de un tono blanco, casi llegando al color de un fantasma, transparente y lúgubre. Mis ideas abordan un panorama desastre. Yo, irresponsable, irritable, intolerante, ¿Con un hijo? Si, amo a los bebés, son preciosos. Pero no va conmigo; de hecho, no encaja para nada en toda mi vida planeada.
– ¡¿Estas embarazada?! –grita Ángel, sin dejarme de sacudir. Eso me quita del trance en el que mis divagaciones me llevaban. Cecilia, alarmada por mi falta de palabras, viene a mi ayuda y me empieza a echar aíre con sus manos.
–No. No sean estúpidos. –me las arreglo para contestar con firmeza, aunque no dejo de sonar insegura. Pero es que tampoco lo sé con certeza.
De vuelta en San Diego, tengo que hacerme una prueba de esas instantáneas. La única ocasión que he visto una, en vivo y a todo color, fue esa vez que Victoria tuvo que hacérsela; porque ella se acostó con su antiguo novio sin protección. Obviamente resulto ser un atraso a su periodo, sin ninguna agravación. Si me lo preguntan, ella cuenta con un larguísimo historial de aventuras pasajeras y también relaciones serias. Yo en cambio, tengo contados con los dedos a los tipos que he intimado en forma sexual. Un total de cuatro. La primera vez, fue todo un desastre, pero creo que eso es muy común en todas. Sí, me timaron en los pocos libros que he leído; y ni siquiera sé porque lo hice, no me gusta leer. Pero Kate es toda una traga-libros-románticos; así que gracias ella, me cree expectativas demasiado altas con todo ese asunto de hacer el amor. Y ni siquiera me gusto; fue todo tan rápido e inexperto. En vez de sentirme la chica más afortunada, realizada y feliz (como dicen en todos esos mentirosos libros), por entregar su castidad a alguien, que en esos tiempos fue lo más parecido a un príncipe, él que me quería, cuidaba y respetaba; me sentí todo lo contrario a aquello. Fue como un documental de animales en celo o, más parecido, cuando vez a dos perros haciéndolo en la calle, ¡Asqueroso! Todo tan básico y sin bellas palabras de amor. Me sentí asqueada, humillada, utilizada, y lo que más coraje me dio, es que yo misma me sabotee mi primera vez.
Compre comida china (favorita de Michael, con el que fue mi primera vez), la puse en una linda canastita y la lleve a su casa, que, muy convenientemente, estaba sola porque sus padres estaban fuera de la ciudad. Michael parecía sorprendido cundo me abrió la puerta, realmente lo tome desprevenido, pero eso no quito que a él le agradara mi compañía. Comimos, platicamos, bromeamos, nos reímos, todo sin salirse de contexto de una inocente cita de chicos de 15 años. Luego pasamos a los besos, de esos salivosos y que te dejan sin oxígeno, pero a la vez vacíos y sin la capacidad de derretirte. Nos tumbamos en su sofá mientras él me acariciaba mis muslos. Lo rectifico, todo hasta ahí era inocente, pero yo ya iba con la idea bien puesta: perder mi virginidad como Victoria. Me tome el atrevimiento de desabotonar su camisa, él al momento me detuvo. Pero Nicole, la-siempre-desesperada-aventada-niño-René, le dijo que las intenciones era hacer el amor ese día o ningún otro. Los ojos de Michael se abrieron como monedas brillosas, y no tuvo corazón para rechazarme. Ahí fue donde resplandeció la urgencia, y fueron matadas mis ilusiones de algo romántico. Los príncipes murieron y desertaron de mi vista; aniquile toda idea buena sobre el encantamiento de la primera vez.
Luego llegaron otros dos tipos más, con los que decidí experimentar sin tener algo formal y sin título de novios. Funcionaba, a mi modo, pero obtuve algo más y lo encontré. Como cualquier cosa que no buscas, y resulta ser que estaba perdido, y ni cuenta te habías dado. Así justamente llego Jasón. Como un bálsamo al rescate de una niña que perdió los cuentos de princesas y los transformo en historias de brujas. Jasón fue capaz de derribar leones en mi cuento perfecto. Haciendo que mis historias pasadas, quedaran solo en recuerdos retenidos, en los que aprendí y saque algo de bueno.
Y entonces comprendí una cosa: no debemos seguir un cuento, tenemos que escribir el propio. Porque los cuentos creados por terceros, sirven como un estímulo de seguir creando uno nuevo; y el cuento perfecto propio, seguirá sirviendo y alimentando a otros para continuar. ¿Qué sería de las niñas que no sueñan con un cuento de fantasía? A que dedicarían el tiempo, sino es que en imaginar que vienen a su rescate y salvan el reino. También tengo presente, que no siempre todo es bello y mágico; hay brujas, ogros, leones, cazadores, hermanastras, manzanas envenenadas, enemigos que quieren arruinar el cuento; pero aparecen también personas buenas que quieren ayudarnos a luchar, unir fuerzas para combatir el mal. No deberían ponerse renuentes porque los quieran auxiliar, en una de esas puede aparecer un príncipe, un rey, un héroe y, en mi caso, un gladiador. Estoy aún los escritos de mi cuento, no acaba hasta que encuentre mi "Y vivieron felices por siempre".
Mi gladiador me rescato del peligro de la libertinaje y, a cambio, me ofreció amor verdadero. Viéndolo de otro ángulo, no sería tan completamente malo tener un hijo suyo. Quizá no tengamos la edad ni la madurez. Pero es fruto del amor que nos tenemos, aunque descuidado. Sé en perfectos cabales, que la defectuosa soy yo. La que engaña, la envidiosa, la mandona, la aventada. Tengo una manera muy pobre de amarlo, pero con eso basta para saber que él es el correcto.
Retiro de mi alcance a mis preocupados primos, y me levanto para recorrer la recamara. Noto sus miradas suspicaces a mis espaldas, pero eso no hace que mis pies se detengan. Canalizo mis pensamientos a otra dirección, mientras froto mi nuca y me levanto mi frondosa cabellera rubia para obtener un poco de frescura en esa zona.
–Está bien, no estás embarazada, pero estas muy nerviosita, corazón; es mejor que yo les cuente algo –Anuncia Ángel. Detengo mi recorrido y ocupo el lugar alado de Ceci. Mi primo se levanta, revisa la puerta y ventanas. Supongo que es para comprobar que no hay nadie espiando.
–Tengo sospechas de algo muy serio– dice mientras se coloca parado como estatua con manos en la cintura, en frente de nosotras. Efectivamente, en su tono no hay una pizca de broma. Es fácil reconocer cuando nos juega una, se arruga su frente y sus ojitos brillan de maldad. Frunzo el cejo para recibir la noticia –. Ayer detecte algo bueno para mí, malo para Niki –me señalo en mi pecho con mi dedo índice, mi primo corrobora con una inclinación de cabeza–.No quiero mostrarme muy feliz de esta noticia, pero no puedo darla de otra manera. –empieza con una muy leve sonrisa; que a los segundos se alúmina en una amplia de oreja a oreja, mostrando sus dientes blancos. Ahora si me preocupo de lo que está a punto de ser revelado.
– ¡Ya dinos! –Grita Cecilia desesperada, jalando su flequillo.
–Está bien, está bien –Gesticula con las manos a modo de calmante para Cecilia –.No está confirmado por Justin...
–Por ¿Justin? –interrumpo. Si quedaba duda que lo que diría mi primo no era importante, lo olvido. A ciencia cierta sé que esto será algo difícil. Me apoyo en los bordes de la cama, apretando las sabanas, que quedan aún más desalineadas.
–Sí, bueno, cállense y escúchenme. –Se muerde su labio inferior, disfrutando del deleite del misterio y de la desesperación de sus primas. Repentinamente no quiero saber nada –. Justin es... ¿Cómo le podemos llamar? –rasca su mentón, dándoselas de detective a punto de descubrir un caso. – ¿Marica? ¿Florecita? ¿Mujercita? ¿Joto? ¿Del otro bando? ¿Afeminado? ¿Gay? –Chasquea a sus dedos –Ya sé. Justin es homosexual. –se cruza de brazos. Parece ser que siente muy orgulloso del descubrimiento erróneo.
Cecilia y yo nos miramos entre sí, reboleando los ojos. Me asusta la conexión de gestos que tenemos, igual no es importante porque nos apuramos a reír a carcajada abierta y estridente.
Angelito, seguramente, estuvo bebiendo hoy también sin que nuestros padres lo vieran. Porque no hay manera en el mundo, infierno o en el mismo cielo, para que eso sea verdadero. Es Justin, por favor, su hombría no debe de estar en duda. Le gusta Kate, tiene novia, y me odia porque soy demasiado guapa y con novio, como para tener oportunidad de conquistarme. Sin omitir que hasta su misma madre, me confirmo que era un mujeriego; tal vez no me lo dijo en palabras exactas, pero dejo las confirmaciones en el aíre para poderlas unir y saber que le encanta jugar con las chicas. También está su actitud conmigo en el baño, sin ser muy lista, confió que tenía ganas de besarme, y me alegro, porque yo también las tenía. Lo que me deja en una duda que no he tenido tiempo de analizar, por lo embobada que me tenía: ¿Por qué no lo hizo? Porque simplemente no despejo mis suposiciones, con un beso que te deja cortado de respiraciones. O porque no me permitió que yo continuara a conseguir lo que queremos. Él es tan ambiguo y desesperante al tiempo, pero sin perder la sensualidad y el deseo que le tengo.
–No se rían, tontas. –Gruñe Ángel. Se inca en la cama en nuestra retaguardia, apoyándose en mis hombros.
–Sabes que no tienes permitido beber o, lo que es peor, fumar marihuana. –Me burlo de mi primo, atacándome con mis risas. Él nos jala del cabello a mí y a Cecilia, lo que hace tranquilizarnos por el dolor.
– ¡Oye! –Se queja mi prima –Además, ¿de dónde has sacado eso?
–No lo he sacada de nada –se defiende –, lo he deducido. Nicole, no has visto ese ligero movimiento de caderas cuando camina. O sea no es lo más marcado, pero lo tiene ¡Yo lo he visto!
Bueno lo he notado, pero puede tratarse de una maña involuntaria. Es decir, todos hacemos cosas inconscientemente, solo lo hacemos sin darnos cuenta.
–Sí, lo hace. Pero, ¿y eso qué?
– ¿Cómo que qué? –grita en mi oído, eso repercute en mi tímpano
–Sí, puede ser algo que él no controla. –lo miro por encima del hombro. Me reacomodo en la cama para tener una mejor percepción de sus caras, cruzando mis piernas sobre ésta.
–Está bien, dejémoslo así ese punto –se deja caer, aplastando sus pies con su culo –. ¿Qué me dices con que no te soporta?
–No tiene nada de sentido, eso que preguntas, con lo que quieres demostrar
–Si lo tiene. La única razón lógica que encuentro a que te odie, es porque le gusta Jasón.
Esto definitivamente, ha sobrepasado el nivel fantasioso. No solamente está acusando a Justin de homosexualidad, sino que también lo acusa de envidioso por mi noviazgo y, más parte, que eso resulta en el trato que me ofrece. No tiene sentido. Cómo si quiera puede pensar esas cosas sin ningún fundamento.
–Ángel, creo que estás loco. A él le gusta Kate, mi mejor amiga. Además en la madrugada lo escuche hablar con su novia, creo que se llama Taylor. –Aclaro, antes de que salga con que quiere meterse con Nelson y quitárselo a Lisa. Aunque eso no estaría mal, me gustaría Justin de cuñado
– ¿Cómo que lo escuchaste? ¿En qué momento? –Pregunta confusa Cecilia, al parecer sus piezas de rompecabezas no se juntan.
–Ahora en la madrugada me levente, porque sus ronquidos y movimientos no me dejaban dormir, aparte de que vomite – Uno que otro << ¡Qué asco!>> formulan mis primos –. Me metí en el baño, Justin salió al corredor y al parecer estaba hablando con su novia, que se llama Taylor. Después descubrió que estaba escondida en el baño, nos encerró y casi me besa.
Sisean entre dientes, y Cecilia aplaude como foca, dando brinquitos en la cama.
–Eso es ¡Asombroso¡ Lo vez Ángel, Justin no es de tu especie.
Me enorgullezco de mostrar un punto a favor de Justin.
Contrario a que mi primo mate sus especulaciones, el vuelve su mirada a mí. Y si, él siempre tiene algo que decir, nunca nadie le gana.
– ¿Cómo sabes que Taylor no es un hombre? –Regresa a la carga con nuevos enredos tele-novelescos.
–Que no has escuchado: le gusta Kate –Remarco el nombre, para ver si así deja de juntar tanta mierda incorrecta.
–Sí, lo he escuchado. Y solo sé que él es un closetero.
– ¿Qué es un "Closetero"? –Cecilia pregunta en viva voz mi duda.
–Son aquellos que aún no están preparados para que descubran su homosexualidad, y se cubren en sus supuestos gustos por las mujeres, pero realmente son solo escudos para que no los descubran. Pueden salir con ellas, pero sin que sientan atracción.
Estoy de acuerdo que soy una deshabilitada de recursos para ganar, y demostrar que Justin no es gay. Pero todo es tan tonto y fuera de contenido de lo normal. Tan solo sabía que existían heterosexuales, bisexuales, homosexuales, transexuales (estos aún no los entiendo). El mundo avanzado en diversas formar, en cosas tan sencillas, como los gustos a los demás. No tengo muchos motivos de réplica, porque, ¿Cómo opinar y ganar cuando no tienes conocimiento de nada? Para poder alegar, tienes que saber de lo que se habla, sino quedas como una inculta que quiere ganar a fuerzas. Y yo soy absolutamente nueva en este tema, así que me quedo callada.
–Nicole, no quiero hacerte sentir peor. Pero Taylor también es nombre de niño, puede ser...
–No, no puede ser nada –Lo callo al instante –. No debes de acusar a nadie sin fundamentos. Ángel, no puedes dar por sentado un hecho solamente por una maña. Lo conozco desde niños, sé que es afeminado, pero era porque se juntaba con niñas, además de que era muy tímido. Lo que tu estas diciendo sin ninguna confirmación, es muy bajo. Estás arruinando su reputación. –Me empiezo a exaltar y me levanto de la cama, poniéndome de pie en el firme suelo. Estoy en el estado de defensora –. No porque eres gay, justifica que te puedes comportar como una vieja chismosa, creando mentiras de todos y difundiéndolo. Él es diferente, diferente a ti, diferente a cualquier hombre. Cualquiera puede inventar cosas, pero no cualquiera cuenta con la capacidad de no creerlos. Date cuenta de lo que haces. No simplemente estas poniendo a juego su masculinidad, lo que haces es inventar algo para tu propio beneficio.
También mi primo se levanta, avivado por el incendio de mis palabras. Es más alto que yo, pero no me intimida; tengo un punto y defenderé a Justin. Alzo la cabeza para fijarme en sus ojos chispeantes de arrogancia.
–No trates de ponerte como el humilde corderito, bueno y manso. Aquí, entre nosotros, sabemos que tú también tienes cola que te pisen. ¿Qué quieres defender a Justin? Mis huevos. Si mal no lo recuerdo, has decidido conquistarlo. Así que no me vengas con tus aíres de puritana de mierda. Solo recuerda que la puta que engaña a Jasón eres tú. Y eso nadie lo cambiara.
Alzo mi mano y le aplano su mejilla con un puñetazo. Mis nudillos me arden de tan salvaje golpe. Y mis ojos se nublan por mis pupilas acuosas. Cecilia se levanta en un santiamén, y revisa la mandíbula de Ángel. Su boca sangra, pero su sonrisa de presunción no lo aflige.
Tengo toda clase de sentimientos topados en la punta de la lengua, gritarle que lo odio, o mismamente a propinarle dos golpes más. La irá me correo desde la punta de mis pies, y creo que van más allá de mi cabeza. Puede tocar, casi tangible, el humo que sale de nosotros.
Precisamente, esto es a lo que le temo cuando me molesto: golpear. Se acelera una parte de mi sistema nervioso, que manda señales a mis puños a relacionar. Me altero demasiado, y no consigo derrapar mis instintos golpeadores de René.
No lo sé por qué lo defiendo tanto, si fuera gay ¿A mi qué? ¿No soy yo la misma que proclamo que todos somos iguales y que las preferencias sexuales no importan? Él no tiene que marcar una tendencia para que me convierta en homofóbica.
<<No lloraras, René>> me digo ayudándome un poco.
Me apuro a caminar hasta la puerta, a paso rígido e incómodo. Rozó el brazo de Cecilia al pasar, y hace que se destantee y caiga en la cama.
Estoy hecha furia y ni siquiera controlo mi fuerza.
–Y lo acuso –continua Ángel antes de que pueda girar la perilla. Por alguna torpe razón, en vez de salir corriendo, me quedo parada con la puerta cerrada–, porque puedo asegurar que es un jodido gay de puta, closetero o no, ese joto me la lambe. Porque le gustan los hombres. Y aunque te arda, nunca me equivoco, a él nunca le gustaras. Me compadezco de ti, por más intentos que hagas, jamás caerá como todos. Espero que aprendas, que las zorras tienen su castigo. Y piensa las cosas que puedes causar antes de hacerlo, puta machito.
Cuando termina, salgo de la habitación azotando la puerta. Confió que mi abuelita Dolor este muy ocupada atendiendo a sus hijos, como para que alcance a escuchar ese ruido, porque eso la molesta.
Camino por el pasillo; todavía no desecho las lágrimas que me impiden ver con claridad.
<<No debo llorar. No ahora, no ahorita>>
Mi primo siempre ha sido así: se las arregla para decir las verdades de las personas. No lo culpo, me dijo lo que no quería escuchar. Aunque me moleste, me dio en el clavo. Tiene fundamentos bien puestos, para reclamarme como lo hizo. No soy nadie con un historial bueno de fidelidad. Son verdades que me hunden y se trasminan en mi interior con ligeros golpes que me cortan la manera de inferir.
–No se avientan las puertas, René –me reprenden.
Me congelo en mi siguiente paso. Doy un giro de 180º en mi eje de perplejo. No reprimo mis lágrimas, y salen. Caen de amontones, una tras una, derramándose por mis mejillas. Mis inquietes me inundan, y me es imposible luchar contra la corriente. El tiemble, muy conocido, casi ni se siente, pero persisto en ser más receptiva. Lo veo tan alto, puedo asegurar que se hunden sus hombros, y olvida la arrogancia de sus gráciles movimientos mientras se acerca a mí. Sus dorados cabellos, brillan por la puesta de sol que se acerca a esconderse entre las montañas, que irrumpe a través del ventanal de la planta de arriba.
Unos brazos fuertes y tatuados me rodean por mi cintura. Huelo en su pecho ese perfume duradero, que hace que cualquiera se sienta nada por tener el placer de olfatear su aroma. La ironía: yo era su heroína; y ahora él se convierte en mi héroe. Justin me hace sentir tan bien, tan pequeña. Siempre he odiado ser venerable, pero con el amo la idea de sentirme así: indefensa.  

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