Si quieres un Dolor, que te cueste.
Mis primitos ya no son esos traviesos pequeños llenos de pila inagotable, al parecer están sufriendo la conmoción de la partida a sus hogares. Unos cuantos se acercaron a mí y me dieron un beso; otros simplemente me bufaron y se alejaron con boquita torcida. No los culpo, todos partimos desde el mismo inicio: niños berrinchudos. Mis tíos tratan de aparentar que no les afecta en lo más mínimo dejar su tierra natal, Tijuana. Sinceramente, los tijuanenses deberían ser menos aprensivos con esconder sus sentimientos, dejarlos fluir y quitarse la terquedad.
Igualmente a todos los Hernández los adoro.
Miro, con cierta desolación, las montañas que se suman a un paisaje admirable. Inclino mi cabeza y achino mis ojos. El sol esclarea desde ese punto, en donde se divide una montaña de otra, y se cuela entre éstas para resplandecernos.
Ángel, Cecilia y yo, cuando teníamos la edad aproximada de 7 años, queríamos partir a las montañas y tocar con las manos el sol; se veía tan alcanzable, tan brillante. Peleábamos por decidir quién lo tocaría primero. Nos preguntábamos: "¿Qué textura tendrá?" y desvariábamos conforme a nuestras hipótesis. Ángel decía que sería igual que una gelatina y que podríamos revotar. Cecilia aseguraba que era como un moco (pegajoso) y era procedente del aíre. Yo juraba que sería como una pelota de plástico y que nos reflejaríamos en él como en un mismo espejo. Nunca decidimos ir al punto, porque éramos unos mocosos miedosos; pero si hubiésemos tenido un poco de valentía para ir a evidenciar quién tenía la razón, nos hubiéramos pegado con la muralla de la desilusión. Aquella que te deja noqueado de conocimientos comprobados por quién sabe cuántos científicos. Pero siempre he entendido, que el desconocimiento te abastece de irrealidades satisfactorias. Cuando desconoces no afecta en tus capacidades de imaginar; lo crees saber todo (a tu manera, pero igualmente cuenta), no limitas el pensamiento.
Creas, creas, creas... Y ¡Bang!
Te destruyen tus suposiciones erróneas, y te implantan los conocimientos comprobados. Ya no siquiera nos atajamos a pensar ideas nuevas. Nos dan todo simplonamente; y lo poco de aventurero que quedaba, es aniquilado.
Tía María me empuja, hombro con hombro, del marco de la puerta, pasa con sus maletas a cuestas; seguida por su sequito de hijos, encabezados por Carolina. Ellos se dirigen a Monterrey, de donde es originario el esposo de mi tía; ahí él los espera con gusto. Mi tía se acerca y me funde en una abrazo, me susurra algo como "cuídate mucho, ojitos verdes. Cuida a ese muchacho que tienes como novio, será un digno integrante de la familia Hernández". Me pierdo después de eso, no contesto y propagó mi sonrisa más incómoda que sincera. Carolina se vuelve, y me regala una sonrisa maravillosamente amplia. Le correspondo, y le digo adiós con la mano antes de que suba a la camioneta. Cuando la portezuela se cierra, se asoma por la ventanilla para aventar besos al por mayor. Mi abuelita se acerca sigilosa, se despide de todos ellos con besos; se aparta para darle espacio a la camioneta de arrancar. Cuando éstos últimos parten, Dolor no puede aguantar más y se derrumba en lágrimas, tambalea en el concreto de la banqueta. Quisiera ir en su ayuda, pero en vez de eso, me quedo estancada junto al marco de la puerta. Mi madre corre a su socorro y la toma por la espalda para que no se caiga. Me trago el nudo en la garganta, que se genera en forma de una pequeña molestia y mal sabor. Recorro con mi mano la puerta de madera, en un signo de impotencia.
Quisiera no dejar a mi Dolor, llevarla con nosotros a mi casa en San diego, ahí tendría un respaldo de su familia inmediata; pero ella es terca de corazón, y niega a dejar en el pasado todos los recuerdos que le acótense a esta casa. Cree que por abandonarla, estaría culminando la memoria de mi abuelo. Trata de sonreírle a la vida en todas las oportunidades que tiene; más sin embargo, extraña a mi abuelo. A su compañero de muchos años, y el amor de su vida para siempre. Quizá ella pudo escoger a un chico mejor, tenía una fila de hombres esperando una oportunidad suya; guapos y adinerados, que le hubieran caído mejor a sus padres. Pero su elección fue un pobre panadero, que la hacía reír a carcajadas y le revivía el ánimo cuando estaba decaída. Mi abuelo Ignacio fue listo, no le ofreció flores ni promesas hechas en el vacío del incumplido; él solo la enamoro con su sensatez y honestidad; nunca le dio más de lo que podía ofrecerle; tampoco cayó en el maleficio de las apariencias. Él tan solo fue... él. Y con eso le basto una vida de la misma felicidad y la gloria, en la que muchos se opusieron y negaron alguna benevolencia. Hubo tiempos difíciles, tantos que se necesitaría escribir un libro en los honores de su amor.
Mi Dolor se repite una frase célebre que mi abuelo le decía todos los días, al ver que los días pasaban y ellos estaban en la miseria de la pobreza: "Si quieres un Dolor, que te cueste". Asimismo les costó, pero igual prevalecieron juntos antes las aversiones de sus cercanos.
Suspiro, y prevalezco mi mirada en el horizonte. Extrañaré a Tijuana: su alegría, su encanto, su temperatura caliente y, sobre todo, a mi familia. Esto está cerca del fin, en un par de horas más, tengo que partir.
***
La incomodidad debe distinguirse en kilómetros de distancia. En lo cocina mientras le preparo un té matutino a mi abuelita, para que ésta se calme un poco; está Ángel en fregador lavando unos trastes sucios. Vierto agua caliente a una taza, cuidadosa de que no se derrame. El único sonido: los platos restregándose contra una esponja de metal y, al compás, un silbido omitido por mi primo.
¿Cómo es que llegamos a esto? Si yo para él era una hermana declarada, y él para mí lo mismo.
¿Fui la culpable? No lo creo. Fue su culpa totalmente; si no hubiera dicho una bola de estupideces que involucraban a Justin, nada de esto hubiera pasado.
<<Ángel y su olvidado tacto para tratar de temas delicados e imposibles. >>
Resoplo mi fleco que me estorba de mi visión.
¿Acaso yo no sabía que era así? En realidad, siempre he sabido que Ángel es un tonto que no puede contenerse a decirles a la personas lo que siente respecto a ellas; y estaba bien para mí, porque es honesto sin caer en la bajeza de la hipocresía. Él era alguien con el que podía confiar para decirme la verdad. Si le preguntaba acerca de cómo se me veía una falda, y mi mamá me decía que me veía divina, él me secaba del engaño y me respondía sin mentirme; aunque eso implicaba tener que dejar de ponérmela. Entonces, ¿Qué diferencia hubo esta vez? Solo me dijo la verdad, sin engaños. Era lo que no quería escuchar, escuetamente.
A veces llegamos a ofendernos por comentarios que nos hacen, que de sobremanera sabemos que son verdades, pero no queremos reconocerlo. Nos ofendemos y creemos que son unos chiflados que están en nuestra contra. La única realidad es que son cosas que detestamos de nosotros mismos, que odiamos no poderlas cambiar; porque aunque las cambiáramos, seguirían estorbándonos como la sombra que va con nosotros. Todos hablarían de ello, y no de los méritos que hacemos para poder redimirlos.
Tomo una cuchara del cajón de los cubiertos, que está a lado de la estufa. Revuelvo el contenido de la taza para tener un líquido homogéneo. Trago un par de veces saliva, y me dispongo a diluir ese nudo en mi garganta que me vuelve cobarde. Tengo que sacarlo, y destruir esta atmosfera ahogante.
–Lo siento, pequeña. –Dice Ángel, sin distraerse de su acción de secado de platos y su postura encorvada.
–Fue mi culpa. –Acepto. Me asombro de la rápido en que conseguí hablar.
Ángel se acerca discreto, deja los platos remojando y el agua caer sobre ellos; la espuma se desborda por el fregadero mientras dejo la taza sobre el pretil. Retiene mis manos sobre las de él, y da un masaje en mi dorso con su dedo pulgar.
–Fuimos unos completos pendejos. –Una risilla se escapa entre mis labios. Y tiene toda la razón: los dos fuimos unos estúpidos. –Pero sí, fue tu culpa. ¡Toda tu culpa!
Lo fulmino con la mirada, pero al igual ríe por mis muecas. Me estrecha a su cuerpo mientras frota su barba rasposa en mi mejilla. Ronroneo como un gatito. Él sabe lo mucho que me gusta sentir la barba creciente de un hombre.
–Sabes que pegas como niño, cariño. O sea, ¡Nunca en la vida, ni un mismo hombre, me había golpeado tan fuerte como tú! –Le pego en su costada sutilmente. –Eres un niño malo, Nicole.
Después de llevarle el té a mi abuela, y él término de lavar los trastes sucios; nos sentamos en la mesa y reímos más, lo que pareció ser una infinitud. La casa practicante esta desalojada, ya no se escuchan el ruido catastrófico de niños desordenados corriendo por todos lados. Es diferente, hay una armónica serenidad, que es para mí una alegría suprema con la que va acompaña la reconciliación de mi primo. Somos nosotros: sencillos y sin pelos en la lengua. Me cuenta acerca de sus problemas con su novio, Lan (del cual no me había contado porque era una relación secreta). Se conocieron en una fiesta organizada por su preparatoria; Lan no acude a la misma que mi primo, pero fue invitado por algunas de sus amigas. Ahí solo hubo contacto visual y uno que otro roce inocente, sin ningún indicio a un acercamiento más directo durante la velada. Al terminar la fiesta, Ángel fue hacia con él y le pidió su número de celular. En asuntos de conquista, mi primo es parecido a mí: nos gustan las cosas directas y sin cohibiciones. Desde ahí floreció su amor, y fueron saliendo constantemente, manteniendo un noviazgo de enteros tres meses.
Es más de lo que los demás podían esperar. Los gays están bajo un estereotipo muy decadente. Piensas que por ser homosexuales (ambos hombres), no podrán ser fieles; porque los hombres son infieles y promiscuos por naturaleza. Algo en lo que no coincido. Está demostrado que cualquiera puede engañar, sea cual sea el caso que los impulsan a hacerlo. Ahí esto yo, una caso palpable que la infidelidades se da tanto en hombre como en mujer.
Ahora mismo están peleados, porque Lan se niega a hablar con sus padres acerca de sus preferencias. Sus padres son muy conservadores y religiosos, como para aceptarlo de buenas a primeras. Mi primo le puso un ultimátum: le dice a todos que él es su novio, o hasta ahí termina su noviazgo. Creo que está poniéndole algo de presión a su relación. No pienso que sea correcto que lo haga. Le aconsejo que le dé tiempo, que no para todos es fácil hablar sobre un tema tan delicado.
Luego pasamos a otros temas más alegres, sobre la confirmación de su participación en la boda de mi prima, como su ayudante en la ceremonia y fiesta. Será un tipo como organizador de bodas, y eso lo entusiasma. Me comenta de su ilusión de estudiar sobre eso, y le anticipo que él será quien organice mi boda con Jasón. Eso de alguna manera le fascina más, y me abraza hasta que siento que no puedo respirar. Le calmo diciendo que para eso falta mucho, y que en ese lapso de tiempo se puede preparar. Me promete que será la boda más hermosa de todas, de esas que te conmueven y te sacan las lágrimas. Pero yo solo me conformo con casarme con mi gladiador, lo demás me da igual. Siempre y cuando sea que me case por amor de verdad, de ese que no lo puedes dejar de amar hasta más allá de una eternidad.
Ángel toma mi mano y la sobrepone en la mesa. Me mira con su ojos serenos, y no puedo dejar de preguntarme << ¿Qué estará pensando? >>
–Nicole, tenemos que hablar de una cuestión más seria.
Me hundo en la silla, y acomodo un codo sobre la mesa para apoyar mi mentón sobre la palma de mi mano.
–Dime. –Contesto surcando mis cejas.
–No estaba bromeando cuando te dije lo de Justin. –Suelto su mano y ruedo los ojos. Ahí va con la misma tontería. –No quiero que esto sea una estúpida idea dicha por un gay envidioso. Es una verdad, mi vida. Y tengo que advertirte que terminaras rechazada y dolida. –Giro mi cabeza otra dirección, asía el fregadero donde lo acompaña un montón de platos relucientes de limpios, para que no vea mi mueca de desdén. Él odia cuando deliberadamente trato de ignorar sus sermones. –Nicole, te amo, eres mi prima y no quiero que te caigas de una torpe ilusión.
Refunfuño mientras me cruzo de brazos sobre mi pecho y me recargo en el respaldo de la silla. Mantengo un esfuerzo sobrehumano para no enojarme con él.
Lo comprendo, me ama y no quiere que salga lastimada. Pero lo que a él no le entra, es que de ninguna manera permitiré que esta efímera atracción, termine por arruinarlo con Jasón. Él es mi todo, y yo soy el todo de mi gladiador. ¡Ya jamás me arriesgare por nada!
Sí, Justin es un nada de nada; no me quiere contar sus miedos y abrirse de corazón conmigo para encontrar una solución, ¡perfecto! Así será entonces. Él por su lado y yo por el mío. Lo intente, no quiso aceptarme, ahora que se abstenga a conllevarse con mi desprecio. No hay necesidad de estar siendo tan vilmente rechazada.
–Deja de preocuparte, ya supere eso. –Ejerzo mi contestación entre dientes. Él niega con la cabeza en desaprobación, y vuelve a cubrir su mano con la mía.
–Escucha. Justin te gusta... –Cuando lo intento callar, me quedo sin una protesta contundente. Miro por sobre ambos de mis hombros, para verificar que Jasón no este por ahí espiando. Me relajo cuando confirmo que sigue afuera acomodando las maletas junto con mi padre, hermano y Justin. –Lo veo cuando tus mejillas se enrojecen.
De inmediato que termina esa frase, suelto una carcajada estrepitosa.
¿Mis mejillas sonrojadas? ¿Qué es eso? Yo nunca me ruborizo, debe de estar fallándole algo en sus ojos. Soy pálida y sin intención de enrojecerme.
–No te rías que es la verdad. –Asevera señalándome con su dedo índice. –Deberías de verte en un espejo para que veas la cara que pones. De veras, prácticamente hay un letrero en tu frente diciendo "Loca por Justin". No sé cómo, siendo tan obvia, Jasón no lo nota. Debe de traerlo hechizado o algo por el estilo.
Hasta ahora tomo como verdaderas esas suposiciones, hay algo de afabilidad en ese descubrimiento. Lo de las mejillas, le doy una razón amena, porque sucede que cosquillean, única y exclusivamente, cuando Justin esta cercas. Es una bella reacción que me altera, y hace avivar a todo lo demás.
Recargo mis brazos en la mesa y me acerco, todo lo que es posible, al rostro de mi primo. Se le saltan los ojos, por mi mirada de maniaca que le ofrezco. Trata de retroceder, pero lo tomo de su cuello para que no lo haga.
–No vuelvas a decir eso, que nos pueden escuchar.
–Lo que sea. Ese te gusta, y no puedes porque es ¡Gay! –Su entrecejo se frunce y chasquea los dientes. Me dejo caer lentamente a la silla, como si me hubieran dado con un tronco en la frente y cayera en cámara lenta. Me sujeto de los bordes de la mesa y busco refugio en la mirada, llena de sabiduría, de Ángel.
– ¿Cómo lo sabes? –Le pregunto con un deje de verisimilitud.
–Llámalo "Sexto sentido de homosexual" –Guiña un ojo y sonríe con petulancia.
Aminoro mi búsqueda de ideas sobre contradecirlo. No tengo una idea buena que lo saque de su error. Así que solo asimilo la idea como cierta.
¡Y al diablo con que sea gay! ¡No me importa!
Ángel carraspea poniendo su mano en un puño y llevándoselo a su boca, se remueve en su silla y agacha su mirada a la mesa, alternando a sus ojos de ir bamboleando de un lado a otro.
–Justin es gay, ¡Genial! –Extiendo mis brazos en el aíre para estirarme un poco y darle un énfasis de falsa alegría por ello.
– ¿Quién dice que soy gay? –La voz áspera de Justin, me saca un retorcijón en mi estómago. Presiono mis ojos y me delimito a no temblar por el embrague de su colonia.
¡Demonios, volví a meter la pata!