Capítulo 32

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  "¡Alerta! soy gay, no debes fijarte en mí" (Parte 2).


Mamá se despertó temprano, lo que hizo incitarme a imitarla. Toda la casa está en ruidos sórdidos. Lo que a mí respecta, podría figurar como la tendencia de mamá en acomodar la casa, estaba surgiendo el auge por la mañana. Casi olvido que es sábado, día de limpieza general.
Lo primero que me encuentro, al abrir un ojo, es la cara de mi primo; roncando muy cercas de mi rostro y su aliento matutino colándose por mis fosas nasales. Su cabello negro y alborotado; la insipiente barba; la mandíbula relajada; las manos metidas debajo de la almohada. Niego con la cabeza al percatarme de su labio inferior mordido e hinchado. Su encuentro de anoche —con quién sea que la hubiera pasado— fue de todo menos calmado. Ni dormido podía simular ser un Ángel. Noto que no se tomó el tiempo de desvestirse y colorarse su pijama. Al parecer llego muy tarde de su fiestecita.
Observándolo, los bochornos de nuestra infancia me cruzaban por la mente. Nuestras complicidades y maldades por igual. Tenía intención de quitarle un mechón de cabello sobre su frente, pero resistí la tentación. Cuando éramos chicos, era muy susceptible al tacto. Con cual mínima caricia, despertaba con ojos de halcón, decidido a golpear a quien fuera que lo hubiera despertado.
Cuanto habíamos cambiado desde entonces.
Me tiro sobre mi espalda y contemplo el techo, apoyando mi nuca sobre mis brazos. Si cierro los ojos, todavía tengo oportunidad de revivir mi sueño.
El cielo abriéndose a una lluvia de estrellas, en las que brillaban como si fueran sobreprotegidas por electricidad. Podía recordar el paseo que di por la vereda camino a las montañas cercas de la casa de mi abuela. Los pinos que parecen amigos eternos del anonimato, el acantilado que oculto entre ellos. La tierra agrupándose para creer una malla protectora de caídas.
En dicho sueño estaba sola; pero no tenía miedo. (Lo que es raro para alguien que se alimenta de la compañía.) Lugo gritaba en lo más alto de la montaña, y el eco me contestaba; yo solo sonreía. Después de gritar, me distraje quitando las ramas de los árboles, y las empecé a aventar al cielo. Éstas volaban y me caían en la cara. (Todo lo que sube, tiende a bajar; como diría Newton.)
Quizá no fue el sueño más profundo o largo, pero me calmo y me dio paz.
Fue como si me hubiera concentrado en reunir todo aquello que me hacía feliz. Porque no solo está en los hechos materiales en los que pagas de dinero por ellos, o en la familia que tienes, o las personas que te siguen y acompañan. Mi paz espiritual se encontraba en la naturaleza que desconozco cuando despierto. En detalles que no distingo cuando es ya de día, y los reconozco en la seguridad de mis sueños y fantasías. La paz es el estado de transición de la relajación.
Temía, que al dormir, tuviera pesadillas; y éstas no se presentaron, lo cual me dio alegría al salir de la cama.
Ángel se removió las sabanas al estirarse. Yo salía del baño con mi toalla puesta en mi cabeza y con el albornoz cubriéndome. Mi primo se sorprendió al verme y reprimió un bostezo. Miró el entorno para percatarse que no estaba en su habitación en Tijuana. Esa desubicación me dio indicios de saber que había llegado de milagro y pasado de copas.
En cuanto me quite la toalla de la cabeza, tire de ella para pegarle en el pecho. Mi primo me frunció el ceño de muy mal humor.
— ¿Qué haces? —Se quejó. Apoyó sus codos sobre la cama y sus ojos apenas se abrieron, todavía despabilándose.
— No. ¿Qué haces tú? —Lo reprendí, cruzándome de brazos.
— Acabándome de despertar. ¿Y tú? —Consiguió protestar con el otro golpe con la toalla que le metí. Cuando se levantaba, en algunas ocasiones, era un pedante e irónico. No, corrección, él es así todo el tiempo, salvo cuando se duerme.
— ¿A qué hora regresaste? —Hice el intento de parecer una madre regañona. No funciono. Enseguida que Ángel se levantó y posó su altura de un metro y ochenta y más, me despojo al papel de la enana que parece una ridícula.
— A una hora. —Me respondió con una evasiva y falsa sonrisa. Caminó directo al espejo de mi tocador y miró su rostro con cierto horror. Tocó todos los puntos de su rostro, desde la frente hasta su piocha.
Lo único que le podía encontrar de extraño en su aspecto, son sus ojeras casi moradas y su labio inferior mordido; de ahí en adelante, todo era tan normal y bien parecido.
— ¿Y cómo le explicaré esto a Lan? —Se volvió con sus dedos sujetando su labio dañado. Parecía que hacía un puchero. Reí sin poder contenerme al ver su cara media preocupada. Me encogí de hombros, sin respuesta—. ¡Oh, cállate! Esto es serio, Nicolasa. ¡¿Qué haré ahora?!
Seguía un poco estancada con la manera que adquirió para llamarme: « ¿Nicolasa? »
— Quizá, ¿decir la verdad? —sugerí inocente, bateando mis pestañas. El gesto de Ángel no cambio, siguió reprochándome con la mirada como si fuera mi culpa.
— Si vuelves a hacerte la sarcástica, te corto una teta —me apuntó con el dedo. Levanté las manos en signo de rendición—. Es en serio, ¡maldita sea! ¡No le puedo decir que me jodí a otro en su remplazo!—explotó dando tumbos al piso con su pie descalzo. Me parecía insultante quedarme estática, así que aplique un poco de crema reparadora a mi cabello mojado.
Entendía su desesperación. Antes fue víctima de algo parecido. Hice esas ideas volar de mi cabeza. No quería, más bien, no necesitaba recordar asuntos del pasado. No ahora que me había levantado tan volátil como una pluma; tan segura como un tronco. Ya después, podía preocuparme por todos.
Ángel tenía la cabeza gacha y sus palmas apoyadas en el tocador, reflexionando —posiblemente— las mentiras que lo podrían cubrir de su engaño. Mi primo cubría mi cuerpo en frente del espejo; alargue mi mano para frotar su espalda, dándole un poco de ánimos.
— Cariño, quizá ahora no debas preocuparte por eso. —Hable despacio y pausado¬—. Todavía queda el día de hoy para quedarte en San Diego. Dame un poco de alegría en tu estancia, ¿sí? ¬—suplique para mis adentros.
El reflejo de Ángel en el espejo es una sonrisa renovada.
¬— Tienes razón ¬—se volvió y sujetó mis hombros¬—, hoy no me preocupo por eso. ¬—Me da un beso tronado en mi mejilla¬—. Lo mejor es bañarme para ver si consigo mejorar mi pinta. No creo que a mis tíos les agrade mi facha.
Lo miro de arriba a abajo. En efecto, está muy desalineado. Además le falta rasurarse la barba, aunque no afectaría a su apariencia.
¬— Está bien. Necesitas arreglarte un poco. ¬—Antes ignoraba que su pelo estaba seboso, pero ahora, observándolo mejor, me doy cuenta que le falta una ducha refrescante.
Me guiña un ojo antes de que entre al baño a ducharse, le saco la lengua y le viro los ojos en contestación.

El pasado deja su huellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora