Lo que no dije.
Lo primero que olfateo cuando llego a casa, son los deliciosos panqués de zanahoria. Dejo las lleves en la mesita de a un costado de la puerta de entrada. Ajusto mi coleta y aspiro, llenándome del dulce olor de mi postre favorito. Me estomago gruñe al comprobar que es mi madre preparándolos. Me quedo apoyada en el quicio de la cocina. Mi bien amado padre se encuentra sentado en una de las sillas del ante-comedor, chupando la cuchara de la mezcla. Ellos no se inmutan de mi presencia; están concentrados en su labor. Mi cuadro familiar estaría completo si estuviera mi hermano con ellos. Nelson debe de estar en su departamento con Lisa; quizá cenando y compartiendo su día. Absorbo la melancolía que me causa no tenerlo conmigo. También, me pregunto, qué se sentirá compartir un hogar con el ser que amas. Dejo esa pregunta inconclusa, porque sé que esa respuesta me guiará al fango del llanto sin control. Aunque nunca sabré el qué se siente despertarme y ver la cara de Jasón en mi cama, compartiendo un hogar; y nunca experimentaré la gloria de ser una mujer casada. No sin él.
–Mi niña, ¿cómo te fue con Kate? –Pregunta mi madre; su cara se ilumina al ver que he salido de mi cueva. Zangoloteo mi cabeza y dejo ir los pensamientos frustrantes que se colapsan.
–Bien. –Contesto sin ningún entusiasmo, sin intensiones de quedarme charlando. Papá deja el cucharon en la mesa y se vuelve conmigo con una ágil sonrisa. Solo lo miro, incapaz de corresponderle.
– ¡Tu madre está preparado panqués! –Me avisa. No me pasa desapercibida su alegría.
–Sí. Te encantaran, mi niña. Les puse un poco más de batido como te gusta. –Mamá me sonríe amplio. Recuerdo que yo solía sonreír así. A mí me encantaba sonreír. Todo el tiempo. Ahora todas mis sonrisa parecen forzadas; no hay ninguna genuina. Ella se seca las manos en su mandil y se me acerca. Me alejo dos pasos. No necesito abrazos; he tenido demasiados. Se queda con los brazos extendidos, y baja la guardia cuando nota mi rechazo. Por motivos extraños, mi voluntad de entrarle a la vida, se desmoronaron en cuanto cruce el portón de entrada.
–Me voy a mi habitación. Necesito descansar. –Les informo con sutileza. Me doy media vuelta para salir del área de cocina.
–René, detén esto. –Me paro al escuchar la voz de mi padre, firme y decida a regañarme. Él nunca utiliza esa forma, al menos de que este verdaderamente disgustado con algo –. Tú no eres así, hija. –Me muerdo mi labio superior. Más que un correctivo, me pareció que fue un reclamo.
–Yo soy así. –Me atrevo a contestarle, aunque sé que está mal que le dé la contra. Dentro de mí está esa pequeña obstinada que busca defenderse; aunque sé que es tonto, porque de ninguna manera yo dejaba de sonreír antes. Antes de él, antes de que me quitaran una parte de mi felicidad (por no decir toda).
– ¡No, Nicole! –Mamá protesta. Me doy cuenta de su tono chillón que me grita. – ¡Tú eres una chica de la alegría, llena de energía, vivaracha, caprichosa y tenaz para alcanzar cualquier meta!
Los encaro. Le doy frente al gesto áspero de papá con sus mejillas rojas, y a mamá con sus cejas en alzadas, rogándome que despierte de la tristeza.
Jamás podré agradecer lo suficiente por tenerlos, por los regaños que me dan, por sus desvelos, por su preocupación autentica, por sus consejos y cariños, por sus amenazas y, sobre todo, por su confianza.
Me encojo de hombros antes de contestar –: Nunca podré ser igual. No sin él.
Papá se levanta de su asiento y sacude mis hombros; sin mucha fuerza, o igual no siento que me lastima. Sus ojos verdes, que siempre admiro, están mermados por la frustración.
– ¡No eres ésta! –Me grita – ¡Hija, regresa a ser como eras! ¡Despierta! ¡Estás viva!
– Quisiera no estarlo –mascullo mirando el suelo.
Sé lo mucho que él detesta que haga eso, a él no le gusta verme bajar la cabeza ante nadie, pero no tengo mucha voluntad de ver como se palidece por mis palabras.
Me suelta sin mucha delicadeza. Veo sus zapatos andar, luego se reúnen con unas zapatillas de tacón (mi mamá).
El temperamento que tiene mi padre, siempre me ha asustado; pero eso no ha logrado mantenerme a raya de mis acciones. Cuando lo saco de sus casillas, es de todo menos amable. Ese señor corpulento de olvidadas canas en su pelo, guapo e imponente, me ha curado los raspones de mis rodillas y me ha dado seguridad. Parte de lo que soy se lo debo a él y a sus enseñanzas. Quizá si nunca lo hubiera desesperado, jamás hubiera aprendido.
– ¿Qué está pasando? –El desconcertado Nelson llega a mis espaldas. Mi cuadro familiar está reunido en un momento de tensión. Justo lo que necesitaba: una distracción para huir a mi habitación, lugar de donde nunca debí de haber salido.
«A esto le llamas salir adelante. –Se mofa una vocecita en mi interior –. Que rápido mandas tus intensiones a la mierda»
–Tu hermanita que quiere morir –contesta mi padre con tono despectivo, furioso y dolido por lo que dije.
Él no me educo para que fuera una cobarde que le teme al mundo solo porque su novio murió; él me educo para sobresalir de cualquier dificultad. Y ahora me pregunto « ¿Dónde quedaron esas enseñanzas?»
Nelson pone su brazo sobre mis hombros. Mi hermano quiere defenderme. Él siempre lo hace cuando percibe que me he quedado sin fuerza para discutir. O lo hace por mera complacencia de sentirse el mayor. Más adelante le agradeceré por hacerme sentir indudable.
–Papá, deja que yo hable con ella.
–No. Tu hermanita se queda a escuchar lo que le voy a decir. –Es curioso que deje de pasar de ser "Hija" a ser "Tu hermanita".
Mamá toma el brazo de mi padre, frotándolo. Trata de curar su enojo, pero no lo logra. No hay nada que enfurezca más a mi padre que yo; posiblemente es porque somos de carácter parecido. Mi madre y hermano solían pedirme que me callara cuando intuían que venía una discusión.
–James, cálmate. Por favor. –Suplica su esposa.
–Yo lo arreglo, papá. –Vuelve a implorar Nelson.
– ¡Mírame a los ojos cuando te hablo, Nicole! –Retumbo por lo mordaz que se escuchó. Instintivamente, lo hago. Me hayo perdida por la profundidad verde de su mirada. Ésta no es una mirada de regaño, es una mirada de desesperación, llena de decepción por no lograr que su hija se reintegre a lo que era antes –. Escúchame, René –su gesto se dulcifica. Me acuerdo que así sonaba cuando me explicaba algo y no entendía. Mi madre está acongojada a su lado; registra a mi dirección. Nelson me da un apretón a mi hombro, y se lo devuelvo tomando su mano
–Nosotros te necesitamos. –Vuelve a hablar mi padre con autoridad y afabilidad. Como el portador de la manada, porque mi madre y hermano asienten –. Quisiéramos que no hubieras tenido que sufrir tanto –Toma mi rostro entre sus dos grandes y porosas manos –. Sentimos lo que le pasó a Jasón; no merecía morir –parpadeo y me corre una lágrima. Mi papá la limpia con su dedo pulgar –. Como tu padre, desearía hacer lo que sea para no verte sufrir. –Mamá acaricia mi nariz, diluyendo las arrugas que se formaban. Le agradezco el tacto que me hace sentir protegida. –Si yo lo hubiera podido evitar, te juro, mi niña, que hubiera hecho lo que fuera para salvar a Jasón. Pero eso no está en mis manos; lo que está en mis manos es ayudarte a continuar, a sacarte esas ideas pendejas de no querer vivir más. ¡No quiero perderte, René!
»Me pongo en los zapatos de los Señores Anderson, y los admiro. No sé cómo hacen ellos para soportar la muerte de su único hijo. Si yo los perdiera –pasa saliva, tragándose el nudo en la garganta por la simple idea –, no pudiera soportarlo. Por eso te entiendo. Entiendo que sin Jasón sientes que no hay más, que sin él no podrás continuar. Y sé, con absoluta seguridad que se podría confundir con cinismo, que no encuentras de qué aferrarte para no tumbarte por completo. Pero agárrate de mí, de tu madre, de tu hermano, de tu abuela, de tus primos, de tus amigos, de todos los que te amamos, incluso de Jasón que te está mirando donde quiera que esté, y verás que juntos te levantaremos. Seremos fuertes y nos mantendremos unidos por ti. Porque nos importas, y porque si Dios te dejo aquí es por una razón –evito rodar los ojos ante la mención de "Dios". Aún sigo molesta con su mandato de quitarme al amor que me colmaba de alegría –. Él tiene dictámenes incomprensibles, y nadie ha podido explicarlos: cada quien los comprendemos a nuestra manera. Pero lo cierto es que, es para nuestro bien.
»Hija, te queremos con vida; queremos que nos enfades y nos discutas sin motivo; queremos que andes de un lado a otro derrochando risas; queremos que nos agobies con tu voz cantarina; queremos que seas tú con toda tu altanería. ¡Te amamos! Anímate por nosotros; Jasón no querría verte triste.
Mi pecho cimbra al evocar la voluntad de mi gladiador. Prácticamente, su intención en el último año y dos meses que tuvimos de noviazgo, era el protegerme, amarme y hacerme feliz. Todo eso era una responsabilidad muy grande. Y lo logro con notas altas de excelencia. Si seguía con ideas negativas, él no podría nunca descansar en paz, porque el prometió siempre hacerme feliz. Él era/es alguien que cumple sus promesas. Yo –como siempre –estaba haciendo algo para dificultar la resolución de su promesa. Apuesto que ahora está buscando a alguien que pueda ser su relevo en la tierra; quizá mueve todo lo que está en sus posibilidades para encontrar al siguiente hombre que dejará entrar en mi vida para yo poder amarlo, como lo ame a él.
Y, ¿Cómo sabré que es el indicado que mi gladiador me manda?
Sencillo, me tiene que provocar lo que Jasón hacía en mí. Me tengo que sentir protegida y única cuando esté a mi lado. Que tan solo con su presencia haga que mis sentidos se agudicen a su máxima expresión, dejándome desconcertada y deseosa de conservarlo. Tiene que invertir mis desvirtúes, a un cambio para el bien.
Mi padre sacude mi cabeza y me pega sus labios en mi frente. Mamá y Nelson me abrazan, y no soy capaz de hacer otra cosa más que llorar.
–Te amo, Renecito –me dice mi hermano en el oído.
–Te amo, hija. –Dicen mis padres al unísono.
«Saldré adelante», me recuerdo con incondicional seguridad.
***
Cuando estoy en mi habitación, despojada de los fluidos ruidos del exterior, recostado en mi cama con la mirada fija a la ventana, no hago otra cosa más que repasar los acontecimientos de este último mes. Antes no había pensado las cosas con lucidez y con confianza de que vendrán cosas mejores; parece ser que la neblina desapareció y ahora me guía la luz del Sol.
Esta por culminar un día. El día en el que cierro un ciclo y me uno voluntaria a renacer. No se me ocurrió una idea mejor que organizar una lunada en la playa, esta misma noche en honor a mi novio, ahora muerto. Invite a los más cercanos, pero no me sorprendería que fueran más de los previstos.
Me puse mi vestido color coral, el mismo que utilice en nuestra primera cita oficial como novios y el que use en la cena de bienvenida de los Bieber; este vestido es mi favorito. Y lo sería por una larga temporada.
Después de vestirme, me eche a la cama, en la que ahora estoy postrada contemplando la ventana. En el ocaso me perdí por los magníficos colores, amarillo y naranja con un tenue rojo. Esa era una firme señal de mi nuevo propósito de enmienda.
Quien quiera que hubiera dicho que de las muertes no se aprende, se equivoca. Esa es la lección más grande que puede existir. En el momento de la perdida, puede ser que te desanimes y no exista nada que te haga ver que habrá un bien después de un mal. Pero es la misma tristeza que no te deja ver más allá.
Lo más fructífero que saque de esto (claro, después de llorar por nueve días) es que el amor rige en todo ser que respira. Muchos piensan que el centro es el dinero, otros los placeres mundanos, unos cuantos el poder; y yo solo digo que todo eso los dirige al amor. Puede ser ideas ilusionistas de una niña caprichosa la cual perdió a su novio, pero no es así. Esto me dio a entender que el amor está latente en cualquier lado. Lo efímero de este descubrimiento, es que el amor te destruye más que cualquier pretensión. Conmigo hizo lo que se le vino en gana; me manejo tal cual una marioneta. Pero no me quejo de ello (o quizá cuando no estoy de buen humor).
Bajo las escaleras con ligereza. Olvido el tonto dolor que siento en el corazón, porque Jasón no será el que me recoja en su auto. Por brutal que suene, esta será la última noche que le llore. Y lo digo muy enserio. Jamás volveré a pactar con las lágrimas en su memoria; ahora serán sonrisas las que me enverguen en su recuerdo.
Mis padres están en la sala. Nelson debió irse cuando estaba en la ducha. Como es costumbre, mamá esta recargada en el hombro de mi padre mientras miran la televisión. Ahora sintonizan el canal de deporte. Ellos tienen un acuerdo que les ha funcionado a lo largo de su matrimonio: primero novelas, después hasta que se nos cierren los ojos por ver deporte.
Paso con ellos y me despido de ellos con un beso. Me desean suerte; papá me repite que yo soy la fuerte y obstinada de la familia. Aquello me hace sonreír. Cruzo puerta con un nuevo entusiasmo que no es fingido.
«Lo haré por ti», miro al cielo en cuanto el pensamiento me cruza por la mente. Hay muchas estrellas y la luna es menguante. Será perfecta la noche para la fogata.
Kate me espera arriba de su auto, con Justin en el asiento copiloto. Ambos me miran al caminar, y no hago menear las caderas para atraer la atención. Ese truco era solamente especial para mi gladiador. Cuando estoy adentro, los novios (¿Amigos?) giran el rostro para observarme. Justin se muerde el labio inferior, y sé, por el tiemble de su mano, que está guardando las ansias de peinar su cabello.
– ¿Lista? –Me pregunta Kate. Asiento cortantemente,
***
No me equivoque al imaginar que la playa estaría repleta de amigos de Jasón. Gran parte de compañeros de la preparatoria están aquí. Ver a todos congregados a la memoria de un ser maravilloso que no debió irse tan pronto, me fanatiza. Esto es a lo que mi padre se refería: ellos me mantendrán levantada.
La fogata está encendida, y nosotros la rodeamos, sentados en la arena. Abrazo mis brazos para no sentirme tan sola. Me siento la tercera rueda con mis amigas y sus novios. Soy la línea límite para ambas parejas. Justin está a mi lado y Victoria por el otro. Mi amigo, eventualmente, con Kate recargada en su pecho, me da un apretón en la pierna cuando las lágrimas se me acumulan. Si Jasón estuviera a mi lado, no me dejaría de besar y decir que ama hasta el infinito. Lo deseo conmigo.
No lo niego, está noche también he llorado en el hombro de varios de los amigos de mi gladiador. La dinámica es pararte al centro y contar una historia compartida con Jasón. Todos lo haremos, sin excepción. No puedo evitar derramar unas cuantas lágrimas con un poco de risa, con lagunas de las historias. Me hicieron recordar cuando Jasón se pegó en un poste de luz por saludarme; ese recordatorio, sin duda, me hizo estallar en carcajadas con sollozos. También cuando fue su primera pelea callejera, y él estaba muerto de miedo porque no sabía pelear. Eso me termino de matar de la risa. No puedo imaginar a Jasón con miedo; él tenía los músculos perfectos para derribar a quien fuera de un golpe. Supongo que eso fue cuando no nos conocíamos.
Jasón era tan tonto a lo relacionado conmigo. No hace falta decir que le cambie su vida. Aquello me llena el pecho de orgullo.
Victoria, a mi lado, se retira una de las lágrimas que le lograron brotar y se acorruca, con mayor fuerza, a Brad. Éste la consuela son unas palmadas en su espalda. Debo de agradecerle mucho a Brad por no dejar a Victoria sola. Cualquier hombre lo haría en su situación. Es decir, quién querría liderar con una novia llorona. Creo que es admirable.
Me topo con la mirada del brillante novio de Victoria y le sonrío. Tienes unos selectos ojos grandes y azules. Ella se encuentra inmersa en su llanto que no se da cuenta.
La ironía de esta reunión, es que la idea principal era celebrar a Jasón, y ahora muchos lloran. Creo que aún no han sacado lo suficiente. Ni yo tampoco. Me sorprende que después de tanto llanto, aún tenga lágrimas.
Cuando es el turno de Victoria para hablar, ella se levanta, insegura, y sube sus pantalones. Brad (el que antes nos relató una historia graciosa) le da un beso en la coronilla con la que la alienta.
–Jasón era un tipazo –comienza Victoria con una sonrisa. Sorbe de su nariz y continúa –: pero eso ya lo sabíamos todos.
»Pero lo que nadie sabía, es que me sedujo a espaldas de Nicole. Me besaba y yo le correspondía. Él podía besar tan bien. Aun siento sus labios palpitar con los míos.
»Amiga Niki, lo siento, pero él estaba muy bueno.
Victoria deja de hablar y me mira con compasión y vergüenza. Se hace un silencio. Todos me miran directamente. A mí se me va el alma del cuerpo.
» ¡Na! ¡Mentira! –comienza a reír Victoria y hasta se retuerce –. Deberías de ver visto tu cara, Nicole –se mofa con su carcajada –¡La vieron! ¡la vieron! –Todos irrumpen a reír, menos yo que frunzo el ceño. –Era como una mirada de "Te voy a matar perra mal hecha" –Continúa atragantándose de la risa hasta que ella suspira y se recupera –. Lo siento, lo siento –Suspira de nueva cuenta. –Esto ya es enserio.
»Jasón, si me estas mirando desde el cielo, discúlpame por insultar tu memoria. Pero sé que estarías de acuerdo a que rompiera el hielo, esto ya parece tu funeral, otra vez.
»Bueno, no tengo mucho que decir, salvo que Jasón era un Tipazo. Pero eso ya lo dije, así que mejor me siento.
Cuando vuelve a ocupar su asiento, se hace un lado. Muy conveniente para no poderle tirar un golpe. La miro de reojo y le hago una señal con mi dedo corazón. Victoria tiembla falsamente. Me contengo para no sacarle la lengua y parecer una niñita.
Tengo la atención de todos acaparándome. Esperando a que me levante y diga algo. Tengo la mente en blanco. Muchas cosas que decir y sin ningún éxito de querer decirlo.
Finalmente, me decido a levantarme. El viento hace volar mi vestido, pero lo sostengo con mis manos. Cuando estoy en el centro, miro al cielo, que luce esplendorosamente oscuro con llamativos puntos gríseos. Comienzo a hablar:
–Esta será la última oportunidad que tengamos para hablar de ti, gladiador. Esta vez no la desaprovecharé y hablaré de todo lo que no te dije. De lo que me calle al escuchar tantas frases bonitas que tú me decías. No puede ser tan tarde, conservo la esperanza que estás con nosotros y me escuchas.
»Nunca te dije que me gustaban tus ojos. Pero juro que me fascinaban. El destello que había en ellos, era autentico cuando me mirabas a los míos. Jamás sentí una marea de sensaciones a primera vista, como cuando te conocí. Se trasformaban de un color opaco cuando llegabas al orgasmo –Tan rápido como sale esa declaración, siento que mi piel se empalidece por la vergüenza. –Se hacían café claro cuando te decía que te amaba. Eso me deleitaba.
»Tu voz era dulce y pacifica cuando me pedias algo. Amaba tu timbre de voz tan varonil. Jamás encontraré a alguien que pronuncia un "te amo" con tanta fluidez y devoción.
»Tus mejillas coloradas, eran un peligro para la persona más adorable del mundo. Siempre se tiñan de ese color ante el público que nos observaba besándonos.
»Tus brazos en mi cintura que me levantaban a tu estatura, siempre los necesitaré, sobre todo cuando sienta que la ira acaba conmigo. Había un efecto en ellos para apaciguarme. Me encantaba dormir acurrucada en esos brazos, y despertar con ellos abrazándome.
»Me gustaba cuando cantabas en tu auto y apartamento. En aunque eras desafinado, me gustaba que cantaras con tanta entrega. También me dedicabas canciones. Recuerdo una en peculiar que decía "tu amor siempre me iba a iluminar", esa frase la he tarareado estos nueve días que llevo de tu ausencia. Me hace más cercana a ti.
»Tus carias codiciosas en ¡Todo! Siempre sabias qué lugar tocar para estremecerme. Nunca lo dije, pero me enamore de ti en el momento que besaste el cuello. Eso es algo extraño, pero cierto.
»Me harás mucha falta, pero ¡Maldito bastardo! Eso ya lo sabes. Y apuesto a que te encanta. Nunca tendrás una queja de mí.
»Aseguro que hubieras sido el mejor esposo del mundo, ¿Te imaginas? Siempre consintiendo mis caprichos. Porque todo lo hacía por mí y para mí. Me perdonaste tantas cosas. Aun antes de morir, me perdonaste y dijiste que fuera feliz. Ese último mensaje que escuche de ti, me destruyo. Pero me alegro que lo hubieras dejado.
»Pensé que no merecía tu amor, pero me equivoque, porque fuiste mi bendición de un año y dos meses. Y serás mi bendición durante mucho tiempo.
»Fui tuya, pero estoy segura que me compartirás. Tu no eras egoísta (eso también me gustaba). No hay pena en decir que fuiste al primer hombre al que ame, y lo tendré presente por el resto de mis días.
»Gracias, gladiador. Te juro que es la última vez que te lloro. Descansarás de tu cielo que siempre te hacia renegar, pero te encantaba. Te amo.
Dejo de mirar el firmamento. Observo que todos me miran con templanza. Y rompen a aplaudirme. Les sonrió con algunas lagrima en mis parpados y mejillas. Me refresca el viento que no deje de alterarse.
Cuando me reintegro en mi lugar, es el turno de Justin para hablar. Éste mi mira por última vez y se levanta. Cuando está en el centro, su atención es única a mí. Soy copas de resentir mis mejillas ruborizándose. Ya puedo aceptar que es una reacción particular a él.
–Jasón –comienza con su voz lánguida y ronca –, no tenía mucho tiempo de conocerte, pero fuiste importante en mi vida estos cuatro meses que te trate. Hermano, de verdad te quise como amigo y te respetaba. Recuerdo que me molestaba que siempre hablaras de Nicole. Pero ella es especial –hay algo en sus ojos que, inconscientemente, me hace suspirar –. Y ahora comprendo por qué no dejabas de mencionarla; ella tiene ese efecto en muchos.
»Cuidaré de ella. Cuidaré de tu cielo que se ha convertido en mi infierno.
Su voz me encerró con tal sensación de consuelo que comprendí cuantas eran las ganas de volverlo a escuchar. Esa misma noche, con las estrellas asomándose en el cielo y la luna iluminándonos, mi ansia y tiemble eran tan profundos, que tuve la certeza de que aquel individuo iba a convertirse en un compuesto para mí.