Milagro del amor
Con mis auriculares puestos, trato de desconectarme de las voces de a mis lados. Justin, a la izquierda. Jasón, a la derecha. Estoy aplastada en medio de ellos, no del modo malo, pero aun así, siento una incomodidad. Ambos conversan acerca de una banda escocesa, "Franz Ferdinand", éstos mismos, comparten el favorito gusto por cierta canción en particular, titulada: "No you girls".
Cierro mis ojos, y me recargo en el confortable respaldo del asiento trasero de la camioneta Jeep de mi hermano, mientras mis cabellos salidos de mi coleta, aletean por mi rostro. No me molesto en reacomodarnos, pues sé que hacerlo es absurdo, al menos no hasta que baje de la camioneta de modo descapotable. Pongo en su lugar a mis gafas de sol, que se deslizan por el puente de mi nariz. Poso la mano en la rodilla de mi novio, y palmeo mis dedos sobre la textura del pantalón de mezclilla negros. La letra de la canción, resuena y timbra en mi cerebro; haciendo que me libere de tensiones y coree, mentalmente, la estrofa
"Que lloro, sin ti.
Que lloro, por ti.
Que ya entendí.
Que no eras para mí.
Y lloro."
Recuerdo, amargamente, que esta canción me la dedico un ex novio, al cual deje por Jasón. Trevor, era un novio bueno –dentro de lo que cabe–, nunca me presionaba para hacer cosas que yo no quería, me trataba con amabilidad, siempre hacia lo que yo le pidiera. Si le pedía que se tirara a un charco para yo pasar encima, él lo hacía (claro que nunca se lo pedí, pero él no hubiera dudado en hacerlo de inmediato). Que cediera sin rechistar, fue lo que impulso a mi decisión de dejarlo. No quería un hombre sin carácter, al que mandara a mi antojo. Yo quiero el poder a medias y, la otra parte, compartirla con mi pareja. Trevor solo estaba enamorado de mí y, aunque suene completamente idiota, eso no me gustaba. Yo quería que me amaran, y, justamente, eso me lo otorgo Jasón (o eso creo).
Comúnmente, confundimos, o pensamos iguales, estos dos sentimientos: <<el enamorarse>> y <<el amar>>. Para mí, estos dos últimos, están separados por una fina brecha, casi inexistente, pero, aun así, son diferentes.
Enamorarse, es no detectar los defectos, solo las virtudes; pensar que es perfecto, sean cuales sean sus errores. Confundir un <<te amo>>, con admiración, porque estamos tan cegados, que desconocemos la diferencia entre uno verdadero y otro que se dice por el empañamiento de emociones albergados que nos consumen y nos presionan a decirlo. Te puedes enamorar de cualquier cosa, por ejemplo: ves una lámpara en una tienda, te gusta y la compras; te la llevas a casa y te das cuenta que no funciona, prende y apaga sin motivo; pero eso no interesa, te aferras a que es bonita y su defecto lo olvidas; solucionas la falla con no volverla a prender.
Eso mismo pasa cuando te enamoras: ocultas los defectos y te aferras a las virtudes, haces cosas magnificas para que se oculten.
Amar, es no justificar los actos malos, saber que somos humanos y, por consecuente, tienen sus propios demonios cargados. No alimentamos nuestro amor con ideas falsas, sabemos que no es perfecto lo que tenemos y, aun así, lo queremos. Hay defectos, por supuesto que cargamos con ellos, pero no negamos que existen; los aceptamos y tratamos de exprimirlos, para redimirlos en algo bueno. Los cambios llegan, a veces ni los notamos, estamos suficientemente enajenados en la bondad que nos proporciona <<el amar>>. Muchos de esos cambios, que son buenos, los llaman "El milagro del amor". Y es exactamente eso, un milagro. Los milagros a pocos se le dan, pero están cercas, en cosas tan simples, que pasan desapercibidos. Uno de esos milagros se te regala, como añadidura, cuando amas. Amar también implica no aferrarse, tomar en cuenta que en cualquier momento nos pueden dejar y debemos dejarlo volar.
<<El enamorarse>> y <<el amar>>, comparten una cosa en común: ambos sentimientos son capaces de destruir, aniquilar a esos seres que quieren dañar a la persona elegida. No escatima la defensa, todo se puede llegar a hacer para que este a salvo. Y cualquier cosa es mínima, para reconfortarlo y darle esa seguridad perdida.
Los dos tienen una diferencia más distintiva: cuando te enamoras, tiene un final; cuando amas, es para toda la eternidad.
Abro mis ojos inmediatamente. Dos voces graves y masculinas, logran saltarse la valla de relajación que interpuse, consiguiendo que preste atención a su singular canción; canturrean a pecho abierto. Bajo el volumen de mi ¡pod y complazco con su cantado.
Mi hermano, Nelson, que se mantenía al margen conduciendo en una no típica velocidad moderada, los observa por el retrovisor, suelta una risita cáustica y, al tranquilizarse, se une ellos. Todos los hombres, que van a bordo de la camioneta, cantan desafinados una canción de Franz Ferdinand; sin restricción ni pena. Mi cuñada, Lisa, ocupante del asiento copiloto, acompaña a los hombres palmeando sus manos en el tablero, aunque no se sabe la letra, la tararea.