El beso esclarecedor.
Montones de ropa tirados por todo el suelo de mi habitación, aprisionan el paso de un peatón.
Mi primo es un exagerado cuando se trata de buscar ropa descendente (según mi criterio todo es bueno). No ha parado de decirme que renueve mi guardarropa con ropa más atrevida. No quiero decir que sea una santa en particular; creo que si buscará más a fondo, encontraría mi diminuta lencería y entre otras cosas que un hombre —gay o no— no debería ver. Me guardo mis secretos para mi armario, mi gladiador y yo. Además, no quisiera abochornar el pedestal de recatada en el que me tiene. A diferencia de él, yo no estoy contando ciertas cosas y posturas. Ángel debería reservarse esos detalles, pero digamos que no es del tipo discreto conmigo.
¬— Cariño, lo único bueno que puedes usar éstos —Alza su mano en la que sostiene unos mini-shorts y una blusa ombliguera. En la otra unos tacones tipo de los-que-Nicole-no-usa-tanto-porque-se-cae-cual-bajita-es. Pensé que ya me había desecho de esos inútiles tacones, ahora salen a la luz para mi desgracia.
¡Maldita la hora en que los encontró!
Niego con la cabeza con gesto desconcertado y horror. Enseguida, como lo imagine, Ángel saca sus pucheros y se pone a saltar como un niño berrinchudo.
— No lo haré —Le digo con severidad—. La ropa, sí. Los tacones, no.
Se tira de rodillas en el suelo mientras solloza como un bebé. Me froto el rostro con las dos manos. Persisto en no levantarme en la cama y hacer lo que él quiere.
De ninguna manera usaré algo con lo que no me siento cómoda. ¿En qué pensaba cuando pague cien dólares por ellos? Ah sí, en que eran exclusivos y de diseñador. Vaya dinero mal invertido.
Mi primo no deja de hacer su mala imitación de un niño horrendo e imposible de tratar. Cierto, el no hace una imitación, él es así de imposible.
Ruedo los ojos.
— Me los pondré —cedo cual manso corderito idiota. Con velocidad, mi primo se levanta de su berrinche improvisado y se avienta encima de mí.
¡Santo cielos, vaya que le está pegando al gimnasio!
Esos músculos no estaban tan abultados hace unos meses atrás.
— ¡Eres la mejor prima del mundo! —Proclama—, pero no le digas a Ceci que te lo he dicho, sino me cuelga de mis bolas.
— ¿Tú tienes bolas? —Inicio la pregunta cuando él ya está rodando hacía el lado plano de mi cama —. Pensé que ya te los habías quitado.
— ¡Oh, no! ¡Eso Jamás lo dejara de sentir tu pelvis cuando te de mis arrepegones! —Comienzo a reír. Confirmado, algunas gays también aman sus bolas—. Es lo mejor de ser de la raza masculina. Además creo que me siguen funcionando muy bien con ciertos hombres muy calientes. Don Culo Bonito me ponía al cien con tan solo mirar un poco su trasero.
Tan pronto como sale esa loca confesión, me pongo de posición de lado y lo miro con toda la rudeza posible. Es la primera vez que el recuerdo de Jasón no hace que quiera salir llorando. Las ventajas de tener el agente distractor "Ángel" en mi compañía. Me quiere secuestra la melancolía al recordar la perfecta simetría de mi gladiador en su retaguardia.
—Ese Don Culo Bonito era mi novio, ¿sabes? —Le pego en el estómago con el puño cerrado—-. ¡Mío! —grito lo último para marcar un énfasis.
No paro de golpearlo en su bien formado pecho. No podrán describirse como golpes sutiles, pero por la fuerza y la constitución de su pecho, no creo que esté ni de cercas de dejarle marcas. Mi primo atrapa mis muñecas con una de sus manos mientras ríe de mis intentos de soltarme. Grito de impotencia, pero el grito lo acompañan unos jadeos de risa.
— ¡Alto, bestia! —Me dice divertido.
— Soy Nicole. Y suéltame, sucio joto de mierda.
— Prometes no pelear cunado te deje de sujetar —Me advierte con sus ojos bien abiertos. A veces olvido lo sugestivo que es.
— No prometo nada a sucios primos gays que se fijan en el culo sexi del novio de su prima. —Intento jalándome y apartando su mano, sin ninguna posibilidad de ser liberada.
— Sé buena, Nicole. Y puede ser que hoy sea tu día de follar con un desconocido. —Hago un mohín de indignada. Dejo entonces de luchar contra él. Su ceja se arquea.
— ¿Quién dijo que yo quiero follar? Esos días para mí terminaron. Sin Don Culo Bonito estoy en castidad de por vida.
— No me digas —El tono de mi primo es de incredulidad. Respingo.
¿Es muy difícil creer que no quiero tener aventuras sexuales con nadie que no sea Jasón?
— Si te digo. ¿Tú qué sabes? –Por fin libera una de mis muñecas, pero la otra sigue en la cárcel de sus dedos. Frunce los labios en cuanto se los remoja.
— Sé que desde hace tiempo le traes ganas a cierto amiguito tuyo. —Sonríe con petulancia, como si sé las supiera de todas, todas.
Muerdo mi labio superior y me trago una majadería que estaría encantada de gritarle a ese Justin. Lástima que Pattie sea tan agradable hasta para insultarla indirectamente.
— No sabes nada. —Suelta mi otra mano. Su intento por no golpearlo ha funcionado. Me ha distraído. Justo lo que tenía planeado él—. Pero, ¿a quién le importa?
— A nadie. De hecho, me importa tan poco que no te diré que conseguiré follarme a ese amiguito tuyo, también. —Sisea y mueve sus cejas con picardía. Le doy un golpe en su estómago, que consigue que se le corte la respiración.
Me levanto de un salto y paseo por la habitación recogiendo un poco lo que a su paso Ángel dejo tirado. Me encuentro otro desastre debajo de mi cama. Pero eso lo ignoro y solo tomo las cosas que de verdad urge ser recogidas, como esas que se notan mucho.
— ¿Qué haces ahí tirado? ¡Levántate! Este cochinero no se arregla solo.
Ángel lucha con sentarse en la cama; tose y se soba la panza. Presumo que le he dado un golpe como de esos que no olvidas de tan fuertes.
— ¿Te he dicho que pegas como hombre? —Pregunta aun tosiendo y alargando las respiraciones.
— Siempre que puedes —Contesto con altanería. Tomo la ropa de la cómoda que Ángel escogió. La miro un rato, tratando de visualizarme en esos trapos que dejan tan poco a la imaginación. A dónde sea que quiera llevarme, no creo que pueda ir por ahí sin que piensen que soy una puta o algo de esa clase.
— No dudes, Nicole —Llega mi primo por mi espalda y aprieta los hombros—. Nunca te pienses mucho algo, sino te acobardas. Solo hazlo y disfruta.
No creo que ese consejo valga mucho en mis circunstancias, por ejemplo.
Ángel me da una palmadita en el trasero, alentándome a que entre al baño a cambiarme.
— Esta noche triunfaremos como los grandes.
No lo dudo.
Me encierro en el baño para poder vestirme.
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