Capítulo 5

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                                                  El insuperable Diamond.

  Definitivamente, hoy para mí, intuía que no sería un día bueno. Para comenzar, me había levantado treinta minutos más tarde de lo que acostumbro un día de escuela, lo cual significo: pelo alborotado, con suerte de que logre peinarlo con un cepillo antes de salir; diez minutos menos en la ducha, restringiendo mi canto a pecho abierto mientras me enjabonaba; café descartado (esto es lo que tiene más probabilidades de que cause un día desastre. Sin café soy un zombie sin esperanzas de estar despejada en clase); tarea de matemáticas no hecha, equivalente a una mala nota con "la mapache" (mejor conocida entre compañeros maestros como "La Señorita Grey"). Y si todo lo antes mencionado no sonó alarmante, no existió manera que mi arreglo fuera muy sofisticado. Me vestí con una camisa a cuadros holgada sin abrochar los botones, unos entubados pantalones de mezclilla, unos Vans color azul cielo que combinaban con mi blusa debajo de mi camisa del mismo tono de éste. Apenas tuve el tiempo de ponerme una diadema, dejando –sin los muy provechos utensilios de la plancha o tenazas— mi pelo suelto. Apliqué una capa de rímel y algo de colorete a mis mejillas, sin olvidar el labial rosa coral, mi favorito.

Tras cerrar la puerta de mi casa y despedirme de mamá con un beso, corrí con mi mochila a cuestas hasta la camioneta Jeep de mi hermano. Él me esperaba arriba con su deslumbrante guapa cara mañanera. En cuanto subí el segundo pie y pisé la alfombra, arrancó de inmediato; no me dio tiempo de cerrar la puerta hasta que íbamos a una media cuadra a 100 kilómetros por hora y acelerando.

Nelson es todo un loco conductor, le encanta ir a todo lo que su bonita camioneta pueda acelerar. A mí no me molesta ese detalle. Ir con mi hermano es todo un desafío y un frenesí en el corazón de saber si llegaras con vida a tu destino. Como todos los martes, jueves y, algunos viernes, a Jasón se le releva el cargo de ser mi chófer en las mañanas para llevarme a la preparatoria. Nelson es su remplazo. Él se encarga de esos días para llevarme a tiempo a mis clases, solo a tiempo, no promete que llegue intacta sin ninguna torcedura o moretón. Es suficiente para mí, tampoco me voy a poner toda mandona y delicada, porque me gusta la compañía de Nelson.
Mi hermano subió el volumen del estero de muchos miles de dólares de su lujosa camioneta, una canción de metálica sonaba y rumbaba las bocinas, y con ella mis oídos. El hombre conductor, de alado mío, tarareaba y daba golpecitos en el volante, disfrutando de una autentica canción de rock pesado. No me gustaba ese tipo de música, pero ya saben lo que dicen: si no puedes con el enemigo, únete a él.

Empecé a mover mi cabeza de un lado a otro, mi pelo chocaba contra mis mejillas en cada sacudida y, como mi pelo no podía estar más alborotado, no me importo seguirme moviendo al ritmo de la música, sintiéndome una desquiciada estrella del rock. Nelson acelero hasta los doscientos kilómetros por hora. Me agarré fuerte de la codera de la derecha sin frenar mis movimientos rítmicos de cabeza. Mi chófer se pasó un semáforo en preventiva y unos cuantos autos hicieron sonar su claxon en protesta de la velocidad del Jeep. Ahora es cuando empiezo a temer por mi vida. Cerré los ojos, y me permití disfrutar de la adrenalina que circulaba por todo mi cuerpo. Me relajé. Impulsé a mis sentidos de "alerta de la velocidad" fuera de mi alcance.

—¡Agárrate bien, René! ¡Llegaremos en menos 15 segundo! —Lo escuché gritar por encima de la música de fondo.

Como me dio indicaciones, encajé mis uñas en la codera, y con mi mano suelta la apoyé en el tablero para frenar la flexión de mi cuerpo por si acaso frena en seco y eso haga que me estampe en el vidrio parabrisas.

Cuando oí rechinar las llantas por el giro de 90º que hicimos, sentí mi cuerpo que se tiraba involuntariamente a la derecha. Esta es la señal que estamos entrando al estacionamiento de mi instituto. Es fácil distinguirlo, porque para llegar hasta acá desde mi casa, es el camino recto sin necesidad de vueltas.

El pasado deja su huellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora