Otro problema, no, por favor.
La luz me pega en mis parpados. Con pereza despego mis ojos de la unión que los mantenía cerrados. Todo se ve borroso y tenue. Me remoloneo en las sabanas. Cuando me estiro, descubro que estoy vestida solo una playera vieja y holgada, la cual reconozco muy bien. Abro más los ojos y parpadeo ante el reconocimiento.
La televisión de pantalla plana está enfrente de la cama de dosel. Los cuadros de autos están colgados sobre las paredes. Los cojines rojos, que hacen juego con el edredón, están tirados en el piso de mármol griseo. Yo conozco a la perfección esta pulcra habitación; no he conocido a otro chico que sea tan cuidadoso y cero tolerantes con el desorden.
Me hundo en la almohada y olisqueo el aroma en ella. Delicioso limón. Sonrío como si apenas hubiera descubierto el significado de una verdadera sonrisa deslumbrante y sin preocupaciones. El latido de mi corazón se expande; lo puedo sentir hasta la punta del dedo gordo de mi pie. Estoy en un frenesí de alegría colosal.
— ¿Cielo? —pregunta Jasón saliendo del baño; rasca su cabeza, haciendo soltar unas gotas de agua de su cabello empapado mientras camina a la cama. Confirmo que acaba de salir de una ducha y mis piernas hormiguean de excitación. Trae tan solo un bóxer puesto, y me he olvidado de respirar. Muerdo mi labio superior y me aferro de las sabanas para cubrir mi pecho. Estoy algo tímida— ¿Estás bien? —se acerca lo suficiente como para elevarme el mentón con una sutil caricia. Suspiro y me obligo a afirmar sin muchas fuerzas, todas ellas están teniendo una pelea interna con la pesadilla que tuve mientras dormía una siesta en su habitación. Un mal sueño, eso es lo que fue.
Jasón está vivo y contemplándome a una distancia mínima.
«¡Todo fue una jodida pesadilla!» quiero gritar de felicidad.
Soy magnifica a su lado.
Sus bellos ojos chocolates y brillantes, me miran entrecerrados, tratando de descubrir los secretos en los míos.
—Sí. —Contesto dando una respiración profunda, que se siente como si hace tiempo lo hubiera dejado de hacer, como si acabara de renacer y el oxígeno fuera un descubrimiento nuevo para mis pulmones— Te amo. —Le digo casi sin pensar, pero son las palabras que se liberan por la salvación de él mirándome. Mirándonos. Embriagándome con su presencia y su apariencia, que en varias ocasiones sabe ahogarme de tanta belleza.
Deja de fruncir el ceño para desbocar una lánguida sonrisa con dentadura perfecta. Se sienta en la casi orilla de la cama, sus manos van tentando hasta llegar por debajo de las sabanas, para tocar mis piernas desnudas, deslizando su toque suavemente. Decir que mi cuerpo palpita, no le haría justicia para describir lo que experimento mientras me palpa. De un salto me acomodo en su regazo, rodeando su cuello con mis brazos. Despeino su cabello mojado con mis dedos, masajeando su cráneo. Me acerco a su boca, lentamente, provocando su desesperación y la mía en el corto trayecto. No me costaría nada tan solo besarlo sin preliminares, pero necesito prologar esto.
Beso, con mucho deleite, su hombro, absorbiendo unas gotas. A mi gladiador no se le debería permitir oler tan fresco a limón, porque hace que muchas mujeres lo deseen. Pero es solo mío. Sonrío ante el pensamiento en el acto de besar su cuelo e ir descendiendo hacia arriba. Me aprisiona más fuerte a él, manteniendo sus manos en mi espalda. Sé que se está conteniendo.
—Tus padres se preocuparán si no te llevo ahora, mi cielo. —Beso su clavícula y jalo su piel entre mis dientes. Él gime. Pero sigue sin querer corresponderme por completo—No quiero tener problemas con ellos. —Sigo ignorando sus lamentos. Prosigo besando su mentón, lo absorbo. Me encanta cuando esa acción hace que su cuerpo se estremezca por completo.
— ¿Qué día es hoy? —Consigo que se anime a acariciarme por debajo de mi playera, por mi espalda (para ser más específicos). Me causa un cosquilleo cuando siento sus fríos dedos. Sigo besando su rostro y despeinando su cabello. Todo se percibe de maravilla; ya no más cuentos de brujas por las noches, no a las películas de terror, también nada de serie de zombis que te causan malos sueños.
—Nuestro aniversario y un mes —Suspira en la unión de mi cuello y hombro. De pronto todo me empieza a dar vueltas por la alegría que contengo. Paro mis besos, y él me mira confundido por mi desahucio a las caricias. Quita un mechón de cabello lejos de mi vista, y lo reposa entre sus dedos, admirando el color rubio. Él dice que nuestros hijos tienen que tener el pelo rubio como el mío, porque es perfecto y sedoso. Yo me inclino más por el cabello castaño de él.
—No es real. —Sonrío y lo abrazo fuerte. Respiro en su oreja y lo siento estremecerse. Mientras viva, jamás olvidaré que él es muy susceptible a mis insinuaciones.
—Esto es real, mi cielo. —Me dice entre un suspiro.
—Dímelo otra vez, gladiador —Le pido con voz dulce y mimosa.
—Esto es real, mi cielo —Me repite con más firmeza, y le creo. Porque él no me miente.
—Dime eso último —dejo de abrazarlo con menos ímpetu, para después recargarme en su pecho y sentir el ritmo de su corazón. Una suave melodía se escucha en mi interior—, ¿Qué soy para ti? —Me acaricia el cabello. Respira elevando su pecho.
—Mi cielo. —Con eso terminó por desacelerar mi corazón.
—Nunca dejes de decírmelo.
Lo atraigo hacia mí tirando desde su cuello.
Que le den a la anticipación (al cabo que nunca me agrado), yo quiero besar a mi gladiador.
El beso más tierno, incluso más que el primero que nos dimos, se adhiere en nuestro contacto bocal. Su respirar es el mío. Me gusta sentir su lengua resbalar contra la mía. Sus labios lamer los míos. Sus manos cálidas frotan mis piernas mientras me esfuerzo por mantener mis manos en sus músculos; pero el intento se acaba cuando tomo su cabello entre mis dedos. Entre besos me susurra "Mi cielo", continuamente. Eso es la perdición para mis emociones. Las palpitaciones en mi interior no dejan de regodearse.
No quiero parar de besarlo, pero, por más que nos guste a ambos, tenemos que detenernos. Él tiene algo de razón cuando me dice que mis padres se preocuparán; ruedo mis ojos en mi interior, él nunca dejará de inquietarse por mis padres.
Escucho su protesta desde la parte posterior de su garganta cuando me separo. Sonrío sin esforzarme para que sea grande, es tan solo de ese modo por naturaleza de Jasón y por la satisfacción de nuestros besos.
Me envuelvo a la suavidad de su pecho, dejando reposar mi mejilla ahí, esperando a que sus latidos se estabilicen. Él recarga su mentón en la base de mi cabeza.
— ¡Wow! —suelta el aíre contenido— Ese fue el mejor beso de todos los aniversario. Te amo, mi cielo. —Quita mi flequillo para besar mi frente.
—Estoy de acuerdo, pero apuesto a que podemos mejorarlo —lo ínsito. Se remueve y yo con él, debido a que estoy muy acurrucada, sentada en sus piernas.
Puede que esté decidiendo lo que es mejor para los dos. Uno: seguirnos besándonos y dormir juntos; obligándome a vivir las consecuencias de los regaños de mis padres. Dos: nos separamos y no dormimos juntos (cada quien es en una cama vacía y fría, sin la compañía del otro); me ahorro los problemas con mis padres.
—Yo creo que lo haremos mejor mañana. Ahora es tarde. —dibujo sus pectorales con mi dedo índice. Amo la manera en que me convierto en un bebé cuando me abraza. Él perpetuamente ha sido tan fuerte y grande.
—No quiero que me dejes —protesto con voz de niña.
—Nunca lo haré, mi cielo —musita en mi oído. Me estremezco por su voz ronca— Nunca te dejaré. Jamás me alejaré de ti; yo te cuidaré siempre. Siempre.
«Siempre», esa palabra me vuelve a encantar. Siempre mientras dure.
—Pues no te quiero lejos de mi cama esta noche, gladiador. —Ríe con sigilo. No puedo ocultarlo, sonrío sin cesar.
—Recuerda que hay un mañana.
—No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. —Evoco el refrán más utilizado por mi Dolor.
—Quién lo diría, eres insaciable, cielo. —Canturrea. Toca mi cuello con la yema de su dedo. Me arqueo por mi carcajada. —Me encanta tu risa —declara en un susurro, como un pensamiento que salió de su mente sin querer.
—Solo cuando se trata de ti, soy insaciable. —Lo miro directo. Tomo su rostro entre mis manos y lo beso de nuevo con más fuerzas, sin detenerme a que él busque mi legua, yo voy directo a ella. Jadea. Trata de alejarme.
—Cielo —protesta. Le doy un corto beso en los labios—, detente —lo beso en su mejilla— tenemos —lo beso en la frente — que irnos. —Lo callo besándolo de nuevo muy fuertemente.
Sus manos están en mi cintura; sus pulgares llegan a rozarme mis costillas. Me retuerzo. Recorro sus hombros con mis uñas; quizá llegue a arañarlo y mañana se le noten las marcas, no me interesa. La temperatura de nuestros cuerpos es caliente. Mi gladiador no decepciona en mantener la energía en el beso apasionado.
Me deposita en la cama y él se cierne encima de mí, apoyando sus codos a los alados de mi cara. Tiemblo de puro placer por sentirlo a nada de separación, como si fuésemos uno solo en dos. Casi había olvidado que se sentía así de bien. Deposita besos en mi rostro, haciendo un camino desde mi mandíbula a mí oído. Muerde el lóbulo de mi oreja y me agarro de sus brazos. Me quedo estupefacta al encontrarme con su mirada. Podía hacer lo que sea para guardar el brillo en sus ojos y enfrascarlos en un cofre, como el mayor tesoro que puedo almacenar. No quiero que termine lo que sea que está pasando.
—El siempre no se terminan, cielo. Recuérdalo. —Me besa brevemente.
«Nicole, despierta», me llama Ángel. No quiero escucharlo.
—No te vayas, gladiador —Le ruego. Él cierra sus ojos y sigue sonriendo con satisfacción. Me aferro a su cuello y a su palpitar que me dice que de ninguna manera esto puede ser real.
Yo vuelvo a olvidar como se respira plenamente; no quiero respirar solo superficialmente como lo hago todos los días desde que se me fue.
« ¡Despierta!» vuelve a hacer mi primo el que me llama.
Uno nuestras frentes y aspiro su olor a limón. Dulce limón que me hacen sentir en mi hogar. Jasón es mi hogar. Tengo que ir a dónde sea que él vaya.
—No desaparezcas esta vez. —Vuelvo a implorarle cuando su imagen es difusa. Aun peor, ya no alcanzo a distinguir sus ojos chocolate. — ¡Gladiador, no, por favor! ¡No te vayas, te necesito!
—Cariño, despierta. Me estas asustando. —Es Ángel de nuevo. Abro los ojos de golpe. Ahora veo su rostro claro, iluminado por los suaves rayos del sol que se cuelan por la ventana. La gesticulación de su cara es total de desconcierto, mientras mantiene sus cejas casi unidas.
— ¿Dónde está Jasón? —Pregunto sentándome en la cama. Miro mi entorno, y me descubro tirada en mi cama, aun tendida, y con mis almohadas revueltas— ¡Jasón! —Grito, mi garganta arde cuando lo hago.
Comprimo los ojos con fuerzas, pero ya no veo su maravillosa sonrisa. Olfateo y ya no está el aroma a limón de su perfume.
La parte racional, sabe que él no estará porque murió. Pero esa parte confundida, que creyó que el sueño era verdadero, hace que quiera ir a buscarlo. Correr y buscarlo, porque sé que Jasón me estará buscando en su apartamento. Ángel seguro me saco de ahí, no sé por qué motivo; mi primo nunca fue celoso. Pero yo quiero regresar con Jasón, en la seguridad de sus brazos, en su cama, en donde sea que él pueda estar, quiero ir.
Mi gladiador sigue vivo. Estoy aferrándome a esa idea deschavetada.
—Cálmate, Nicole. —Mi primo hace el intento por recostarme en la cama, forcejeo para que me suelte— Aquí no hay nadie más que yo y Justin, que está en la cocina preparándose un té. Tus padres salieron con tu hermano, cuñada, Pattie y Amanda a comer en un restaurant después de lo que paso. Yo me negué a ir, no era justo que celebraran después de lo que te hizo esa piruja con rostro de puta cara. —Habla rápido y no digiero nada. Ni siquiera lo comprendo.
— ¡¿Dónde está Jasón?! —Vuelvo a gritar al borde del desquicio— ¡Quiero a mi gladiador! —Trato de levantarme de la cama e irlo a buscar en mi armario (seguro se escondió ahí. A Jasón le encantaba esconderse de mí para hacerse el fascinante), pero Ángel me retiene, está vez con mayor fuerza. — ¡Gladiador! —Grito con todas mis potencias, parce un grito desgarrador de loca, de esos que te dejan aturdido.
—Nicole —toma mi rostro entre sus manos—, escúchame. —remuevo mi cabeza para soltarme. Las lágrimas se salen como regadera. Jure ya no volver a llorar; parece que tampoco sirvo para cumplir juramentos. Muerdo mi labio superior, tratando de conteniendo mis sollozos, mientras Ángel sigue hablándome, pero no le entiendo. Sigo estancada en mi sueño.
— ¿Qué pasa, Nicole? —Demanda Justin cuando entre a la habitación. Rápido despoja a Ángel para colocarse a mi lado, toma mi mano y la aprieta. No lo aparto. Es una calidez que me regresa a la frustrante realidad, a los acontecimientos que han pasado y me han marcado. No voy a otro lado más que a la suavidad de sus ojos mieles en los míos.
Me es imposible contestarle cuando el nudo en mi garganta se desase.
—No sé qué le sucedió. —Mi primo contesta por mí. Él pobre está muy asustado—. Balbuceaba entre sueños y se levantó gritando el nombre de Jasón. Nunca la había visto así. —Se frota su barbilla y me analiza. De verdad debo de verme muy mal ante el ojo público.
Justin cepilla mi cabello y atrapa una lágrima, que ronda por mi mejilla, con su pulgar. Tamborileo mi mandíbula.
—Déjanos solos, Ángel —Pide sin apartar su mirada de mí.
—De ninguna manera. —Refuta mi primo, y se cruza de brazos frunciendo su boca— ¿No ves cómo está? Me va a necesitar, yo sé lo que te digo.
—Por favor, déjanos solos —su voz es más rasposa y alterada ahora, hasta puede catalogarse como molesto. Creo que Ángel sabe sacarlo de quicio.
—Voy a estar abajo, cariño —me avisa con su voz neutra—. Si necesitas que venga porque esta bestia te hizo enfadar, no dudes en gritarme —Muevo mi cabeza de arriba abajo en signo de respuesta afirmativa. Ángel me lanza un beso antes de cerrar la puerta tras él. Me he quedado a solas con Justin, y ni siquiera puedo hablar.
Si tuviera que elegir un momento más vergonzoso en mi vida, esté sería el indicado. Me ha visto llorado tantas veces, pero ahora es distinto, porque puede que piense que soy una loca que se levanta gritando y bramando el nombre de su novio muerto. Hace tanto que no soñaba a Jasón, que se percibió como la realidad. Y otro lamento se me escapa al recordar el sueño más en hermoso en meses.
Ya son 14 días desde que Jasón murió, cómo pude haberlo olvidado. Hace 14 días el me recogería para ir a una fiesta. Hace 14 días que me beso por última vez. Hace 14 días que me moleste y lo termine. Hace 14 días que lo escuche decir que me amaba. Hace 14 días se sienten tan lejanos.
Agacho la cabeza, oculto la degradación de mi rostro pálido y con lágrimas.
—Era tan real —encuentro la fuerza para hablar—. Justin, él se fue, y creí haberlo superado, pero soñé con él y no sé nada. —resoplo por mi fracaso al no poder explicarme. Me cubro la cara entre las manos, frustrada.
—Esas cosas no se olvidan tan pronto. Era muy niño para llorar la muerte de mi padre, pero me dolió. Me sentía vació, no el entendía el motivo, pues mi mamá dijo que él se había ido al cielo y que allá estaría mejor, y le creía, pero el vacío no se iba. Pero me preguntaba, cómo le hacía mi padre para no extrañarnos como nosotros a él. —Una risilla irónica se le escapa—. Nosotros sufríamos, es decir, cómo él no sufría y era feliz en el cielo, ¿no era algo extraño? Una larga temporada llegue a pensar que no nos quería, y por eso me hacía lo que me hacía —Se detiene. Me descubro los ojos, limpiando las lágrimas con ello. Justin tiene la mirada perdida. Menea la cabeza cuando percibe que lo miro con determinación. Me muerdo la lengua para no pronunciar la pregunta del qué le hacía su padre. Debo mantener mi perfil bajo para que me siga contando su pasado que me perdí en estos 12 años. —Pero ya no vale la pena recordar a mi padre. —Remoja sus labios— Lo único bueno de esta historia es que aprendí a vivir con el pequeño vacío. —Enarco una ceja, confundida. Da un tirón a mi nariz; seguramente quedo roja— No, René, el vacío nunca se va o se rellena con otra persona, el vació vive en ti, pero hay otros espacios cubiertos que te hace felices. —Toma mi mentón. Por inercia mis ojos viajan a los suyos como si estuvieran conectados— A nosotros nos queda seguir viviendo, por cosas del destino o la mala suerte o mandatos del Señor, como quieras llamarlo. La pregunta que te hago es: ¿Qué harás con tu única vida?
Pestañeo. La pregunta me vino muy directa.
Antes tenía planes, los normales de una adolescente que quiere comerse el mundo de un bocado. Era sencillo: estudiar, la tabla rítmica, Jasón, mi familia. Ahora solo tengo los estudios y media de mi familia (por ahora prefiero olvidar que Nelson ha cambiado). Pero en realidad no sé cómo o qué hacer de mi única vida. Supongo que tengo que enfrentarme a lo que venga; templanza ante todo lo malo; sabiduría para aceptar lo que me acontece. Lo más lógico es que todo ocurre por una razón; puede ser buena, o mala, o no del agrado, pero nunca podremos elegir, eso es cosa de lo que se nos tiene preparado para superarnos.
Así que mi respuesta es:
—Haré lo que me tenga que suceder; seré fuerte y aprenderé a vivir con el vacío.
Justin sonríe con ternura, sus pestañas enmarcando sus compasivos ojos. Absorbo los mocos sueltos y doy una respiración profunda que termina en un suspiro. Miro nuestras manos entrelazadas, por esa razón mi corazón se agita en el borde del entusiasmo.
—Sé que tú eres fuerte, capaz y tenaz. Lo supe desde que éramos niños. Además de terca, sabelotodo, odiosa, —ruedo los ojos y le pego en su pecho¬— ah, y golpeadora profesional de box. —Sonrío por último. Él se finge el adolorido y se queja. Solo está dramatizando; es gracioso cuando exagera.
— ¿Cómo fue que me quede dormida? —Me doy cuenta que olvide que estábamos en una conversación importante; lo último que recuerdo es como él pasaba sus dedos por mi mejilla, suspire y cerré los ojos. Creo que eso fue todo para mí. O fue Justin el que me ayudo a dormir. No miento, ver su rostro a punto de cerrar los ojos para emprender al mundo de los sueños —buenos o no— es fabuloso y sereno. Puedo acostumbrarme a dormir todos los días a su lado, sin ninguna culpa lo admito.
—Caíste rendida como todas —bromea. De verdad, literalmente, me sonrojo; las mejillas cosquillantes me lo advierten.
—Deberías decirme lo que te pregunte.
— ¿Qué pregunta? —Su frente se arruga. O se le olvido, o está tratando de evadirme. Por su gesto, es más bien la segunda opción.
Paso saliva.
— ¿Eres... tú cómo mi primo? —no contesta. Voy a la pregunta más directa y sin complicaciones—: O sea ¿eres gay? —Sí, es bobo el cuestionamiento puesto que yo lo vi haciendo "cosas" (por llamarlo de una manera más sutil) en el callejón del club. —Contéstame —le pido cuando su mirada se desvía por mi ventana.
—Lo soy. —Apenas puedo escuchar su contestación mientras presiona mi mano. Me quedo callada. No hay muchas cosas que decir. Lo sé, ahora todo se vuelve más oficial de lo que ya era. Palabras y acciones, qué más puedo pedir para que alguien me quite la venda de los ojos y pueda reaccionar de manera solidaria. Aunque no creo poder ayudarlo mucho en este tema; ni yo misma sé cómo manejarlo.
—Sé lo que sientes —vuelve a hablar—, y yo no puedo corresponderte de esa manera. —Me quedo más perpleja. Muerdo mi labio superior. —No soy tu tipo, René; ni tu eres el mío. Te quiero como mi amiga, y lamento todo esto que sientes, porque no puedo sentir lo mismo por ti. —No se atreve a mirarme a los ojos. De repente, nuestro sustento de manos se afloja, pero no las retiramos—. Yo no quería que sucediera, ni siquiera lo intento. De verdad, no es como que yo pretenda gustarles a las mujeres. Créeme, es lo que menos me importa en el mundo. Nunca me intereso atraerles, pero tú eres otra cosa; quiero cuidarte de otro corazón roto. Y no puedo alejarme, pero tampoco puedo acercarme más de lo previsto. Pero haces cada cosa que me ínsita a tocarte y consolarte, a divertirte y enfadarte, todo de igual modo. Entonces, ¿qué se hace? —Vuelvo a hacer su punto fijo de visión. Estoy colapsando en mi interior.
Nunca nadie me había rechazado —nadie se atreve a decirle "No" a Nicole—; pero fue de una manera tan dulce y a la vez amarga, que no sé cómo reaccionar.
Abro la boca para conseguir un tan buen comentario inteligente digno de Nicole, pero no tengo nada. Me encojo de hombros simplemente.
— ¡Nicole! —Grita mi padre desde la planta baja— ¡Queremos hablar contigo! ¡Ahora!
Me levanto de un salto. Peino mi cabello. Maldigo por mis manos temblorosas y mis piernas guangas. No puedo ocultar mi actual estado de ida y atontada.
—Hablamos mañana —sugiero—. Mis padres quieren hablar, y por el tono de papá, no creo que sea bueno. —Trato de sonreír como si nada. Fallo. Miro el piso, buscando mis propias pantuflas para entretenerme en algo.
—Infierno —Justin se levanta de la cama a juzgar por el gruñido de ésta—, no quería poner las cosas difíciles entre nosotros —Si claro, bufo para mis adentros con ironía. —Me interesas demasiado.
¿Cómo puedo interesarle y a la vez, al mismísimo tiempo, herir mis sentimientos de esa manera? Es ilógico. Pero algo en él es lógico y fácil, no. Así que desde aquí las cosas se pondrán peores de incomodas, mientras no aprenda a controlar ciertas tendencias de tiembles, mejillas cosquillantes, respiración entrecortada, latidos de corazón, no podré mantener una amistad con él.
« ¿Quiero una amistad con él sabiendo lo que sabe? » Tengo que pensarlo; quizá tenga que mantenerme alejada por un tiempo.
¡Wow! Por fin sé lo que se siente lo que te rechacen, ahora sé por qué el drama de muchas a no aceptar que no le gustas a ese alguien que trae volando. Me compadezco de mí y de ellas. Estamos jodidas.
—Te acompaño a la puerta.
Conforme bajamos las escaleras y él viene tras mío, me obligo a mantener la respiración y no oler su maldito perfume del anonimato. Cuando estamos en la planta baja, veo a mi hermano con mis padres en el salón.
«Otro problema, no, por favor.» pienso.
Despido a Justin en la puerta, como lo prometí. Cuando estoy por cerrarle, él se vuelve y la detiene con su mano.
—De verdad, necesitamos hablar. —Parece una súplica. Asiento de buena manera, sabiendo de antemano que estaré evadiéndolo toda la semana, incluso, si puedo, toda una vida. Ahora me siento humillada por ser tan obvia.
—Hablaremos —miento cuando cierro la puerta por fin. Inhalo y suelto la exhalación por lo que está por venir: una confrontación, hermano contra hermana. Qué divertido.
Mi padre y madre están cómodos (o es lo que aparentan al menos) en el sofá. El único tenso es Nelson, mi hermano el Idiota y enamorado de una víbora ponzoñosa; él está en el sillón individual, con su pierna descansando encima de la otra a la altura de su rodilla. Me quedo parada; no puedo estar sentada.
Mi padre mira esporádicamente a mi hermano y a mí. Él será el mediador de la discusión. Aunque, cabe destacar, que esto no estaría pasando si a Lisa se le pusiera una cinta en la boca para mantenerla callada; ella puede funcionar como rostro bonito, más no como conversadora.
—Bien —suspira mi padre. Se recorre a la orilla del sofá—, mandamos a Ángel de paseo así que vamos a hacer esto rápido y sin agresiones.
—Eso díselo a Nicole, que no sabe controlarse —Objeta mi hermano en tono mordaz. Me trago el insulto que quiero gritarle. Pero no evito poner los ojos en blanco.
¿Este es el mismo que me incitaba a molestar a los que les molestaban? No lo creo.
—Se los digo a los dos. —Nos apunta con el dedo—. Nada de insultos, ¿entendido? —Nelson y yo estamos de acuerdo con un meneo de cabeza.
Mi madre no dice nada, tan solo se mantiene firme en su mirada de decepción a sus hijos. Es que no recuerdo en el pasado habernos peleado de verdad, es decir, nos decíamos uno que otro insulto, pero hasta ahí. Para ser hombre y mujer, teníamos una bonita comunicación. Pero ahí es donde entran las intrigas de los envidiosos o personas que nos quieren hacer daño. O, en este caso, la persona que me quiere ser daño a mí y de paso a mi familia entera.
—Comienza a hablar Nelson —mi padre le otorga el poder de la palabra. Cambio mi peso a mi pie izquierdo, poniendo mis manos en la cintura para escuchar con fingida atención.
—Nicole debería respetar a mi futura esposa —aun no puedo creerlo, ¿esposa? Seguirá con eso después de todo.
— ¿Respetarla? —Me burlo— La que debería aprender modales es ella. Me insulto en mi propia casa. ¿No les parece claro quién debería respetar a quién? ¿No es una norma de educación comportarse en casa ajena?
Mis padres no contestan, se miran mutuamente. Nelson respinga.
— ¿No es una norma de educación tratar con respeto a los invitados? —Replica mi hermano, viéndome directamente, e incitándome a que lo insulte por arrogante.
—No cuando el invitado es una perra que insulta al novio fallecido. Digo, puede no respetarme a mí, si quiere, pero a Jasón se le respeta.
Mi hermano se burla a carcajada limpia, se levanta y pasea por la habitación. Enarco una ceja al contemplar su reacción.
¿Cómo puede reír con algo tan serio? ¿Tan mal influenciado lo tiene Lisa?
¡Hombres de cerebro chico!
—En primer lugar —se detiene atrás del sofá en el que están sentados mis padres. Ellos vuelven su cabeza a su hijo—, ¿no deberían respetarse los novios?
—Por supuesto. — ¿A dónde quiere llegar con esto?
—Entonces estoy de acuerdo con Lisa al llamarte como lo hizo. —Mi quijada cae abierta. Acaba de llamarme, en otras palabras, una puta.
— ¿Qué te pasa? —musito, actuando el papel de controlada. Solo Dios y mis pensamientos saben que quiero golpear su lindo rostro de adonis esculpido por los ángeles.
—Que lo sé todo. —Me está confundiendo un poco más. Él continua—: Sé que te acostabas con Bryan mientras que, a su vez, lo hacías con Jasón. Lisa me lo conto; Bryan se lo dijo.
— ¿Qué? —mi padre y yo gritamos al unísono. Él, por su parte, está horrorizado por lo que ha dicho Nelson.
Abro y cierro mis puños, la fuerza se retiene en ese punto. Ahora son más mis ganas de querer golpearlo. No solo porque me acaba de levantar un falso, sino, porque mi padre sabe de mi virginidad perdida. Al padre nunca se le prepara para saber eso de su hija. Soy su niña, por favor. No me atrevo ni siquiera mirarlo de reojo; confío en que estoy pálida como una hoja.
Pero jamás en la vida me acosté con Bryan. Si, con él engañe a Jasón, pero jamás quise llevar las cosas tan lejos. ¡Fueron unos cuantos besos solamente!
—Oh, esperen —exclama Nelson—, esto se pone mejor, pues Bryan es mi amigo. —Ignoro eso último, más bien toda la frase.
— ¿Y tú le crees más a ellos que a mí? —Pregunto casi sin aliento, porque, vamos, me está jodiendo muy mal.
«¿Qué más me puede pasar en este día?» pienso con sarna.
— ¡Estas castigada, Nicole! —Grita mi padre, ahora parado cual largo es. Su altura gigante me ensombrece.— ¡Estás castigada por siempre!
Mi hermano y su sonrisa de malévolo, me sacan de verdad la rabia que trato de contener.
— ¿Es que tú también le crees? —Le pregunto a mi padre. No me contesta, y sus ojos verdes están flameantes. Mi mamá me da una mirada indulgente, pero ella tampoco me cree. Adiós confianza. —Además, ¿castigada? ¿Por qué? —Espeto— ¿Por acostarme con mi novio? ¿Por hacer el amor antes del matrimonio? —No sé cómo catalogar la mirada de mi padre, pero no me importa y me sigo liberando de la furia—: ¿Debería pedir perdón? ¿Perdón de qué, en todas manera? Él —apunto a mi hermano—, ustedes —apunto a mis padres— deberían creerme a mí y no ha chismes de una víbora trepadora. Porque a mí no me engaña esos ojos grises de gata, soporta a Nelson solo porque es bonito, iluso, bonachón y con esa posición económica que le permite darse lujos. Me cuesta creer que, ustedes, mi familia, me crean capaz de acostarme con cuantos se me cruzan por enfrente. —Río por simpleza y no llorar de enojo o de tristeza, quizá las dos emociones juntas.
Hay silenció; un prologado silenció que se sienten como tachuelas clavándose en mi cuerpo.
— ¿Qué hacía Justin arriba, a solas, en tu habitación? —Pregunta mi padre enarcando una ceja, sospechando.
Río más fuerte, pero, esta vez, se me va una lágrima atrevida. Si tan solo ellos supieran que él está muy de lejos de mis posibilidades de acostarse conmigo, o yo con él. Ni siquiera le gusto. Puedo reírme a pecho abierto.
— No hacíamos nada de lo que imaginas —contesto en mi carcajada—. No te ilusiones, papá; él no es de ese tipo de hombres que busca acostarse conmigo. —Se lo digo a mi padre, pero suena como si me lo estuviera diciendo a mí.
Papá se queda estático y comienza a toser, atragantándose con su saliva; mamá se apresura a palmearle la espalda. Con una última mirada de odio hacia mi hermano, me giro para subir las escaleras, directo a mi habitación del llanto.
— ¡Estás castiga! —grita mi padre, apenas y audible por su tos severa.
Consigo reír hasta llegar a mi cama y tirar la almohada encima de mi rostro.