El sapo es Justin .
Me encontraba ansiosa, con las palmas de mis manos sudorosas. Mi casa estaba en un silencio prudencial comparado a un aislamiento. Cuando regrese a casa con la bilis a punto de salirme por el coraje, advertí que estaba sola; mis padres se habían marchado a visitar a unos viejos amigos de la universidad. Ambas parejas se veían seguido para convivir. Eso contaba como una actividad marital para ellos.
Tenía mi cabeza en alto, y recorría mi habitación con mis inquietantes pies que no paraban de moverse. Era imposible mantener el temple ante la situación. No era sano que me afectara tanto lo ocurrido, ¿por qué yo tenía que reprocharme lo que pasó, y él no?
Aún veía a Justin y esa dibujada sonrisa al terminar de besarnos. Todavía podía sentir su aliento que se impregnaba en mi boca; su cabello entre mis dedos, peinándolo a su manera; la suave armonía que parlaba los latidos de mi corazón; el nervio que se acentuaba en sus ojos mieles, con un deje de ilusión y adoración; su mano acariciar mi mejilla, que cosquilleaba por el enrojecimiento en ésta; sus labios comprimir los míos con deleite y suavidad, como la brisa que te pega en el frío: te surge un estremecimiento. Justin Bieber es un cobarde del tamaño de su estupidez. Pero la cobardía nunca se sustituye con actos sínicos y descarados. Volvía a la pregunta del millón: ¿Quién se creía?
Fue un beso... ¿Encandecente? Demasiado de todo. De esos de los que te hacen olvidar la razón del mundo, los prototipos, los criterios, los problemas. Sólo persiste el embrollo en el estómago, la sensación de paz, la inquietud del por qué, la alegría que se proporciona en cantidades magníficas. Todo eso por un simple y arruinado besó.
Él es imposible. Yo soy imposible. Y da la casualidad, que en matemáticas, dos negativos se convierten en positivos. Por lo tanto: imposible más imposible es igual a posible. ¿Cierto? Eso tenía que suceder. Teníamos que encontrar un punto medio de cordialidad; no somos tan diferentes, él es orgulloso y yo más. Había cosas buenas, aún no estaba todo terminado.
En tanto de mi desesperación, me senté frente al escritorio, con mi computadora prendida para poder usarla. Busque entre los documentos de Worl, abrí un nuevo archivo y comencé a escribir lo que mi maestro me pidió.
"(Maestro, espero que no esté entusiasmado con mi trabajo, porque esto será un verdadero fiasco. Se lo advierto: soy una porquería para escribir. Haré lo que me salga.)"
Escribí esa pequeña aclaración, una hoja antes de comenzar con lo que sea que fuera escribir. Nunca he sabido cómo se inicia un escrito. Kate me suele decir que es como plasmar lo que piensas en una hoja, perder el control de tus dedos, describir algo descabellado que se oculta en tu mente insulsa, perderte en el laberinto de palabras, explorar tus deseos y dejar fluir lo que ni siquiera sabías que quieres, describir qué hay detrás de tu ser (nunca nos conoceremos del todo), es escribir para dejar de gritar, una salvación que te ilumina en des enseñanzas, expresarte sin temor de ser juzgado, abrir las puertas a la imaginación, compartir a los demás tu creencias.
Con es motivación, comencé a redactar:
"Un cantarín sopo husmeaba entre los musgos. Se encontraba perdido de sus demás compañeros y, lo que era más aterrador para él, es que se había perdido del estanque. Estaba desesperado y nervioso; nunca se había puesto en una situación similar. Quizá se había alejado sin darse cuenta, quizá fue intencional. Pero llegaba al mismo punto: a dónde ir. No tenía opciones; el estanque era su verdadero hogar. Además, ¿cuánto tiempo soportaría sin sumergirse a la sucia agua? El pánico comenzaba a llevarlo al borde de la desesperación. Saltaba con apenas fuerzas, que lo mantenían sujeto a aferrarse a la vida; perdiendo la fe en sí mismo, se compadecía de su desgracia. Había dejado de lado las voces prejuiciosas que lo desalentaban. Debía de hacerse fuerzas para soportar.
Exploraba con abatimiento aquel llano, sin indicios sé que sus compañeros estuvieran cercas. Se desesperó más al percatarse que se perdía la luz del sol. La luna se hacía espacio para salir. Era peor. No había escapatoria para la muerte. Su destino le jugaba una mala. Pero es que esa era la regla del ser humano.
Temía de la oscuridad; temía de su propio «cruac»,que era lo único que le quedaba para dar señales de vida; temía de morir sin más; temía de la luna que brillaba más de lo habitual.
Los de su especie eran miserables; pues aquellos demás sapos que habitaban el estanque, no habían tenido ninguna consideración con él. Ahora lo entendía todo. Sentía miedo del rechazo, y todo la opción de cobardes: alejarse. ¿No es lo que optan todos cuando ellos sienten que son diferentes, que no encajan en grupo, que sus ideas y gustos no coinciden con los propios? Es mejor apartarse de todo y crear tu propia burbuja, ésa que solo te deja salir cuando es indispensable, más nunca para relacionarse. Ese sucio sapo se alejó de ellos intencionalmente; prefirió vivir sólo antes de ser descubierto, antes de que se dieran cuenta que él no era "normal".
El destino era justo, iba a morir como un cobarde. Perfecto. Él se lo busco. Debió tomar la decisión de valientes, ahora que lo pensaba, eso hubiera sido mejor.
Los valientes no se alejan, no se van al primer cambio. Los valientes también temen, los valientes saben que hay riesgos, pero los valientes lo toman. Los valientes van al mundo con su propia capacidad de pensamiento; los valientes no imitan el mal comportamiento o adoptan otras posturas que no son propias. Los valientes son auténticos. Los valientes se quedan a ganar batallas, los valientes no se esconden detrás de pensamientos ajenos. Los valientes se escasean, mientras los cobardes se alejan de su salvación.
Era difícil distinguir entre las sombras de la oscuridad, pero el sapo se dio cuenta que se aproximaba alguien, a juzgar por el zangoloteo de la hierba seca. Ya casi no le quedaban fuerzas, pero había una luz, una luz que se aproximaba. Era literal; la luz lo encandecía, pero era clara y blanca, así que contuvo los impulsos de cerrar los ojos. La luz era acompañada de otra con más brillantes, aunque ésa no era literal. La niña de dos coletas, le enternecía y le llenaba de agallas para seguir luchando, y vivir para contemplarla más de cercas. Tirado en la roca más alta, donde creía que sería su lecho de muerte, omitió un «cruac» para llamar su atención. Estaba desesperado, y, aquella niña y su luz no literal, era su salvación.
No lo decepciono, aquella chiquilla se acercó atraída por el ruido que omitió. Él no lo sabía, pero, para ella, él no era un ser asqueroso. Le apetecía tomarlo entre sus manos y acunarlo. Quería proteger su maravillosa existencia, porque el sapo era diminuto, y pensaba que se podía destripar. Contrario a todos los que aseguraban que los sapos eran feos (incluso en contra de los pensamientos del mismo sapo, que creía que era horrible), a la niña le encanto desde que lo vio. Sus ojos verdes se esclarecieron ante la vista. Había algo en él, que nadie encontraba, pero la niña lo notaba. Era perspicaz y astuta. Ella quería al sapo en su vida, y no era un acto de capricho, era la bondad que se hacía presencial.
—Soy René —hablo la niña. A ella no le interesaba que los sapos no entendieran su idioma. Era verdad, el sapo no entendió, pero le gustó la lírica, y se aferró más a la luz emanada de la pequeña. Él quería vivir—. ¿Quieres venir conmigo?
El sopo emitió un «cruac». Ella lo tomo como un gesto afirmativo. Hizo la intención de tomarlo, pero el sapo salto con las pocas fuerzas que le quedaban. De repente, ya no quería luz; amaba la oscuridad, le gustaba perderse, le encantaba su soledad. ¿O quizá no?
—No tengas miedo. No te haré daño, sapito bonito.
Estaba vez, el sapo se dejó atrapar entre las diminutas manos de la niña. Ahora cambiaba de parecer: le gustaba la calidez de la luz, le encantaba las manos que le sobaban la joroba, amaba a la niña por hacerlo sentir protegido.
La niña no se preocupaba de las ronchas que le saldrían al tocar la piel sucia de ese ser vivo; ella solo lo quería tocar y conservarlo. Era tan perfecto al tacto. Tenía la ilusión de llevarlo a casa y alimentarlo, darle cuidados y amor.
Se le ocurrió una idea deschavetada que solo a las niñas de 5 años se le pueden ocurrir. Quería besar al sapo. Igual se podía convertir en un príncipe, como pasa en los cuentos de princesas. Ella era una princesa y el sapo era su príncipe. Dio una voltereta por su ocurrencia. Su príncipe podía ser alto y tener un caballo blanco. (Aunque ella prefería un poni morado, pero el caballo no estaba mal, era más real.)
Junto labio con labio (o lo que ella imaginaba que serían los labios de un sapo).
El sapo cantarín ni rechisto, ni se movió, se quedó quieto disfrutando. ¿Qué era eso, en todas maneras? Nunca se había sentido así. Era extraño, pero fascinante. Entonces quería vivir, pero prefería la muerte. La niña lo hacía sentir diferente, pero él quería ser igual. No quería cambiar. Se negaba a aceptar que la niña lo hacía diferente: valiente. Con ella no tenía necesidad de esconderse. Ella lo protegía de sus propios miedos, lo aceptaba en su propia forma. Pero quizá estaba confundido, porque nadie podría quererlo ni mucho menos entenderlo. Entonces se quejó con un <<cruac>>.
A la niña se le estrujo el corazón al ver que no cambió, pero eso no bajó sus ánimos para quererlo consigo. Lo quería tal cual, no le importaba su aspecto. Sentía la necesidad de acariciarlo, que de alguna manera se diera cuenta que lo adoraba.
El sopo se liberó de las manos de la niña y se perdió entre la maleza. No quería saber nada de la niña, ni de sus atenciones; él quería estar sólo, no necesitaba que alguien invadiera su burbuja.
En algún momento de su huida, se dio cuenta que era inevitable seguir sin la luz. Ya no podía saltar y no sabía a donde se dirigía. Necesitaba la luz, pero su terquedad no lo dejaba aceptar que necesitaba a la niña para protegerlo. Esa niña le hubiera dado todo. Es que otra vez fue cobarde; la cobardía lo abordo y perdió la luz.
Sus ojos se cerraron, esta vez la oscuridad fue absoluta.
El sapo murió."
Leí lo que había escrito. No podía creer que yo hubiera hecho un cuento. Lo que decía Kate era verdad. Quizá debería dejarme llevar por mis dedos de en vez en cuando y escribir para liberarme del estrés. Plasme lo que contenía en unas palabras. Deseche mis pensamientos de una manera indirecta en ese cuento. El sapo es Justin.
Justin es mi sapo que no quiere convertirse en príncipe.
Sonreí torpemente. Volví a recordar las sensaciones del beso. Un escalofrío me albergo.
***
Acomodaba mi habitación. Pensé que una renovación le haría bien, además que estaba cercas de que Kate y Victoria vinieran a mi casa. Ya habíamos suspendido mucho nuestras secciones de belleza, así que Victoria decidió reanudarlas. En la noche les informe que estaba castiga, por supuesto que se sorprendieron, porque mis padres jamás me habían castigado antes. Decidimos hacerlo en mi casa y no en la de Kate. Así que las esperaba con mis peores fachas. Una camisa holgada y un pantalón más flojo. No se me ocurrió pasarme el peine por la cabeza después de mi salida al parque. De hecho, me sentía sucia y sudorosa, pero no había tiempo de tomar una ducha. Además había un dicho o algo así que decía: <<sí te quiere, te va a querer con mal olor>>. Creo que me invente el dicho, pero es igual, así debe de ser.
Limpie mi escritorio y removí algunos apuntes, empecé a hojear lo que había escrito en ellos. Sonreí cómo una tonta al ver la torcida letra de Justin en una hoja. De verdad, era la letra de hombre más fea combinación con la de doctor. Él había escrito por todo lo ancho y largo <<infierno>> con una carita feliz, en todas las fuentes que su fea letra puede crear. Ese día estábamos en clase de cálculo y, como de costumbre, le hacíamos al tonto; él me arrebató mi cuaderno y no me dejo ver lo que hacía. Estaba muy ansiosa y deseosa de saber qué estaba haciendo. Cuando al fin me lo mostró, le viré los ojos y le saqué la lengua, a modo de molesta. Si me sincero, fue algo que me encanto. Como una boba sonríe todo el día, hasta Jasón noto mi alegría parlanchina. Por supuesto, mi gladiador nunca se enteró del porqué de mi entusiasmo. Ahora que está en el cielo y me mira, creo que lo estoy haciendo sentir mal.
Perdón, gladiador, perdón por lo que te hice y lo que ya no te haré.
Oí el timbre que me avisa de la compañía de mis locas amigas. Voy corriendo a abrirles. Para mi sorpresa, la única que se asoma en el rellano de la puerta es Kate. Está arreglada muy sutilmente, sin una gota de maquillaje. Ella es peculiar por su ropa algo informal para vestir todos los días. Su cabello castaño esta agarrado en un moño despeinado. Sus ojos celestes están de un tenue rojizo. Me doy cuenta de su apariencia gestual; irradia tristeza. Me sonríe de una manera forzosa. Me recorro a un lado para dejarla pasar. Me asomo en la calle para localizar a Victoria, pero no hay rastro de ella.
Tengo un mal presentimiento que me causa acidez en el estómago. Ojalá no fuera lo que estoy pensando, si no tendré problemas.
Me armo de valor para acompañar a Kate hasta la sala. Me obligo a actuar natural y quitar mi inquietud. Si me hago la inocente, tal vez ella vea que no cargo ni un gramo de culpa, pero, en realidad, me está carcomiendo.
— ¿Dónde dejaste a Victoria? —Pregunte casual, no demostrando mi titubeo en las piernas.
Kate se acodó en el sofá central, tenía la cabeza agachada, y contenía la respiración. Yo me mantuve firme, parada en frente de ella, contemplando sus reacciones.
—Pensé que vendrían juntas. —Opte por hablar, para no quedarnos en silencios incómodos.
—Le pedí que no viniera. Necesito hablar contigo —me dijo con frialdad, sin contacto visual.
Mi corazonada me decía que me callara, pero es que el hecho de ver a Kate, mi mejor amiga durante años, tan abatida, me hacía vulnerable. Y ya no tenía conexión de mis pensamientos y boca. La culpa me estaba mandando a la mierda; guardarle secretos a Kate fue mi primera traición. Ésa misma me hacía querer confesar todo. Ser honesta con ella, sincerarme, como siempre. Nuestra amistad se caracterizaba por ser fuerte. Más nunca había puesto en prueba la fortaleza. ¿Qué tanta traición estas dispuesta a perdonar a tu mejor amiga? Ese era el anonimato.
—Perdóname, Kate —La voz me salió estrangulada. Me mordí el labio superior ante el nerviosismo.
Kate no decía nada. El silencio era lo que me aterrorizaba, más que nada. Ella era callada por naturaleza, e inteligente para decidir cuál era el momento oportuno para aludir algo. Siempre me ha superado en inteligencia y sabiduría, ella nunca se dejaría llevar por las hormonas o la pasión. Si estuviéramos en caso contrario, ella JAMÁS me haría esto. Nunca pondría por encima a un chico de nuestra amistad.
—Kate, me he equivocado más veces de las que pueda contar —di dos pasos, cautelosa—. Tu sabes que soy impulsiva y torpe, no mido las consecuencias. —Ella seguía sin mirarme, dudo que me estuviera escuchando, pero no me iba a dar por vencida—. Tu siempre me haz dicho que son mis peores defectos, y así me aceptas, que no tengo que cambiar, porque eso me hace única. Creo que esta vez la regué hasta el fondo. Soy una estúpida. Ódiame, si quieres, pero dime algo, un insulto aunque sea. Dame una reacción. Tienes derecho a hacerme lo que quieras. Kate, dime. —Suplique por último.
Era un cuchillo cortando mi oreja cuando la escuche llorar. Eso me partió. Ella no lloraba al menos que fuera algo muy grave. Kate es la fuerte de nuestra amistad, la que limpiaba mis lágrimas cuando niñas. Ella nunca se descolocó en ninguna otra ocasión. Las lágrimas no eran los suyo. Yo era la llorona en su comparación. Esto me dejaba en el puesto de la fortaleza; no podía tumbarme.
—¡Perdón! —Exclame con exasperación.
Me senté a su lado, cuando iba a abrazarla, ella se retiró. Puse hasta el fondo las ganas de llorar, y me mentalice que debía hacer algo para parar su amargura, o conseguir que hablara.
—Me siento la peor amiga del mundo. Soy la peor. No tengo oportunidad contra ti. Debes de saber que te admiro. Tu siempre me has sabido ayudarme y no he sabido compensarte por ello —estaba cruzando la línea de no poder controlar lo que decía, podía salir pura idiotez de mi boca—. No debía merecer una amiga como tú, no merezco las cosas. De hecho, sólo me pasan. A veces me sorprendo de lo descarada que puedo llegar a ser. Desde hace tiempo te estoy ocultando cosas, y tu siempre me cuentas todo. No sé en qué momento fue que...
—No lo creí de tí —la escuche mascullar. Me petrifique y no dije nada. Cuando me miro, no lo hacía de mala forma. No había odio en su mirada, sólo lágrimas y ojos rojos. Eso me dio un poco de seguridad que, tal vez, algún día muy lejano, ella me perdonaría, entonces continuaríamos con nuestros planes de tomar un café cuando fuéramos viejitas y mis hijos la llamarían tía, y viceversa.
—Nicole, yo nunca te lo haría...
—Perdón...
—Déjame terminar —interrumpió con determinación. Me quede enmudecida. La sala de estar se sentía pequeña, como si se cerrara por los costados—. ¿Sabes? No me parece justo lo que me haces. Tú sabes que lo amo. ¡Nicole, te dije que lo amaba, y no te importo! Te lo conté todo: mi ilusión con él desde que éramos niños. Para mi él siempre ha sido especial; quizá no esperaba su regreso, pero deseaba que sucediera. Fue una conmoción cuando los vi besándose. —Negó con la cabeza, como recordando. Agache la mirada, en signo de total vergüenza—. Pero de alguna manera, consigues siempre superarme. A lado tuyo, no soy más que una buena amiga, que es la inteligente del grupo, la sabía y calmada; a la que le importa más sus notas que conseguir un novio, la que es acusada de ser la mejor amiga por el hecho de que calla sus sentimientos. Ya no quiero más de eso. Entre tú y yo no hay comparación. Tu eres la bonita y sexy, la que hace ganar un espacio en el corazón de las personas por ser tan directa, la aferrada y alocada Nicole, la que se atreve a desafiar hasta a una serpiente. A tu lado, siempre soy el cero a la izquierda, la que nadie mira porque tú los has eclipsado. Contigo ni siquiera me atrevo a competir, pues sé que tienes la delantera.
Me limito a entreabrir la boca. Jamás creí que eso pensaba Kate de mí, o de ella misma. Yo no lo veo de ese modo. Ella tiene sus propios talentos, diferentes a los míos, por esa razón pensé que éramos tan unidas.
Cuando estoy a punto de respingar, ella vuelve a tomar la palabra.
—No lo recordarás, pero desde el jardín de niños siempre tienes la delantera. En caso de Justin, el siempre te prefirió. Eso era cosas de niños, y no te guardó ningún rencor, pero me hacía sentir rechazada por ambos. Quizá no soy tan fuerte como te eh hecho pensar, pues lloraba por eso.
»En fin, el tiempo pasó. Ambas crecimos y nuestra amistad igual. Observaba que te convertías en lo que eres ahora. Y juro que amo tu personalidad, me gusta que seas un complemento de lo que yo nunca seré. Me gusta que me cuentes tus historias y yo escucharte. Aunque nunca lo notaste o no te diste cuenta que lo hacías, pero me ignorabas cuando yo te contaba mis problemas. ¿Qué tanto te podría decir yo? Problemas de matemáticas, concursos estatales, libros aburridos, notas destacadas, becas para cursos de verano. Vamos, detalles sin importancia; quizá fue ese el motivo por el que me ignorabas, no lo sé.
»Antes de que tu conocieras a Jasón, antes de que lo notaras, él ya babeaba por ti. —Sonrió, pero fue una sonrisa irónica. Quería gritarle que no lo hiciera, que no me recordara a Jasón, porque me iba a olvidar de la fortaleza e iba a llorar—. ¿Sabes qué pensé? —Hago un gesto negativo— Pensé que yo le gustaba, que por eso miraba de reojo nuestra mesa del comedor. Que por eso el se acercaba tímidamente pero nunca hablaba. Entonces te dije que me gustaba, que él era el primer chico que me gustaba en forma, pero, como siempre, no me pusiste atención.
»Luego terminaste con Trevor (creo que ese era el nombre de tu ex novio), y, como es costumbre, notaste a Jasón por se guapo. Él se quitó su timidez y te hablo.
»Ese día, recuerdo que me había puesto mis mejores vaqueros y blusa; hasta use labial y me deje el pelo suelto. Estaba decidida a hablarle para que se le quitara la timidez. No sucedió. No sucedió porque él ya te había hablado y me dijiste que te había gustado. Yo lo acepte, Nicole. Te deseé lo mejor, a ambos.
»Comenzaron a salir muy a menudo; me trague el nudo de la garganta y sonreí contigo, porque te habías enamorado y él de ti. No sabes cuánto llore por aquello. Indirectamente, sin afán de hacerme sufrir, lo hiciste. No te dije nada; me mantuve al margen de tu felicidad que debió ser la mía. ¿No es así como funcionan las amistades: ser feliz por tu amiga? Quizá no soy la mejor amiga que tú crees, porque te envidie, y no me sentí feliz por tu felicidad. Deseaba que terminaran.
»Me diste detalles jugosos de su primera vez. Me dijiste que Jasón está nervioso, y que tú también; jamás te había sucedido eso con ningún otro chico. Que él te hablaba dulce, que te decía cielo porque sentía que contigo era más feliz que con ninguna otra persona. Me dijiste que él era perfecto, que nunca había existir un remplazo. Todas tus confesiones y entusiasmos, me los trague para no hacerte sentir mal. Pero lloraba, mucho, todas las noches. Me imaginaba que yo hubiera podido ser la afortunada, pero no soy tan magnífica como tu. No era el tipo de chica que un chico guapo y perfecto se enamora.
Tenía una objeción ante eso último. Todas somos diferentes y gustamos de diferentes maneras. Si, Jasón no se fijó en ella, pero fue por algo. Asimismo pasa con otras casos; no es que sean inferiores a los demás, es que simplemente tienes que gustar por lo que eres y no puedes ser. Existe ese alguien que nos va a querer. Y sobre tener pretendientes, no importan; porque hay un chico, que tardé o temprano, llegara, y los pretendientes los vamos a mandar a volar.
—Entonces tú comenzaste a salir con Bryan —continuo Kate—. Nunca entendí esa relación clandestina, pues tú amabas a Jasón. Pero, Nicole, tu no lo merecías. E hice algo que estuvo mal, pero eso creí que era lo mejor. Le conté a Jasón sobre Bryan.
Abro los ojos al máximo, expectante por la confesión. Fue ella la que hizo que Jasón y yo discutiéramos y termináramos por un tiempo. Esto era demasiado para retener.
Sentía un remordimiento horrible. Yo no hubiera salido con Jasón a saber que a Kate le gustaba. O quién sabe, hasta ahora no dejo de sorprenderme de lo que soy capaz.
A diferencia de muchas, que se creen unas santas que no son, no soy una persona virtuosa, ejemplo a seguir y todo eso; soy diferente. Soy perfecta en la imperfección. No me oculto en las sombras de la hipocresía; me encanta la honestidad, pero soy enemiga de ella. No puedo perdonar muy pronto, a veces puedo ser rencorosa y tramó venganzas en contra. Me manifiesto con gritos por la irritación. Me burlo de las desgracias de los que me hicieron daño, pero, muy en el fondo, no les deseó mal, porque la vida se encarga en regresársela peor. Paso el tiempo escupiendo al cielo, y se me regresa, pegando en mi rostro. No intentó ser lo que todos pretenden que sea, soy mi propia reseña de mí misma, y las demás no me interesan. Sabiendo esto, no soy nadie para perdonar a Kate, incluso ella tampoco lo es para perdonarme a mí. Las dos cometimos errores que te quiebran; pero no éramos nadie para exigir devoción.
—No me arrepiento de lo que hice, Nicole. Eso me convierte en la peor amiga. Pero no puedo aceptar que esta vez también me quieras superar. Ya no te quiero dejar pasar por encima de mí; no voy a permitir que me sigas viendo la cara de idiota. Fueron muchos años en los que yo di todo; esta vez, no me haré a un lado y esperare a que te quedes con mi novio. Esta vez quiero ser egoísta y pensar en mí primero. No pienso regalarte mis oportunidades; no lastimarás a Justin como lo hiciste con Jasón —su voz se volvía más impetuosa a cada nueva frase que pronunciaba. Kate estaba irreconocible—. Tienes que hacerte a un lado, Nicole. Como yo lo hice en tu caso. No me quites esto. No compitamos por Justin, pues sé que resultaría perdiendo. hazte a un lado voluntariamente. Lo amo, y él podría amarme.
No me pasaron desapercibido sus ojos azules a modo de súplica, se hacían de un toma azul agua cuando me rogaba. Tenía la intención de decirle que Justin no era como Jasón, él no se fijaría en mí ni en ella. Él solo utilizaba a mi amiga para ocultar sus verdaderas preferencias; la estaba manejando y ella iba a sufrir más. Pero no podía traicionar a Justin contando su secreto, ¡no podía, maldita sea!
Me mordí la lengua para no decirlo. Y empecé a crear otras palabras para tranquilizarla.
—No haré nada para quitártelo, Kate. Me voy a alejar. Perdóname por causarte daño; yo no sabía que te gustaba Jasón.
Ella no se ve muy convencida. Deja de esquivar la mirada, cuando se encuentra con la mía, se levanta de sopetón. Alisa su pantalón; seguramente como quitándose el sudor se sus palmas. Sorbe los mocos y se limpia las lágrimas, muy digna. Me agilizo a levantarme, también. Quiero abrazarla pero no creo que sea el momento.
Acabo de echar a perder nuestra amistad, porque fue mi culpa, siempre es mi culpa. ¿Ahora quien sigue? ¿Ahora quien falta para alejarse de mi vida? ¿Es que acaso terminare sola?
— ¿Qué pasara con nosotros? —Pregunto, titubeante—. ¿Seguiremos siendo amigas?
Se encoje de hombros, quitándole importancia a mi pregunta.
—No te quiero cercas, Nicole. Es todo.
Asentí, apenas creyendo lo que significa esa contestación.
—Quizá en un tiempo me puedes perdonar.
Ella se dirige a la puerta; me está dando la espalda.
—No sé lo que nos espera. No sé si quiera seguir siendo tu amiga. —Está decida a abrir la puerta y marcharse, pero no pienso quedar con las ganas de decir lo último.
—Tú también me lastimaste, Kate. Le contaste a Jasón lo de Bryan. Yo confié en ti y me traicionaste, no actúes como si tú fueras mejor. Las dos nos hicimos daño, pero podemos superarlos.
Sin mirarme, con la voz quedada, casi rindiéndose.
—Esa es la razón por la que quiero que nuestra amistad termine: nunca seré mejor que tú. Para serte sincera, a mí Justin no beso así la única vez que lo hizo. Lo suyo fue diferente, y tengo miedo a que también me lo quites. No te puedo perdonar, al menos no ahora ni en un tiempo cercano.
Me paralizo.
Yo a ella le perdono todo. Incluso ahora no puedo soportar verla triste y dudable por mi culpa.
—Cumple con tu palabra, Nicole. —Me dice antes de cerrar la puerta en definitiva.
No tengo bien canalizada mis ideas. Estoy abatida. El peor fin de semana de mi existencia.