Los viejos tiempos vuelven.
Sus pestañas palpar contra mi pómulo, es lo que percibo cuando se aleja. En breve, suspira. Las emociones que me carcomen, son suficientes como para no abrir los ojos. Aspiro, por mis fosas nasales, demasiado pausado. Está cercas, justamente lo necesario para sentir sus exhalaciones chocar contra mis labios. Ni los alardeos de las gaviotas volar sobre el cielo, me perturban. Todo parece alejado de nuestro alcance. Si no fuera porque la brisa me refresca, juraría que estoy alejada de este planeta.
<< ¿Cómo hace para alegrarme? >> Aun es una incógnita que, al aparecer, no tendré un resultado pronto.La última lágrima se derrama. Pero a comparación de antes, es signo de regocijo completo. Justin la limpia con su pulgar, en un movimiento circular, que conserva mientras me animo a abrir los ojos. Sigue estando el efecto que nos emerge cuando estamos tan cercas. Sus caderas chocar contra mi vientre, es lo que recibo de obsequio por ser de altura corta. Cuando estoy lo suficientemente cuerda para ser subjetiva, poso mis manos sobre las suyas, parando su sutil caricia que me eriza.
–Gracias, estoy mejor. –Sonrío de manera gratificante y cordial. Sus ojos mieles me embelesen, y se achican por el pego de sol que encandila.
–Yo creo que necesitas caminar un poco. –Asiento, como una contestación breve de aceptación a todas las propuestas que pueden surgir.***
La corriente que entra empicada contra los mechones de mi cabello, lo hace mover curvilíneo en mi rostro, enmarañándose. La marea pacífica, alardeando un buen tiempo en la playa. Los residentes se mueven en grupos, parejas o solitarias por la costa, luciendo sus trajes de baños en dos piezas (caso de las mujeres), y tablas de surf cargadas en sus costados (mayormente hombres). Casi es sórdido el romper de las olas contra la arenosa. Todas las bancas del muelle, están ocupadas por personas de la tercera edad.Como es una tradición, los domingos en San Diego son dedicados a las personas que se apasionan con el arte. Arman un concurso de esculturas sobre la arena, hechas del mismo material. En sí, los participantes no buscan ganar; prefieren el reconocimiento y felicitaciones por su trabajo. No es que la idea del triunfo la descarten; es solo que disfrutan lo que hacen, y eso es su mejor éxito. El mejor logro llega cuando tienes la modestia en reconocer que has perdido.
Alguien alguna vez dijo que cuando menos te lo esperes las mejores cosas suceden. Porque de eso va todo: sorprender. Si lo planeas y creas expectativas demasiado altas del suceso, y las cosas no pasarán como las imaginaste; te decepcionas. Y con ello te acompaña la frustración. Perder no significa que no eres bueno. Perder tiene el significado de dar una lección: seguir perseverando hasta alcanzar. Como es bien dicho <<Para ganar, primero se necesita perder; y llenarte de la humildad que te dio la decepción>>
Justin camina a un costado mío, con las manos en las bolsas frontales de sus pantalones. Está tenuemente encogido, y no deja de mirar por donde pisa. Sus labios forman una línea apretada. Sus ojos se entrecierran por la claridad, y tiene esas 5 arrugas marcadas en la frente. Apostaría toda mi quincena a que piensa en qué jodidos hace conmigo. Y eso lo hace el triple de hermoso ante mis trascendencias, porque lucha contra la aberración sin sentido que me tiene. Definitivamente, estoy galopando frente a un risco que podría desvanecerse y hacerme caer al desagüe. Y todos los riesgos e indiferencia que puedan surgir después de este paseo, lo mando tan lejos como me es posible.
Impactante, eso es Justin Bieber.
Una persona, que por donde la mires, tiene una gran influencia en desconcertarte. Va más allá que toda esa mierda extravagante de su personalidad avasalladora. Como si se tratara de un rico muégano que prepara mi abuela Dolor; Justin y yo somos un par de una constitución pegada. Podemos pelear, no hablarnos, ignorarnos, fingir que no nos conocemos, pero nunca dejaremos de atraernos asía nuestra propia fortaleza que creamos desde niños. Él no es inmune a mi llanto porque le pesa que sufra, tanto como a mí me lástima que me ignore.
Antes no lo entendía, pero la comprensión recae sobre mis hombros, y es satisfactoria. Por más que ambos intentemos alejarnos, nuestro campo magnético exige que estemos unidos. Es como en química: no importa quién sea el agente explosivo, mientras tanto conservemos el neutro en la reacción.
–Entonces –Justin me saca de la concentración de mis pensamientos, y miro su perfil, automáticamente. Es aún más hermoso cuando se abren sus labios. –, ¿Qué sucedió?
–Nelson se irá de la casa. –Contesto con deje de hilo de voz. Peino mi cabello para un lado y lo poso sobre mi hombro, aunque sea inútil que este quieto por el viento.
Niños pasan corriendo con sus baldes y palas en dirección a la playa, gritan unas cuantas blasfemias. Dudo que eso enorgulleciera a sus madres. El más pequeño es torpe y tiene piernas cortas, por lo tanto es el último de la bolita. Cuando cruza por la baya de la separación entre la arena y el concreto, al levantar el pie se tropieza, y cae de cara sobre la arenosa. Justin apresura el paso y, en seguida, lo ayuda a levantarse, sacudiendo las rodillas rojizas del niño. Me detengo, observándolo a unos tres metro de separación. Eso es lo más dulce que lo he visto hacer desde que cura mis lágrimas.
Por favor, él es más que increíble.
Justin le dice unas cuantas cosas al niño, a lo que éste le contesta con asentimientos; se despiden chocando sus palmas en aíre, y el pequeño vuelve a correr a su destino. Cuando Justin se vuelve conmigo, le sonrío tan grande que puedo quedar congelada. Él solo se encoge de hombros y me sonríe de vuelta, penoso y distraído. Cuando cruza la baya, su pie se atora y queda enredado. Trata de zafarse, y se tambalea cuando lo logra. Me río con tal fuerza ante su torpeza. Sus mejillas son de un perfecto color rosado cuando se detiene enfrente de mi vista. Es la primera vez que su sonrojo es dedicado a mí.
¡Me emociono!
–Ya sabes, eso quería sabotearme para caer, pero yo soy más listo. –Me dice con petulancia. Otra de mis carcajadas estrepitosas se combina con los cuchicheos de los demás visitantes. –¿ En que estábamos? –Trata de cambiar de tema. Creo que no le gusta la idea de servir de payaso.
–En que eres muy listo. –Aún sigo sin encontrar compostura por mi risa.
–Es bueno que lo entiendas. Pero no, no hablamos de eso.
–Entonces ya no quiero hablar de nada que no sea de tu inteligencia. ¿Sí?
– ¿No quieres hablar sobre tu hermano mudándose a no sé dónde infiernos? –Surca su ceja y sus labios se curvan a un lado. Genial. Lo que me faltaba. Estoy observando deliberadamente sus jugosos labios.
<<Concéntrate, René>>
–No, no quiero. ¡Que se joda por pendejo! –Mi atención es dedicada a la gente que se asombra del talento de los escultores. Luego están el grupito de niños. –Eso que hiciste fue tierno. ¿Qué le dijiste al niño?
–Algo como de que no es bueno caerse y no es de guapos. –Lo miro con escepticismo mientras surco mi delgada ceja, conteniendo, nuevamente, la risa.
–Yo conozco a un niño feo que caí todos los días. Ya sabes, una niña guapa lo derribaba. –Muerde el interior de su mejilla, y una sombría risilla lo acompaña.
–Ya sabes, como que la niña le daba lastima al niño-malditamente-guapo-hasta-morirse. –Me mofo con su contestación y pongo mi mano sobre el pecho, dramatizando una terrible actuación de dolida.
–Ya sabes, como que la niña-guapa-hasta-quedarse-ciego-de-deslumbramiento era un poco agresiva con el niño-mediante-guapo-hasta-morirse, porque era un debilucho llorón. –Su mandíbula cae abierta, indagando mi ofensa. Sus ojos me aplanan por su intensidad miel.
–Ya sabes, como que el niño-malditamente-guapo-hasta-morirse creció, y tiene ganas de cobrar venganza contra la niña-fea-de-ojos-verdes-mocos-de-chango...
– ¡Oye! –Me quejo golpeando su hombro.
–...Así que corre si no quieres que te alcance. Tienes 10 segundos para correr. –Me advierte, y me cruzo de brazos, apoyando mi peso sobre el pie izquierdo.
–Ya sabes, como que no me das mucho miedo. –Su gesto se entumece, y se muestra aturdido por mi comentario irreverente.
Su mirada es de una intensidad hostigosa; sus dientes apretados y mandíbula, extrañamente, más cuadrada. Me plato más firme y lo reto con gestos. Levanta sus dos cejas y su frente se arruga cuando dice "Uno". El temor me alcanza a mis pies y comienzo a correr como desesperada. Sin rumbo aparente; tan solo alejarme de lo que el chico pueda hacerme. Miro sobre mi hombro para ver a un agitado Justin correr tras de mí, a no más de 5 zancadas. Paso saliva, hoscamente. Me abro camino aventando a unos cuantos que se cruzan; algunos me insultan y otros se ríen. Debo estar dando un pobre espectáculo de una payasita corriendo. Cuando la velocidad se apodera de mí junto con la incertidumbre de qué podrá hacerme, no soy muy parecida a la Nicole segura que aparento.