CAPITULO 4

166 33 49
                                    


—No pienso participar en esto. —Dijo Carlos, en voz casi inaudible, pero con un claro tono sombrío. —No seré parte de esto, pediré una reubicación al Gran Magistrado.

—No tienes que hacer eso... no quise decir eso, no es que la quiera para mí, la quiero en mi vida, pero no de esa manera, tú me entiendes, ¿verdad?

—No, no te entiendo. Hay muchas de las nuestras que darían lo que fuera por pasar un par de décadas contigo, y no solo por ser dirigente, si no por ti mismo, y tu pones lo ojos en una humana, esto es una locura.

—No quiero una de las nuestras, ellas están tan secas y hartas como nosotros. Y no quiero que pidas reubicación, yo te necesito aquí, tú eres mi amigo, el único que tengo.

Carlos se desplomo en su silla, aun sintiendo que el mundo se derrumbaría en cualquier instante.

—No quiero estar aquí...

—¡No quiero que te vayas! —Interrumpió Stellan, pero solo obtuvo una severa mirada de su amigo que aun lucia como un muñeco de trapo sobre su silla.

—No quiero estar aquí, porque se cómo terminara. Pero, me quedare, no te dejare solo, ni diré nada de lo aquí ocurrido. Pero, si algo pasa, si Saint o El Gran Magistrado me interrogan... lo siento, pero no estoy listo para morir.

—Comprendo, jamás te pediría que antepusieras tu vida a la mía.

Carlos poco a poco fue recobrando el decoro y recupero la compostura, se puso de pie, aliso su camisa y paso los dedos por sus cabellos.

—Hoy deberíamos irnos temprano, —Sugirió Carlos mientras tomaba su saco del perchero al lado de la puerta. —Vayamos a donde sea.

Después de casi dos horas, Geenebra llego hasta la puerta de su casa, el camino le pareció impresionantemente corto, sentía que aun necesitaba por lo menos cinco horas más para terminar de digerir lo que había pasado en la oficina del dirigente. No entendía como menos de treinta minutos de una extraña conversación la habían podido sacar tan rápido de balance.

Kaoul abrió la puerta de la casa y vio a su esposa de pie en medio del pequeño patio que separaba la acera de la entrada. Kaoul conocía a Geenebra mejor que nadie en el mundo, sabía qué clase de mujer era y lo comprometida que estaba con la vida que habían conseguido, sabía que ella en especial jamás haría nada malo o que pudiera poner en riesgo la estabilidad que poseían; sabia también cuando su esposa estaba triste o preocupada y casi siempre podía adivinar el porqué de estas aflicciones, pero ahora, la expresión de Geenebra era todo un enigma para su esposo.

—Geene, ¿estás bien? ¿Qué te pasa, de dónde vienes?

—Vengo de la oficina del dirigente Strand.

—¡¿Y qué diablos hacías allá?!

Geenebra decidió que no le tendría secretos a su esposo, jamás se los había tenido y estaba mal empezar ahora. Le conto lo que el dirigente le había dicho en el salón de clases, la invitación, lo del pase y todos los días que lo guardo, le dijo que como él no le había podido resolver ninguna duda había decidido ir. Kaoul sabía que su esposa era curiosa con el tema del pasado de la raza humana, pero nunca había preguntado mucho al respecto porque no era muy correcto, así que de alguna manera comprendió sus motivos para atender a la invitación del dirigente. Geenebra continuo hablando y Kaoul escuchando, le dijo lo poco que había conversado con el dirigente y la manera en que la habían invitado a retirarse.

—Lo sabía...

—Kaoul, lo siento. Yo nunca quise mentirte, pero...

—Geene, yo sé que tú nunca tendrías una mala intención ni me faltarías. Me refiero a lo que te dijeron.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora