Un largo y a la vez corto milenio había pasado desde que la Reina de la tierra de los Hielos Perpetuos, salió de su reino y se perdió con su tripulación en los bastos mares para jamás volverse a ver.
—Los tiempos cambian, reina mía. —Decía un joven de mágica belleza, mientras caminaba en círculos dentro de una enorme habitación llena de delicados y finos tapetes hechos a mano. —Son pocos los hermanos que no procrean, la cantidad de los nuestros va en aumento, esto podría ser peligroso, debemos instituir un control.
—Hijo mío, ¿en eso es en lo único que piensas, en el control?
—Mi reina, dígame entonces, ¿Qué haremos cuando seamos tantos que el alimento no nos alcance? ¿Cuándo seamos más bebedores que humanos? O peor aún, cuando se empiecen a acabar los humanos, ¿Qué haremos, mi reina? —La mujer se mantuvo inexpresiva y desvió la mirada hacia la ventana que tenía a su lado. La luz del sol era brillante, el sol afuera calentaba sin piedad, pero la reina había insistido en quedarse en aquella ciudad. —Además, ¿Por qué diablos seguimos en este infierno?
—Este lugar es bello, y cuando menos pienses, será la tierra que verá nacer a un gran icono del mundo, ellos lo llamaran, El salvador.
Pero para eso faltaban largos mil años más, largos para los mortales que no conocían su futuro, pero para la reina y sus hijos el tiempo ya era algo circunstancial.
—Salimos de la tierra de los Hielos Perpetuos, nuestras pieles están curtidas al frió, nuestros ojos no ven bien ante el reflejo del sol en el desierto, ¡nuestra naturaleza no es esta!
—¿Tu piel esta curtida al frió? Pero si tú creciste al lado de la reina, cobijado entre pieles y al calor de hogueras. —Dijo asertiva una mujer de cabellera oscura, piel pálida y ojos tan azules como el océano. —Tus ojos jamás salieron a navegar y vieron el sol reflejarse y multiplicar su luz sobre los monstruos de hielo. ¿Qué importa dónde estemos? El mundo es nuestro hogar y nuestra naturaleza se basa solamente en vivir y saborear la vida.
La mujer había aparecido de repente a la entrada de la habitación donde estaba Arie y la reina, había escuchado la conversación sin ser vista, no al menos por Arie, pero si por su reina. Lynae jamás se escondía de la vista de su reina, la amaba demasiado como para tenerle algún secreto, y confiaba ciegamente en ella como para tener que esconderse de sus ojos.
—Esta es una conversación privada, entre mi reina y yo.
Arie nunca fue del agrado de Lynae, y viceversa. Ella jamás estuvo de acuerdo con que la reina lo adoptara cuando sus padres murieron, y creció escuchándola diciendo que él no debería ser convertido y que no debía tenerle tanto apego.
Arie cuando niño fue encantador y dulce, pero al crecer y darse cuenta de que él no tendría los mismos privilegios que los verdaderos herederos del rey Rurik, comenzó a tornarse envidioso y mezquino, despreciando a todos, pero aun guardando amor, respeto y gratitud por su reina.
Cuando Arie tenía tan solo quince años, escucho una conversación entre Lynae y la reina.
—¿Necesita alimento, mi reina?
—No, creo que hoy no. Pero dile a Arie que venga a dormir conmigo, el me alimentara si lo necesito.
—Mi reina... —Dijo Lynae con un poco de temor de tocar un tema delicado. —Arie, yo sé que el no solo es alimento para usted, sé que lo quiere, pero, en un futuro, ¿qué hará con él?
—Tú mejor que nadie conoces mis planes, cuando llegue el momento; tu, mi hijo menor, Arie y yo, nos iremos de estas tierras, se irán conmigo y jamás volveremos.
—Si mi reina, yo la seguiré, yo iré a donde usted me lo pida.
—¿Entonces cuál es tu duda?
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En los tiempos del caos.
VampireEl hombre fue el depredador del hombre; el agua se estaba convirtiendo en veneno y la población mundial disminuía día con día, el dinero de los poderosos no fue más que papel sin valor y ellos solo un puñado más de gente desesperada por un plato de...