CAPITULO 7 El príncipe. Primera parte. La diosa.

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En un castillo, en el cuarto de una ermitaña reina, esta acunaba a un niño de pocos años, pero con la suficiente edad como para saber que la que lo tenía entre sus brazos no era su madre, pero que si lo protegería de todas las injusticias y penas del mundo.

—¡Cuéntame la historia del príncipe que secuestro a la princesa!

—Todos los días quieres oír esa historia. ¿No prefieres una sobre barcos y tierras lejanas?

—La historia del príncipe que secuestro a la princesa tiene barcos y tierras lejanas. Por favor, cuéntame esa historia.

La reina amaba tanto a ese niño que no le pertenecía, que no le podía negar ninguno de sus deseos, ni siquiera el contarle la misma historia una y mil veces.

Los años se hicieron décadas y a su vez pasaron los siglos, pero el tiempo no tocaba a la reina y su belleza se mantuvo intacta, y el niño en su regazo se convirtió en un bellísimo joven, dulce y amable ante su reina, aunque no tanto ante sus hermanos.

—Si me lo permite, me gustaría hacerle compañía, mi reina.

Pidió humildemente el joven, desde la puerta de la habitación de la reina.

—No hay nada que yo quiera más que tu compañía, —Respondió la reina, invitando al joven a descansar a su lado frente al fuego. —excepto que fueras menos despiadado con tus congéneres y con los mortales.

—Mi reina, mi bondad y amor es solo para usted, solo usted se la merece.

—Sé que eres honesto, pero...

—¿No le basta con mi honestidad y mi amor?

Interrumpió el joven, al cual no le bastaba el asiento al lado de su reina, si no que como siempre, se había sentado a los pies de la mujer a la que le profesaba su lealtad y amor.

—Si Arie, me es bastante, es más que suficiente para mí. Pero no para los demás. —Ambos guardaron silencio mientras veían como crepitaba el fuego frente a ellos, mientras el joven dejaba que su reina acariciara sus cabellos, como si aún se tratara del mismo niño al que le contaba cuentos sobre su regazo. —Arie, un día yo no estaré a tu lado, un día mis propios hijos conseguirán cortarme la cabeza o como mínimo logaran enterrarme viva; y entonces ¿qué será de ti?

—Mientras yo viva, usted no tendrá de que temer, yo siempre la protegeré.

—También sé que eres honesto al respecto de eso.

—Aunque sabe también lo que opino de su decisión de dejar que los hermanos se propagarán como lo han hecho.

—Son congéneres, no esclavos, no animales, no mascotas. Son como tú y yo. Arie...

La reina quiso decirle al joven que debía ser bondadoso con sus congéneres y dejar de generar conflictos, por su propio bienestar, pero eso era algo que ya le había dicho millones de veces a través de los siglos, tantas que ya estaba cansada de repetirlo. Al final solo se escuchó un apesadumbrado suspiro.

—Siempre he sabido que yo no nací de sus entrañas, nunca fue un secreto, pero usted me ha amado como a un hijo verdadero, ha sido la única que me ha amado. Ya no le traeré preocupaciones, seré justo como usted lo desea.

—Gracias, solo recuerda, esto te lo pido por ti mismo, por tu propio bien.

De nuevo hubo silencio entre ambos, y solo el crujir de la madera sucumbiendo ante el poder del fuego se hacía escuchar.

—Mi reina, ¿podría contármela historia del príncipe que secuestro a la princesa?

—¿Aun te gusta esa historia?

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora