CAPITULO 38. La princesa que todo lo ve.

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Cuando el príncipe Rurik arribo acompañado de Iyali a la Tierra de los Hielos Perpetuos, no hubo persona que no se enterara, todos querían conocer el rostro de aquella extraña a la que el príncipe había secuestrado, ¿la conservaría como sirviente o sería un trofeo que mostrar?

Después la joven sería presentada como una princesa y se le debía tratar como tal, el príncipe solo le confesaría a su padre, el rey Aren, la verdad sobre el origen de Iyali.

El joven príncipe pidió una acompañante para la nueva princesa, y se le entrego a una niña de tan solo once años, hija de un herrero, huérfana de madre desde su nacimiento.

Al príncipe le pareció bien, le gustó la idea de que su futura reina tuviera como acompañante a una niña que creciera a su lado, ya que a lo que Iyali le había contado ella apenas contaba con 17 inviernos en su haber.

El nombre de la niña era Lynae.

Al ser presentada a Iyali, Lynae se mostró tímida y nerviosa, pero en realidad estaba asustada. Ella jamás había visto a alguien como Iyali; esa piel morena le parecía extraña, su cabello tan oscuro, que si bien no todas las mujeres en aquel lugar eran rubias, nadie tenía el cabello tan negro y grueso como la que tenía enfrente, incluso la forma de su cuerpo y su altura le parecía distinta. Pero Iyali era una joven dulce y amable, con hermosos talentos y una gran gracia para tratar a los que la rodeaban, así que Lynae perdió todo miedo rápidamente.

El tiempo pasaba rápidamente al lado de Iyali. Juntas hicieron en su mayoría el vestido para su boda con el príncipe Rurik, juntas esperaron la llegada de su primer hijo, juntas lloraron la partida del rey Aren, la primera pena en una lista inimaginable.

El peor día en la vida de ambas empezó como cualquier otro, pero al caer el sol, Lynae pensó que junto con la luz se iría también la vida del pueblo que tanto amaba. Fuego, gritos, llanto, sangre, caos y muerte, sus conocidos y amigos caían uno tras otro.

En una época donde las mujeres no portaban armas para hacer aún más notoria su importancia en la sociedad, Iyali puso en las manos de Lynae una lanza y una espada. La llevo con ella y con su primogénito a una habitación especial, una donde solo se debía de entrar si tu vida corría peligro absoluto.

—Quédate con mi hijo, protégelo y protege esta entrada, que nadie descubra por donde he salido.

Le dijo su reina y no cambio de parecer aun cuando Lynae le rogo que la llevara con ella.

—Te juro que volveré. Ten fe en mí.

Lynae espero. La puerta estaba cerrada por dentro y del otro lado era casi imposible localizar aquel lugar si eras un extraño. Cada minuto parecía eterno y el sol parecía no querer volver a salir en aquella tierra, la noche más larga en la vida de Lynae.

Cuando el cielo aún era de un negro absoluto, la reina regreso, pero no regreso como Lynae la conocía. Iyali le indico que se quedara en ese mismo lugar cuidando a su hijo.

Iyali salió a donde los enemigos atacaban a su pueblo, los masacro con la espada de su rey y con sus propias manos y dientes. Antes de que saliera por completo el sol los enemigos habían caído.

La joven Lynae salió de su escondite y vio a su reina arrodillada ante un mar de cadáveres, con los brazos cansados, caídos a los lados, pero en una de sus manos aun sostenía la espada de su rey que ahora era suya, de pies a cabeza bañada en sangre, con la vista perdida en el claro cielo y en la oscura realidad.

Lynae sabía que las cosas jamás volverían a ser iguales, el rey había muerto y mucha de la felicidad de su reina, su mejor amiga, su hermana, también murió.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora