CAPITULO 27

49 12 11
                                    

El edificio principal del Gran Magistrado parecía estar siendo tragado por la nieve, apenas se notaba dónde estaba ubicada la puerta principal; la gloriosa sede de Groenlandia parecía cada vez más un pueblo fantasma, ni un solo vampiro quedaba en aquel lugar a excepción de tres vampiros confinados a una habitación custodiada por extraños solados.

La sede del Gran Magistrado en Groenlandia había sido diseñada como una pequeña ciudad con un sistema de tendencias clasistas muy bien especificado. En las orillas estaban los hangares, talleres y bodegas de recibo, a esto le seguían una vasta cantidad de casas, todas y cada una idénticas entre sí, estos eran los hogares de los vampiros que laboraban en el funcionamiento de aquella pequeña ciudad; choferes, mecánicos, técnicos, secretarios, por supuesto vampiros bastardos usados en general como sirvientes, pequeños engranes de una enorme maquinaria, piececillas que mantenían andando aquel gran reloj con sus tres manecillas principales.

Al terminar la sección de casa de los bastardos, comenzaban las residencias de los Milenarios; mansiones ridículamente lujosas, decoradas con posesiones acumuladas por siglos que ahora ya no tenían ningún propósito más que el llenar un vacío en una pared. Pocas de esas mansiones eran ocupadas por más de un vampiro, eran nada más que un monumento a su propia egolatría y apatía.

Después venia la parte brillante y reluciente de aquella ciudad, bodegas de artículos de nostalgia a manera de tiendas departamentales, lugares donde aún se podían adquirir dispositivos con música grabada o películas, libros, cuadros decorativos, e incluso un par de atuendos bonitos y un par de zapatos que le combinaran, a altísimos precios claramente; solo los vampiros que en sus buenos tiempos amasaron grandes fortunas podrían costearse esos despilfarros en tiempos como lo que se vivían bajo el régimen de Adrien y sus hijas, ya que solo a los más acaudalados les fue permitido conservar sus posesiones; una de las pocas condiciones aceptadas por Adrien para lograr que los vampiros más antiguos, los milenarios, aceptaran aquel nuevo orden y el mudarse a aquel lugar.

Pero los vampiros de otros niveles sociales inferiores también tenían alcance a algunas distracciones; había cines gratuitos y lugares donde podían ir a beber sangre y escuchar música sin ningún costo. El vivir en aquel congelado lugar y someterse a las nuevas leyes tenía que tener alguna ventaja, como lo era el no tener que pagar renta o ninguna clase de impuestos, después de todo, ellos también se habían tenido que desprender del uso del papel moneda al igual que los humanos.

Finalmente y señoreando aquel lugar estaba la estrella de la ciudad, el punto más importante para todo mortal o inmortal del mundo, las oficinas principales del Gran Magistrado, el sitio donde se tomaban las decisiones de hacia donde se dirigiría el mundo día con día, el lugar desde donde tres megalómanos jalaban los hilos e imponían su capricho.

Pero ahora no quedaba mucho de todo aquello. El día del levantamiento de Aleenah los soldados llegaron también ahí, y desde la distancia acabaron con todo vampiro en aquella ciudad; uno a uno los disparos letales fueron acabando con bastardos, bendecidos y milenarios por igual, dejándolos reducidos a cascarones que en poco tiempo se convertirían en polvo. Y las tres cabezas del Gran Magistrado enclaustrados sin nadie que les pudiera ayudar.

Hecate, la exótica, la de deliciosa y apetecible piel oscura, la pensativa y apacible diosa de ébano, estaba haciendo honor a otro de sus apodos, ahora era la diosa salvaje en su máxima expresión, estaba de nuevo lanzando muebles, decoraciones, copas, vasos y botellas por los aires.

Eydis, la de apariencia más pequeña, la primogénita de su padre, la sanadora, la diosa de acero, la diosa de la isla, estaba ya harta tanto de su hermana como de su padre, deseaba irse, deseaba abandonarlos y huir como toda una cobarde, pero sabía que cada que pensaba en eso su padre la veía y escuchaba, lo sentía en su cabeza, lo sentía como si caminara dentro de ella, como si diera grandes y pesados pasos dentro de su cerebro pisoteando sus ideas de fuga y remarcando con fuego esa parte dentro de ella que decía que le pertenecía hasta el día de su muerte.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora