CAPITULO 20

61 20 7
                                    

El Gran Magistrado no los protegía, los criaba. El Bien Mayor no era un beneficio equitativo, era la conveniencia y el seguro de vida para unos cuantos. El Gran Acuerdo no fue la salvación, fue un testamento donde los antepasados heredaron a la raza humana como si se trataran de objetos.

La venda que aún le nublaba un poco la vista a Geenebra había caído del todo con la muerte de su madre. Habría libertad, habría rebelión, habría caos y muerte; ella ya lo había aceptado y la muerte de su madre había sido el aviso de que el fin acababa de empezar.

Cardiinal y Reid habían llevado a Nore y a Geenebra a la casa de uno de los compañeros rebeldes, no podían llevarlos a sus propias casas porque mucha gente vio quienes sacaron a la mujer y al niño de la vivienda donde había quedado el cadáver de Serha.

Cardiinal veía como Geenebra abrazaba firmemente a Nore y él lo permitía, ella abrazaba a su hijo como si ambos fueran a caer a un mortal abismo si no lo hacía y el sentía exactamente lo mismo, solo ese abrazo los podía sostener. Pero el día había llegado y el movimiento tenía que iniciar ya.

—Antes de salir de tu casa, alcance a tomar tu bolso, dentro esta aun el aparato con el que nos avisaran la llegada de los soldados.

Geenebra tomo el bolso con una sola mano, sin soltar a su hijo, y saco el teléfono para ponerlo a la vista.

—Se llama celular, funciona vía satélite. —Cardiinal, Reid y un par de personas más que estaban en la casa miraron a Geenebra con asombro total.

—Deberías de tomar esto. —Dijo Reid ofreciéndole una lata de suplemento.

—¡NO! —Grito Geenebra a la vez que de un solo golpe tiraba la lata que Reid tenía en las manos. —¡No deben volver a tomar nada que el Gran Magistrado les mande o les haya dado! Mi madre murió envenenada por esas bebidas; le dan eso a nuestros niños y a nosotros para podernos drenar a su antojo y con la seguridad de que no estaremos enfermos, pero en cuanto ya no les servimos nos envenenan para que muramos como murió mi madre; por eso envían a los viejos a Peace Fields, para que no presenciemos lo que yo con ella.

—Entonces moriremos de hambre. —Dijo una jovencita que vivía en la casa donde se estaba refugiando.

—¿Y que creías que iba a pasar cuando nos reveláramos ante el Gran Magistrado? ¿Qué nos seguirían alimentando, dando techo y ropa aun cuando ya no quisiéramos estar bajo su mandato?

Por un segundo Geenebra se sintió culpable de decirle eso a la chica, cuando de alguna manera ella también lo creía así hace algunas semanas.

—¿Entonces de que viviremos?

—Buscaremos nuestro propio alimento; hay plantas y árboles que producen frutas y vegetales, y amínales que se pueden consumir.

Las personas en la vivienda la miraban como si estuviera loca.

—¿Estas segura de que eso se puede hacer? Ni siquiera sabemos que son o como lucen esas frutas y vegetales de los que hablas, ¿Dónde has visto todo eso?

—Esos son la clase de secretos que nos han guardado, y con esta revolución descubriremos todo eso y más, recuperaremos lo que nos arrebataron. ¡Será todo nuevo, será difícil, pero será todo nuestro! ¡Triunfo o derrota será nuestro y solo nuestro!

La gente tenía miedo, pero la muerte de Serha no solo le había abierto los ojos a Geenebra, si no que les había mostrado una cara oscura y sucia de la realidad perfectamente sistematizada en la que vivían

Geenebra seguía sentada en la pequeña sala de la vivienda, con su hijo sentado sobre sus piernas, bien sujeto entre sus brazos y su pequeña cabeza escondida en su cuello; entonces Cardiinal le aviso que un auto venia por la calle en dirección a la casa. Todos miraron a Geenebra pensando que habían enviado por ella, incluso ella misma lo pensó.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora