CAPITULO 5

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Stellan supo que algo iba mal con Geenebra. Durante todo el camino de regreso la mujer no dijo ni una sola palabra, Stellan le ofreció llevarla hasta la puerta de su casa pero ella rechazo la oferta, pidió que la dejara en una estación de transporte, no quería que ni sus vecinos ni su esposo la vieran llegar a casa en un auto del gobierno. Estaba decidida a guardarse todo para sí misma por el momento, no diría nada ni a su esposo acerca de que estaba empezando a frecuentar al dirigente, ni a Stellan que su esposo era un traidor, no diría a nadie ni una palabra hasta meditar que era lo mejor para su familia.

Geenebra al llegar a casa, beso a su pequeño hijo Nore, abrazo a su madre, y le dio un beso en la mejilla a su esposo, tomo una lata de suplemento del pequeño refrigerador y la bebió despacio, y mientras se pasaba cada trago de aquel líquido, pensaba en todo y nada a la vez; en el hermoso rostro de su hijo, en el pollo que el dirigente menciono, en los años que le restaban a su madre, en los casi dos mil años de Stellan y en si debía o no acusar a su esposo por sedición y mantener a salvo a su familia.

Stellan, por otra parte, esperaba que la botella de sangre se calentara en el microondas y mientras fue a desplomarse sobre su enorme cama, acariciaba despacio el satín purpura de sus sabanas y pensaba en desde cuando no tomaba una siesta. Por su edad, Stellan no necesitaba alimentarse ni tan a menudo ni en grandes cantidades, tampoco ocupaba dormir a diario, si acaso un par de horas por semana o un par de días al mes, más de eso sería solo pereza, pero esa noche en especial, deseaba dormir hasta que volviera a salir el sol, deseaba soñar con Geenebra, ubicarla en un paisaje distinto al actual, verla aunque sea en su mente en un lugar libre, en un sitio donde pudiera acercársele y ser ambos parte de la vida del otro, sin restricciones y sin esconderse.

Muy lejos de la zona A y su sub zona T, de las encrucijadas morales de Geenebra y de los sueños de Stellan, en un gélido lugar al norte del globo terráqueo, estaba una mujer en su enorme oficina, viendo hacia la oscuridad de la noche, viendo sin ver el viento y la nieve del otro lado del grueso cristal blindado, inmersa en sus pensamientos.

Aleenah Saint, una mujer rubia, de estura media y de belleza promedio, el tipo de mujer que no inspira gran temor, sino todo lo contrario. Aleenah era dueña de una de las más dulces sonrisas del mundo, pero detrás de esa sonrisa casi angelical, se escondían las más perversas y oscuras intenciones.

Cada vez que Aleenah concluía una misión, y podía regresar a la sede del Gran Magistrado, se perdía por horas viendo a través del ventanal de su oscura oficina. Siempre se le encontraba igual, vistiendo solo una ligera bata de seda roja atada por la cintura y con los pies descalzos viendo hacia la nada por el cristal. Algunos decían que nunca dormía y que siempre estaba al asecho, que esa era su costumbre por haber pertenecido al ejército ruso, todos en la sede tenían algo que decir acerca de Aleenah, pero eso al Gran Magistrado no le interesaba, solo sus habilidades le eran de valor.

Aleenah veía como el viento movía los copos de nieve, como los hacia bailar en remolinos a su antojo en medio de la negra noche salpicada de estrellas; por momentos miraba hacia abajo, el suelo apenas se distinguía desde la altura a la que se encontraba y se preguntaba si sentiría algo si saltara hacia el vacío y se estrellara contra el helado concreto.

Entonces alguien abrió las puertas dobles de su oficina, dejando entrar una gran cantidad de luz que saco a Aleenah de concentración.

—Aparte de un par de huesos rotos, no, no creo que sientas nada, querida.

Dijo un joven de cabellos revueltos, no aparentaba más de 18 años ni parecía que lo deseara, por su forma desgarbada de vestir, hasta podría pasar por un chico de 16. Aleenah, sin voltear a ver al joven que la había interrumpido, rodo los ojos en claro desagrado por su repentina intromisión.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora