CAPITULO 9

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—Aleenah ha partido.

Dijo Adrien a sus dos compañeras, a la vez que veía hacia la nada, como siempre que se concentraba para sentir presencias o entrar en las mentes de alguien que estaba lejos de él. Un poder que sin duda le había sido en extremo útil a lo largo de los eones.

—Odio a esa mujer, Saint dará problemas, las de su clase siempre dan problemas.

Expreso con desprecio Eidys, arqueando una de sus cejas y haciendo un riguroso rictus con su pequeña boca.

—Mejor dinos a quien no odias, querida, para hacernos la lista más corta. —Dijo Adrien, con su postura despreocupada y contemplando el rojo contenido de su grueso vaso de cristal. —La perra rusa es nuestra mejor opción, su mal carácter solo es equiparable con sus letales dones.

—¡Pero no me agrada! —Espeto Eidys, viendo fijamente al frente como si no pudiera mover sus ojos en sus órbitas y golpeando sus pequeños puños contra sus muslos, dando la apariencia de una pequeña rabieta. —No nos es fiel, no nos teme, Saint será problemas mayúsculos un día. Casi puedo verlo.

—Te controlas o te vas, no voy a tolerar que me eches a perder mi almuerzo. Además, con nosotros no quieras hacer el teatro de bruja que ve el futuro, la única que tiene esos dones es La Madre de Todos.

—Sí, tienes razón, y ella sigue exactamente donde la dejaste, ¿no?

Dijo la pequeña vampira en un tono poco agradable. Adrien le regalo a Eidys una pálida imitación de una sonrisa, que al instante cambio por un semblante furioso, acompañado por un brusco movimiento en el que tomo la fina licorera llena de sangre de la mesa, la estrello contra la misma y con los restos de ella amenazo a su compañera.

—Que tus sucios labios no se atrevan a mencionar a mi Madre en ese tono otra vez o yo mismo te cortare la cabeza y me encargare de que no quede nada de ella, ¿comprendes?

Al romper la licorera, unas gotas de sangre cayeron sobre el vestido dorado de Hecate, sobre sus hombros y rostro, pero la exótica vampira ni siquiera se movió, al contrario, solo estaba inexpresiva mirando hacia el lado contrario de donde estaban sus compañeros.

Cuando Adrien retomo su auto control y se desplomo en su lugar, advirtió la poca atención que prestaba Hecate a lo sucedido.

—¿Y tú no tienes nada que decir sobre Aleenah o sobre la idiota de Eidys?

—Eidys no es idiota, solo arrogante, y tú eres un bebe milenario.

Eidys y Adrien voltearon a verse al mismo tiempo, y como si nada de lo anterior hubiera pasado, se carcajearon juntos, pero aun sin provocar ni siquiera la mínima reacción de Hecate.

—Y supongo que tú serias mi niñera, ¿no?

Dijo aun entre risas Adrien.

Pero Hecate no les dio el gusto de responder, solo se levantó de su lugar y salió de la habitación.

Después de un par de horas, Adrien alcanzo a Hecate en la azotea del edificio donde vivían.

La imagen de Hecate con su vestido entallado, corto y dorado, con las piernas y hombros descubiertos, desencajaba por completo con el escenario que la rodeaba. El viento gélido jugando con su cabello y los copos de nieve adhiriéndose a él, sin duda el frio era mortal para cualquiera, pero la diosa de ébano parecía ser inmune a la temperatura despiadada de Groenlandia.

—Si mi Hecate, mi diosa salvaje, guarda silencio y se aleja de mí, es que algo realmente la está molestando.

—Esta diosa salvaje tiene un mal presentimiento.

En los tiempos del caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora