con una tormenta dentro (de mi)

me desgarraste el corazón

Este obsesivo corazón
te quiere decir adiós.
Grita que ya no siente,
(pero tampoco sana)
y su vena se enrosco
dentro de tu mirada.
Por eso, ya no piensa
el corazón, medita la
razón. Y ese el motivo
por el cual no existe
el amor.
Al poner mi corazón
al lado tuyo, entendí
a la eternidad en sólo
un minuto y pude
comprender el universo
en tan sólo doce segundos.
Lo más preciado que
teníamos nosotros era
eso: nuestro corazón, rojo,
grande y palpitante.
Vos cuidabas el mío,
y yo el tuyo. Te insistí
que él deseaba vivir,
(que no lo dejes morir).
Lo regabas con cariño y
contención, a cambio yo al
tuyo le prestaba mi amor.
A veces, sacaba tu corazón
del pecho y lo colocaba
en mi tormenta eterna,
que por mas que llueva,
sabías que nunca se dañaba
de ninguna manera.
Y vos al mío, lo pusiste allá
arriba, en el universo,
lejos de mi cielo.
Lo colocaste el lado de
Júpiter porque me decías
que mi corazón era más
grande que ese titán de gas,
pero tenía miedo de que tu
ciclón lo pudiera tocar.
Mi tormenta comparada
a la tuya era como un
átomo: pequeña e inexistente,
y nunca te lo confesé
porque sabía de que no me
creerías.
Un día saliste y sacaste
tu corazón de mi tormenta,
te lo colocaste en tu pecho
y fuiste sin darme un beso.
Estaba preocupada porque
el mío seguía estando en tu
universo y no me lo diste,
no me lo entregaste, fuiste
egoísta y me dejaste.
Pero entonces, recuerdo el
momento exacto en el que mi
corazón se cayó, haciéndose
trizas contra el suelo y
sonando como nuestra canción.
Llorando recogí sus piezas,
y en ellas estaba marcado
tu nombre con tu letra.
Por poco, ese día no me morí
y tampoco volviste a mi lado
entonces comprendí que en
todo ese momento lo único que hiciste fue hacerme daño.
Me tuve que rearmar sola,
no estabas como prometiste
y a medida que pasaban los
días, me volvía aún mas triste.
Al final, entendí que no me quisiste
y que a mi corazón finalmente
lo rompiste.