Capítulo 3.

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-Buenas tardes, señora Llorens.

-Leo, hola. - Mis mejillas ardieron al ver cómo mamá abría la puerta para dejar pasar al chico-. ¿Tu padre está...?

-Sí, ha dicho que iba a aparcar y que vendría enseguida - comentó educadamente y me miró, paseando sus ojos de arriba abajo antes de volver a mis ojos y sonreír de medio lado.

-Alejandra, hija. No seas maleducada. Preséntate - siseó mi madre dándome un codazo.

-Yo... Yo... - titubeé.

-Yo soy Leo. Encantado - se acercó a mí y cogió mi mano, la cual retiré rápidamente y sequé en la parte trasera de mis pantalones.

-¡Anne! - exclamó un hombre de la edad de mi madre entrando en casa. Era alto, con los ojos del mismo color que su hijo pero más oscuros, cabello oscuro y piel clara, típico de la gente de su ciudad.

-¡Christian! - saludó de vuelta mi madre.

Vale, ¿de qué coño iba la escena? A mi madre se le caía la baba con ese hombre y lo mismo podía decir de él. Pero de ahí a tener que soportar al presumido de su hijo ya era demasiado. Y más teniendo en cuenta que había hecho como si no nos hubiéramos conocido ayer.

-Esta es mi hija, Alejandra.

-Yo soy Christian. Trabajo junto a tu madre en la oficina. Bueno, más bien me encargo de las cuentas de la empresa, pero coincidimos en la sala del café - comentó y todos rieron. Menos yo. No le encontraba gracia alguna.

-¿Nos vamos? - escuché un susurro junto a mi oreja derecha. Me di la vuelta súbitamente y me topé nuevamente con ese hipnotizante color.

-Nosotros estaremos por aquí, chicos. No volváis muy tarde - dijo mi madre entrando en el salón seguida de Christian. Opté por dejar de observar la incómoda escena y salí de casa, sin hacer caso del chico que me seguía.

-Así que hablar no es lo tuyo -  rió en mi espalda-. Yo que te veía con cara de hablar mucho.

-¿Te quieres callar? - dije apretando mi dedo índice contra su pecho-. Sólo hago esto porque mi madre me amenazó con quitarme algo muy importante. Así que cállate.

Leo me miró con los ojos como platos apartando mi mano de su cuerpo antes de soltar una carcajada.

-¿Algo importante? Mmm... Deja que lo adivine. ¿Tu móvil? O quizás te ha prohibido ver a tu novio. ¿Es eso?

-No tienes ni idea.

-Oh, vamos. Y ahora negarás que te pongo nerviosa.

-No me pones nerviosa - dije, volviendo a ponerme en marcha.

-¿A quién quieres convencer? ¿A mí o a ti? - espetó divertido. Eso estaba yendo muy lejos.

-¿Se puede saber de qué vas? Oh, claro. Te crees que porque vienes de la gran ciudad tienes el derecho de juzgar a todo el mundo y de creer que todos te aman. Deja que te diga la verdad. No eres más que un jodido perdedor que no conoce a nadie aquí y que... ¡Anda! Ahora depende de mí - sonreí con suficiencia. 

-Entonces es cierto. Te prohibirá ver a tu novio - bufé mirándole con desprecio y él rió. - Lo sabía.

-Deja tus estúpidas teorías y cállate. No pienso volver a pedírtelo.

-Y yo no pienso callarme - sentenció pasando su brazo por mis hombros-.  Además, sospecho que nos lleváremos muy bien.

-¿Tú y yo? Deja que te lo diga con dulzura. - Giré la cara para mirarle de frente y sonreí irónicamente-. Ni en un millón de años.

-Oh, ya lo creo que sí.

-¿Eres siempre tan idiota?

-¿Y tú siempre tan borde?

-No soy borde.

-Ni yo soy idiota.

-Lo que digas - solté llegando a la parada de bus-. Tienes que coger el once hasta el centro.

-¿El once? De acuerdo.

-O puedes coger el doce y llegar hasta las afueras de la ciudad. En cuyo caso te lo agradecería eternamente.

-¿Ves? Eres borde.

-No, no lo soy. Y aparta tu brazo de mí. - Me solté de su agarre, acercándome para ver los horarios.

-Preciosa, me gustas más cada minuto que paso a tu lado.

-Al contrario que yo contigo.

-¿Te puedo decir algo?

-No te vas a callar aunque te lo diga. Así que haz lo que quieras. - Me crucé de brazos y me apoyé en una de las paredes de la parada.

-¿Cuánto cuesta ese carnet que tienes y que tu madre ha amenazado con quitarte si no salías hoy conmigo?

-¿Cómo lo has sabido? - pregunté, atónita.

-Es más que obvio. - Se encogió de hombros y se apoyó en la pared a mi lado-. ¿Me vas a decir cuánto cuesta?

-¿Para qué? - Me puse a la defensiva.

-No eres la única persona en este mundo a la que le gusta leer, ¿sabes?

-Yo... - Vale, quizás me había pasado un poco con el pobre chico...

-Además, seguro que hay más chicas guapas en la biblioteca.

... o quizás no.

-Eres idiota - sentencié antes de que llegara el autobús que nos llevaría al centro.

En el fondo yo también sospechaba que nos llevaríamos bien.

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