Capítulo 29.

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*Narra Alex*

-Habitación 203 - dije a mi madre mientras andábamos por el pasillo del hospital.

-Deberías entrar tú primero.

-No, mamá. Tienes que hacerlo. Por ti. Para ser feliz.

Mi madre me miró con cara de a-mi-hija-le-ha-salido-una-segunda-cabeza y arrugó la frente.

-Se supone que yo soy la adulta de las dos.

-Las cosas pueden cambiar - bromeé divertida.

Di un codazo suave a mi madre, alentándola a entrar en la habitación.

-Venga, mamá. Piensa en Christian y en la cita que tendrás con él cuando volvamos a casa.

Me alejé rápidamente antes de que pudiera responderme. Empecé a reír mientras andaba hacia la cafetería de aquella planta, pero me choqué con alguien.

-¿Jack?

-Sabía que estarías aquí - sonrió con todos sus dientes y me estrechó entre sus brazos-. ¿Cómo estás?

-¿Qué haces aquí? - Verle me había tomado por sorpresa.

-El padre de Alice es cardiólogo. De hecho, el cardiólogo de tu padre. Ayer estábamos cenando en su casa cuando mencionó a un paciente suyo, el hermano de Sarah. ¿Recuerdas? Llegué a conocer a tu tía - dijo con seguridad-. En cuanto supe que esa era la razón por la que estabas en la ciudad, pensé que debía estar a tu lado. Aunque fuera dando apoyo moral - me dio un codazo similar al que había dado yo a mi madre apenas minutos atrás.

-Muchas gracias - pude decir antes de que el nudo de mi garganta y las lágrimas me lo impidieran.

-No las des, ¿vale? Tengo una gran deuda contigo. Sea lo que sea lo que necesites, estaré ahí para ti.

-Alice te ha cambiado de verdad, ¿eh? - dije riendo mientras Jack secaba mis lágrimas y volvía a abrazarme-. Espero que seáis felices. De verdad.

-Gracias, Alex - susurró acariciando mi cabello-. Yo espero que algún día encuentres a alguien que te haga sentir como yo no pude hacerlo, que te dé lo que yo no te di. Y... Quizás lo tengas más cerca de lo que crees.

-¿Quién? ¿El celador? Oh, vamos. Pero si tiene como setenta años. Yo de cincuenta para abajo, Jack. Ya lo sabes.

El chico empezó a reír de tal manera que una enfermera tuvo que venir a pedirnos que bajáramos el volumen, que los pacientes intentaban descansar.

Tapé mi boca con mi mano e intenté parar, pero veía a Jack haciendo lo mismo y era imposible. Tuvimos que ir a la cafetería, estallando en carcajadas nada más llegar.

-Se me había olvidado lo divertida que eras - comentó sentándose en una mesa con un par de botellas de agua.

-Todos los viernes en sus mejores tugurios con micrófono abierto - espeté en un malísimo tono de comediante.

Jack se había ido hacía una media hora. Le había dicho que mi madre lo sabía y, por más que insistió en hablar con ella, le dije que ya lo dejaríamos para otra oportunidad.

-Tu padre te espera - anunció mi madre abriendo la puerta y guiñándome un ojo. No se iba a librar de mí, más tarde le iba a hacer un interrogatorio completo. Siempre había querido hacer de poli malo, aunque en el fondo era de los buenos.

-Alejandra - mi padre estaba sentado en una silla, con su típica ropa de trabajo puesta. Traje perfectamente planchado y zapatos resplandecientes.

-Papá... - Me fui acercando poco a poco a su cama, apoyándome en el borde mientras miraba por la ventana. Estaba nublado pero hacia calor. No obstante, en esta sala hacía mucho frío.

-Has crecido...

-Ya... Bueno... - Me mordí la lengua. Tenía que evitar cualquier comentario sarcástico que se me ocurriera. Quería que esto fuera bien. Paso a paso-. ¿Cómo te sientes?

-Todo lo bien que puede sentirse alguien que acaba de sufrir un infarto - dijo moviendo los hombros como si estuviera preparándose para una maratón-. Me siento como si un camión me hubiera pasado por encima. - Reí ligeramente y le miré levantarse, acercándose a mí-. ¿Sabes? En ese momento, cuando apenas era capaz de pensar, sólo una cosa pasó por mi cabeza.

-¿El qué? - pregunté. Seguramente sería Stella, o la boda, o su trabajo. Así era mi padre.

-Tú. Solamente tú.

La impresión hizo que me atragantara con mi propia saliva, haciéndome toser como una desesperada. Papá se acercó a darme unas palmadas en la espalda, ayudándome a recuperar el aire que de mis pulmones había escapado ante sus palabras.

-¿Yo? - escupí aferrándome a las sábanas.

-Tú - repitió mi padre-. Alex... Sé que no he sido el mejor padre del mundo y que no he estado ahí cuando más me necesitabas, pero en esos instantes en los que creía que iba a morir, tu imagen era lo único que podía ver, tú eras lo único en lo que podía pensar. Mi hija.

El nudo de mi garganta parecía haber ocupado un sitio permanente, resistiéndose a dejarme tranquila por más de veinticuatro horas seguidas.

-Quiero que sepas que en todo este tiempo no he dejado de pensar en ti... Simplemente... Simplemente no sabía qué hacer. Pensaba en llamarte cada hora de cada día. Pero, ¿qué te iba a decir? No sabía si estarías dispuesta a hablar conmigo, a perdonarme por no estar a tu lado. Las pocas veces que nos veíamos a penas hablábamos, y cuando te presenté a Stella y te dije lo de la boda, creí que jamás me volverías a hablar - carraspeó-. Pero lo hiciste. Te comportaste como un adulto y aceptaste venir. Yo... En tu lugar, jamás habría hecho eso. ¿Sabes lo orgulloso que me haces sentir? Tu madre ha hecho un gran trabajo contigo.

-Tú también - miré al suelo-. Estuviste ahí mucho tiempo...

-Pero luego me fui.

Me encogí de hombros, no sabiendo qué decir.

-Da igual.

-No da igual, cariño. Nunca ha dado igual - tragué saliva y le miré, topándome con un par de ojos que transmitían dolor-. Prometo cambiar. Ser un mejor padre. El mejor que pueda ser. Ese que tú te mereces - cogió mis manos-. Sólo si tú me lo permites.

Asentí al borde de las lágrimas. Mi padre sonrió y me estrechó entre sus brazos, igual que hacía cuando me iba mal en algún examen o cuando me caía de la bicicleta siempre que intentaba bajar aquella cuesta que quedaba cerca de casa.

-Te quiero, papá - susurré.

-Y yo a ti, cariño. Te quiero y te prometo que a partir de ahora voy a estar ahí para ti, para lo que sea. ¿Vale? - asentí nuevamente sin separarme de él, sintiendo el calor que su cuerpo emanaba, impregnándome de esta sensación.

-Creía que te iba a perder - confesé cuando nos separamos.

-Yo llevo creyendo lo mismo los últimos años - me miró, esta vez esperanzado, y sonrió.

-Supongo que los dos nos hemos equivocado - sonreí estrechando su mano entre la mía.

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