Capítulo 8.

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-¿Quieres... Ya sabes... Hablarlo? - pregunté, consiguiendo que Leo me mirara tras varios minutos de silencio.

Suspiró y miró al frente, apoyando con más fuerza sus rodillas en su pecho.

-Fue hace tres meses... Ella... Tenía la enfermedad de Huntington. No lo sabíamos. Existía la posibilidad... Mi abuelo murió por ello. Yo era muy pequeño y apenas lo recuerdo. - Hizo una pausa y sonrió de medio lado. Una sonrisa triste, nostálgica.- Una semana estuvo muy mal. Tenía temblores, fiebre alta. Creíamos que era gripe o algo. Por ello decidimos que se hiciera unos análisis. - Respiró hondo-. Le quedaban unos meses. Un año como mucho. A partir de ahí todo fue de mal en peor. - Me volvió a mirar y yo asentí, dándole a entender que le estaba escuchando-. Eso fue hace dos años. Parece tan lejano. Tan... Tan irreal.

-¿Cómo es que no lo sabía? Si tu abuelo la padecía, tu madre...

-No quería que los médicos le dieran fecha de caducidad. Quería vivir la vida sin tener que preocuparse.

-¿No se preocupaba más sabiendo que existía la posibilidad de morir?

-Todos morimos. Tarde o temprano, a todos nos puede atropellar un autobús.

Le miré de reojo y asentía dudosa. ¿Cómo podía una persona vivir con la incertidumbre? Todos moríamos. Eso lo sabía. Pero...

-Espera... - Le miré, alarmada-. Leo, si tu madre la tenía... Eso significa que tú... - Abrí los ojos de par en par mientras él asentía, volviendo a sonreír con tristeza. Le conocía desde hace poco, pero toda esta situación me destrozaba como si se tratara de una persona muy cercana-. Dios mío... ¿Te has hecho las pruebas?

-¿Me ves cara de querer que una serie de personas en bata me den fecha de caducidad?

-¿Prefieres vivir sin saber que podrías tenerla? No... No lo entiendo.

-No hace falta que lo hagas - alegó con dureza. Se apoyó en sus talones para ponerse de pie. Me ofreció su mano y ayudó a levantarme. Me sonrojé brutalmente ante su respuesta y bajé la mirada al suelo. Era raro estar así, tan cortada. ¡Y en mi propia casa!- No quería decir eso. Es decir, sí... Pero no en ese tono. Disculpa... - Rascó su nuca-. Sigo sin saber cómo manejar este tema. Apenas lo he hablado con nadie.

-No pasa nada. - Tragué saliva y entré a mi habitación. Me senté en el borde de mi cama y empecé a jugar con mis dedos.

Leo se aclaró la garganta, llamando mi atención. Le miré y pude ver cómo señalaba su libreta, que seguía en mi mesita de noche.

-Se ve que te ha gustado - comentó levantando las cejas.

-Quería darte las gracias. Tus ideas son muy buenas. Y hay unas que... - Poco a poco mi tono fue en decadencia. No quería volver a sacar el tema de su madre.

-¿Unas que qué? - inquirió. Negué rápidamente con la cabeza y pensé en otro tema para hablar. Cualquiera. Pero tenía la mente en blanco. Genial-. Hey. Puedes decirlo. No te voy a comer.

Levanté la mirada y desplacé mis ojos desde Leo hasta mis manos. Me puse de pie y me acerqué a la mesita, cogiendo la libreta y abriéndola por la página. Se la enseñé y me aparté ligeramente para observarle.

Ya no estaba pálido. Lucía tan bien como la primera vez que le vi fuera de la biblioteca. Sus ojos eran tan hermosos que deseaba pasar horas admirándolos, descifrando sus más íntimos secretos, su dolor más profundo.

-Esto... - Tragó saliva-. Esto lo escribí cuando... Bueno... En sus últimos días...

Asentí y di un paso hacia él, colocando mi mano en su hombro. Leo cerró los ojos y respiró profundamente. El dolor se notaba en su semblante y exhumaba tristeza a través de cada poro de su piel.

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