Ya había pasado una semana desde aquel día. Leo y yo no nos habíamos vuelto a ver, si bien su padre, Christian, se había pasado un par de veces por casa con la excusa de "entregar unos documentos a mi madre". No entendía cómo su mujer no había venido ya a montar un numerito. No es que mi madre fuera una fresca, no. De hecho, desde papá no había salido con nadie y de eso hacía ya más de tres años.
Al principio eran sólo discusiones puntuales: plantones en restaurantes, diferentes opiniones en cuanto a mi educación, qué programa ver en la tele. Vaya, lo normal en las parejas. Pero cuando papá empezó a estar ausente, con sus viajes todos los fines de semana y esas cenas hasta las tantas de la madrugada, tanto mamá como yo empezamos a sospechar.
Nunca creí que papá fuera de esos que dejan a su familia por otra mujer, pero se ve que equivocarme es mi pan de cada día, y cuando aquel verano me enviaron con mi tía Sarah a Nueva York, supe que lo que vendría no sería bonito. Estuve un año entero viviendo en la ciudad mientras mamá y papá intentaban arreglar las cosas. O al menos eso fue lo que me dijeron, aunque yo nunca lo creí porque cuando regresé papá se había ido y lo único que nos quedaba de él eran los papeles del divorcio.
-¿Qué te apetece hacer hoy? - preguntó mamá asomándose por la puerta de mi habitación.
-Nada - respondí sin levantar la vista de mi lectura, la libreta de Leo. Era increíble el montón de ideas que había escrito. Era realmente bueno.
-Oh, vamos. Es viernes. Podríamos ir al cine o algo.
-Mamá, estoy de vacaciones. Todos los días son como un viernes para mí - expliqué riendo.
-Pero yo sigo trabajando y...
-Seguramente también serán viernes para ti.
-¿A qué te refieres?
-Christian. A eso me refiero.
Levanté la mirada y vi cómo las mejillas de mi madre tomaban un coloro rojizo. Otra vez.
Últimamente mi madre tenía complejo de tomate amanzanado: siempre que mencionaba a aquel hombre, sus mejillas parecían las de una muñequita de porcelana vulgarmente maquilladas.
Mi madre se aclaró la garganta y, acto seguido, intentó cambiar de tema. A veces no tenía claro quién era la adolescente de la casa.
-¿Entonces? ¿Qué me dices? ¿Te apetece ir al cine? Llevas días aquí encerrada leyendo esa vieja libreta como si fuera el mapa de un tesoro. Me preocupa.
Levanté nuevamente la mirada, entornando los ojos a mi madre.
-Mmm... Estaba dispuesta a ir al cine, pero después de eso que has dicho, paso. Prefiero quedarme con el mapa del tesoro - comenté haciendo comillas con los dedos.
-Adolescentes. - Espetó dándose la vuelta y dejando la puerta abierta. Qué novedad.
La relación que teníamos no era precisamente de las mejores. No era que nos lleváramos mal, simplemente era que podríamos llevarnos mejor. Desde lo de papá y lo que ocurrió en Nueva York aprendí que encerrarme en mi mundo me ahorraba muchas situaciones incómodas.
Volví a centrar mi mirada en la libreta que tenía delante. Mamá no estaba del todo equivocada. Aunque erraba en decir que era un mapa para llegar a un tesoro: era el tesoro.
Había estado ojeando un par de ideas pero no me venía nada a la cabeza. Sin embargo, cuando estaba por dejar la libreta de lado para coger el libro que estaba acabando, algo llamó mi atención. Dos frases. Cinco palabras. "Recuerdo que dolía. Mirarla dolía." Sin duda alguna hablaba de una chica. ¿Su novia? Pasé la página buscando más información. ¿Mantendrían la relación a distancia o lo habían dejado por lo mismo? Unas cinco páginas más adelante había otra frase. Pero, a deferencia de las anteriores, era una frase llena de... ¿Promesas? "Allá donde esté, siempre estaré a tu lado".
Un momento...
Hice un poco de memoria y recordé dónde había visto esa frase...
La foto.
La reacción de Leo.
¿Qué había pasado?
Dejé mi nuevo tesoro de lado y cogí mi móvil. Abrí el número de Leo y dudé en llamarlo o enviarle un mensaje. "No seas estúpida. No tienes confianza para llamarle. ¿Y qué le vas a decir?"
Oh, sí. Qué gustazo mi voz interior.
Puse los ojos en blanco inconscientemente y abrí la mensajería instantánea y gratuita del iPhone - Leo también tenía uno. Resultaba que al final el trasto este me sería de utilidad. Tecleé tan rápido como solía hacerlo y pulsé enviar. Estaba hecho.
Dejé el móvil en la mesilla e inmediatamente vibró. ¿Había respondido tan pronto o sería un mensaje insufrible de mi compañía telefónica?
*Claro. ¿Tu casa o la mía?*
Si no supiera que nos acabábamos de conocer, pensaría que estaba hablando de... Bueno, de...
*¿Mi casa? Mi madre se ha ido al cine.*
...sexo.
*Vale. Hasta ahora.*
Leí los mensajes una y otra vez mientras ordenaba mi habitación. Un momento. ¿Estaba ordenando mi habitación? Ni que pretendiera dejarle entrar. Nadie podía entrar. Ni siquiera mis padres. Hasta la puerta y mucho que era.
Pero quizás... No... O sí...
Quizás era hora de empezar a confiar en los demás.
Y empezaría por mi habitación, mi escondite de los últimos años.
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Mi historia favorita.
RomanceLeer era su pasión, pero nunca había vivido una historia así. Nunca. Hasta que llegó él.