*Narra Leo*
El silencio me estaba matando. Mi padre se había ido hacía apenas una hora, y yo, sinceramente, no tenía ganas de ir a hacer amigos.
Tenía que ir a verla.
Pero tampoco respondía a mis llamadas.
¿Cómo se suponía que iba a encontrarla? La única opción era llamar a su madre. ¿Y qué le diría? A menos que mi padre supiera dónde se alojaban. Al llegar a casa, se había encerrado en su despacho.
Antes de poder formular un pensamiento coherente, salí disparado al despacho de mi padre. Entré y me dirigí inmediatamente a la mesa.
¡Touché!
Hotel Park Central.
Garabateé lo más rápido que pude una nota que dejé encima del escritorio, subí rápidamente a mi habitación y empecé a llenar mi mochila con ropa. Cogí mi móvil y la cartera y salí de casa. Por suerte, había venido a Portland anteriormente - no como le había hecho creer a Alex-,así que sabía llegar al aeropuerto.
Quizás aquello era una locura, pero ya era hora de cometer alguna.
*Narra Alex*
Las noches en Nueva York eran totalmente distintas a las de Portland. Gente en los bares, adolescentes que salían de fiesta, los niños apurando los últimos minutos de juego mientras sus madres reían en corro, parejas mayores ocupando los bancos...
En realidad, no había cambiado tanto en estos últimos dos años. Vivir aquí... Me había gustado. Había sido mi sueño desde siempre, pero lo que había pasado me jodió la vida y se llevó consigo cualquier posibilidad de quedarme en la ciudad. O al menos todas mis ganas.
-Alex, venga. Es aquí.
Levanté la mirada ante las palabras de mi madre. El hotel no podía ser más céntrico. El Central Park quedaba a menos de cinco minutos. Adoraba ese parque. Era tan... Tranquilizador. Pasé horas allí después de aquello. Era el único lugar que conseguía hacerme dejar de llorar.
-Buenas noches - saludó la recepcionista con una gran sonrisa-. ¿Tienen reserva?
Mi madre empezó a sacar unas hojas impresas que había sacado en casa mientras yo decidía echar un vistazo al hall. Era impresionante, con un montón de cuadros y unas lámparas que brillaban más que cualquier otra que hubiera visto antes. Sonreí a una señora mayor que leía un libro en uno de los sillones y me giré para observar a mi madre.
Me había sorprendido bastante que estuviera aquí. Yo era su hija y era lo normal, pero mi padre era su ex... La había engañado y aún con todo y eso había venido. Incluso había estado hablando con Stella en el hospital. Había decidido ir a por un café - la falta de sueño me estaba matando-, y al volver a la sala de espera me las encontré charlando cual par de amigas.
-Esta es tu llave. Al parecer no podremos estar en la misma planta, pero si necesitas algo...
-Sí, mamá. Ya lo sé - dije y su ceño fruncido se relajó.
Subimos en el ascensor y, mientras que mi madre se quedaba en la séptima planta, yo tuve que subir hasta la novena.
Los pasillos eran increíbles. Las paredes eran de un tono amarillento brillante que no hacían más que relucir todo lo posible con las lámparas. Era todo tan... Brillante, hermoso.
Quizás fuera el sueño. Quizás fuera lo de mi padre. Quizás fuera todo. Pero este pasillo me parecía lo más hermoso del mundo.
Vale, eso no era nada normal.
Abrí mi puerta y, tras dejar la mochila en una especie de sofá de dos plazas enorme, me tiré en la cama. Estaba agotadísima. La tensión de las últimas horas no hacía más que empujarme hacia los brazos de Morfeo, pero, cuando intentaba cerrar los ojos y dormir, su cara aparecía en mi mente.
Su sonrisa, sus ojos, la manera en la que me miró cuando me dijo que me quería.
Y ahora estaba con otra. Y no sólo eso, sino que además iban a a ser padres.
Eran demasiado jóvenes para ser padres. Al menos sabía con total seguridad que Jack tenía mi edad.
Tenía que dejar de pensar en él. Tenía que olvidarle. Olvidar todo aquello. Ya había pasado mucho tiempo y yo seguía igual de enamor...
¡No! No, no...
Esto no me podía estar pasando. Se suponía que ya lo tenía superado.
Se suponía.
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-Alex, tengo que decirte una cosa.
Mi corazón iba a mil por hora.
¿Qué quería decirme? Seguramente se había cansado de mí. Yo no era nada del otro mundo y él, sin embargo, era guapo, popular... Todo lo que yo jamás había sido. Lo que jamás sería.
Tragué saliva y asentí. Tenía miedo. Miedo de perderle. Le quería. Le quería con todo mi corazón. Me había ayudado muchísimo a superar lo de mis padres - o al menos a vivir con ello- y la simple idea de perderle hacia que mi mundo amenazara con derrumbarse a mi alrededor.
-Te quiero - susurró acariciando mi mejilla.
Eso no me lo esperaba.
-¿Me quieres? - pregunté dudosa.
Asintió, riendo, y me besó.
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Negué con la cabeza y abrí los ojos de golpe. Las lágrimas amenazaban con salir, con empapar mi cara nuevamente.
No podía continuar así.
Después de lo que me había hecho yo seguía queriéndole. Le quería igual que el primer día.
¿Por qué?
Yo no quería sentir esto, no quería quererle. Pero no podía evitarlo.
Y verle no había hecho más que destrozarme.
Ya no era mío. Jamás lo había sido. Jamás lo sería.
Decidí darme una ducha para aclararme, permitiéndome estar más de lo normal bajo el agua caliente, y me puse el pijama. Encendí la tele y empecé a cambiar de canal. Comedias baratas, reality shows, noticias viejas, películas de vaqueros... No había nada.
Cogí mi móvil y ahí estaban. Llamadas pérdidas, mensajes de texto, de voz.... Todo de Leo.
¿Debía llamarle?
No, no. Eso no era lo mejor. Mi cabeza ahora mismo era un lío. No podía llamarle. ¿Qué le iba a decir?
Dejé el móvil a un lado y miré al techo, buscando las respuestas a todas mis dudas.
¿Cuándo se acabaría todo esto? Esta sensación de estarme hundiendo en la misma mierda constantemente, sin posibilidad de escapar; era como si se tratara de arenas movedizas: mientras más intentaba salir de ella, más me hundía.
Cerré los ojos, intentando conciliar el sueño, pero tampoco pude. Sin embargo, esta vez la cara no era la de Jack, era la de Leo. Me miraba con su típica sonrisita y esos hermosos ojos verdes.
Sin pensarlo dos veces, cogí el móvil con la intención de llamarle. Ya me daba igual todo. Sin embargo, alguien llamó a mi puerta, impidiendo que hiciera lo que tanto me había costado decidir.
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Mi historia favorita.
RomansaLeer era su pasión, pero nunca había vivido una historia así. Nunca. Hasta que llegó él.