Capítulo 11.

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*Narra Leo*

Dos semanas. Habían pasado dos semanas. Tiempo en el que apenas había salido de casa y, cuando lo hacía, era para ir a comprar con mi padre - me oponía durante unas dos horas hasta que, exhaustos los dos, salíamos al garaje, entrábamos en el coche e íbamos al supermercado sin decir una sola palabra.

Menuda relación padre-hijo nos traíamos.

Las cajas de mi habitación seguían en su lugar. No había tenido ganas de sacar las cosas. De hecho, pensaba pedirle a Alex que me ayudara a organizarlo todo. Pero parecía que al universo no le gustaba mi idea.

Mis ganas de verla, de tocarla, de estar junto a ella, aumentaban cada día que pasaba, cada hora, cada minuto y cada segundo. Y era raro porque ni siquiera cuando había empezado a salir con Alice me sentía de esta manera. Era como si un duendecillo irlandés mágico me hubiera dado un chute de vasopresina: lo único que quería hacer era estar con ella.

El zumbido de mi móvil me sacó de mis pensamientos. Eran casi las once de la noche. ¿Quién me mandaría un mensaje?

Desbloqueé el aparato y abrí la aplicación esperando encontrarme con un mensaje de publicidad, pero no. Era Alejandra. ¡Era un mensaje de Alex!

"Hola :) ¿Podría llamarte?"

¿De verdad me había preguntado eso? Dios mío. Claro que podía llamarme. Deseaba que lo hiciera.

Un momento. ¿Lo deseaba?

No, no. Yo no quería nada de eso. Lo que había pasado aquella tarde fue una tontería. Una de las muchas que había cometido. Y el duendecillo tenía que dejarme en paz.

Pero... Había sido algo raro. Especial. No la conocía pero sí lo hacía. Sabía muchas cosas de ella por lo que Jack solía contarme.

Sabía que reía mucho. Una vez, cuando había quedado con Jack, les vi. Les vi mientras él la hacía reír - como aquel que dice ríe mientras puedas. Su risa era hermosa. Y en las pocas ocasiones que había reído en los pocos días que habíamos pasado juntos, había recordado lo melodiosa que era.

Le gustaba el cine. De hecho, cuando Jack me lo contó fui yo el de la idea de llevarla a ver una película en una cita para que conocieran mejor.

Qué idiota.

También sabía que le gustaban los libros. Más que eso. Los amaba.

Igual que yo.

¿Qué más? Ah, sí. Le gustaba ir de viaje. Fue de las que más trabajó duro aquel año para irse de viaje de fin de curso. Era a Francia.

Yo no fui.

Ella tampoco.

Vale. No podía seguir así. ¿Me gustaba? No. No podía gustarme. En aquella época yo estaba con Alice y, en el fondo, la seguía queriendo. ¿No? Yo no la había engañado. Ella a mí sí. Ella no me quería. Yo a ella tampoco.

Espera, ¿qué?

Quizás debía ignorar el mensaje. Hacer como si nada. Alejarme de ella. Por su bien y por el mío.

A quién quería engañar.

Marqué su número y esperé.

Un tono. Dos. Tres...

-¿Leo? - escuché su risa a través del teléfono-. El mensaje era para ver si podía llamarte yo a ti.

-Si quieres cuelgo y me llamas. - Sonreí, apoyando mi cabeza en la almohada y colocando mi brazo derecha bajo mi nuca.

-Tan gracioso como siempre. Cómo no.

*Narra Alex*

-Para eso estamos. - Solté una risita y rápidamente me tapé la boca y me puse seria. No sabía muy bien por qué. Mamá no estaba. ¿Quizás quería convencerme de algo a mí misma? Y si era así, ¿de qué? - Bueno, ¿para qué querías llamarme?

Mierda. Otra vez esa pregunta.

-Pues... Mmm... Verás...

-No tenías ninguna razón, ¿no?

"Pues no. Simplemente me sentía sola y eras la única persona con la que quería... Digo, podía hablar."

Pero no. Eso no podía decírselo.

-Tranquila. Yo también pensaba en... Bueno... Hace mucho que no sé nada de ti. Te... - Se aclaró la garganta-. Te echaba de menos.

-¿Qué? - pregunté ahogando un gritito. ¿Me echaba de menos?

-Digo, tus comentarios bordes. Echaba de menos tus comentarios bordes - titubeó.

-Ya, claro. - Me acomodé en el sofá del salón mientras encendía la tele-. Me echabas de menos a mí.

No tenía ni idea de cómo había reunido el valor para decir esas palabras, pero después de dos semanas de recuerdos, lágrimas, una crisis existencial brutal... Tenía ganas de pasar página de una vez. Y podía empezar por confiar en otra persona. En un chico.

En Leo.

-Por eso estaba pensando en una cosa. ¿Qué te parecería ayudarme toda una mañana a sacar cosas de mis cajas? Después podríamos ir a comer por ahí - carraspeó-. Solo si te apetece.

-¡Me encantaría! - exclamé mucho más entusiasmada de lo que me habría gustado admitir.

-¿Mañana te viene bien? Si no puedes, podemos quedar el...

-Estaré allí a las diez - Sonreí mientras pensaba en volver a verle.

-Genial - dijo, dejando salir una carcajada-. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar entre cajas.

-Espero descubrir tus mayores secretos - desafié divertida, entornado los ojos como si le tuviera delante. Leo tardó en responder, y, cuando por fin lo hizo, noté la tensión en su voz.

-No oculto mucho. Soy como un libro abierto.

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