Capítulo 7.

119 3 2
                                    

El sonido del timbre llamó mi atención. Bajé rápidamente las escaleras, tropezando en el camino con un par de cojines tirados por el suelo de mi habitación y más adelante con los escalones -que no eran lo mío- y abrí la puerta.

-Hola. - Leo sonrió y se acercó para darme un beso en la mejilla pero, cómo no, mi cuerpo desplegó en todo su esplendor la técnica cobra. Me sonrojé al ver la mirada de decepción en la cara del chico y di un paso atrás para dejarle pasar.

-Ho-Hola - titubeé. Me aclaré la garganta y cerré la puerta, apoyándome en ella.

-Bueno... - Se giró para mirarme y levanto una ceja-. ¿Para qué querías quedar?

Mierda. No había pensado en ello. ¿Por qué quise quedar con él? Muy fácil. "Quiero averiguarte la vida". Claro. Dile eso, Alex. Adelante. Si sigue aquí cuando acabes de hablar, más le vale a El Vaticano beatificar al chaval.

-Ya te lo dije. Mi madre se ha ido al cine y... Pues... Mi mejor amiga está fuera. Todas las vacaciones.

-Así que, sencillamente, soy tu última opción - dijo solemnemente levantando los brazos.

-Básicamente... ¡No! No quería decir eso.

Una risa gutural surgió del interior del pecho de Leo. Le miré seriamente y fruncí el ceño.

-¿Te parezco graciosa?

-Mucho.

Coloqué mis manos en mi cintura a modo jarra y le miré con la típica mirada de "más te vale callarte y dejar de cagarla".

Leo levantó ambas manos y sonrió, dejando ver sus dientes. Esos hermosos dientes. Espera, ¿qué?

-Era broma, tranquila. Bueno... - Se frotó ambas manos-. ¿Dónde está el cuerpo? Que quede claro que descuartizar te saldrá un poco más caro si requiere esconder luego los restos.

Una pequeña risa se escapó de mis labios. Me encantaba su sentido del humor.

-El cuerpo está por aquí.

Subí las escaleras y me dirigí a mi habitación. Cambio de planes. Había dicho que no le dejaría entrar pero bueno... Él dejó que entrara a la suya, ¿no? Era lo justo.

-Espero que no hayas sido muy despiadada. No me gusta que profanen la mercancía. Es como... Una obra de arte.

Le miré de reojo y pude ver cómo sonreía mientras echaba un ojo a las paredes. Estaban llenas de cuadros. Mamá solía comprarlos en mercadillos de segunda mano o tiendas de antigüedades. Junto a los adornos que comprábamos cuando íbamos de viaje eran sus mayores hobbies. Ah. Y la jardinería. Aunque eso había sido algo más bien impuesto por mis caprichos post-libro.

-Son muy bonitos. A mi tía le gustarían.

-Pues al paso que van, tu tía no tardará nada en venir a casa - dije, haciendo alusión a la "amistad" entre nuestros progenitores-. Oye, en serio. ¿Tu madre qué opina de todo esto? - Me giré para mirarle, apoyándome en el marco de la puerta. Leo me daba la espalda, mirando el cuadro que quedaba en la pared del frente-. Hey, Leo.

En cuanto se giró lo vi otra vez. El color había abandonado su cara y sus ojos habían perdido todo su brillo. Su expresión era de dolor. Un dolor inmenso que hacía que yo también lo sintiera.

-¿Te sientes bien? - pregunté acercándome a él. No obtuve respuesta-. Leo... - susurré levantando mi mano para tocar su hombro-. Oye.

-¡No me toques! - exclamó moviendo los brazos, empujándome. Por suerte no caí al suelo. Por una vez estaba agradecida de que el pasillo no fuera demasiado amplio. Aunque no podía decir lo mismo cuando remodelé mi habitación y los contratistas no podían sacar los muebles.

Levanté los ojos del suelo para ver al chico que tenía delante. Sabía que no lo había hecho a propósito. Pero quería una explicación. La necesitaba. Siempre que le preguntaba por su madre se ponía así. Se quedaba paralizado. Su madre...

De repente todo cobró sentido. Su padre. Mi madre. La mudanza. Aquel marco sin foto.

-Tu madre... - musité. Leo me miró con los ojos muy abiertos y tragó saliva-. Tu madre...

-No lo digas. - Cerró los ojos de golpe y cayó al suelo, pegando las rodillas a su pecho y tapando sus orejas con ambas manos-. No lo digas... - Su voz era a penas un susurro, un fino hilo sonoro que provocaba en mi un doloroso sentimiento de pérdida.

-Leo... Lo siento...

-¿Lo sientes? Ni siquiera la conocías. No puedes sentirlo.

Lentamente me acerqué a él, dudando. Sabía que el empujón no había sido a propósito pero era mejor prevenir que curar. Me deslicé sobre la pared hasta llegar al suelo y sentarme a su lado. Con movimientos cuidadosos, cogí sus manos entre las mías y las separé de su cara. Leo me miró con cautela, su respiración acelerada. Y entonces lo hizo. Se abalanzó sobre mí y enterró su cara en mi cuello. Pude sentir cómo un líquido caliente se deslizaba por mi piel.

Acaricié su espalda. De arriba abajo. Y viceversa. No se me daba nada bien consolar a la gente. Nunca había tenido que hacerlo. Bueno, quizás sí. Pero no es lo mismo consolar a tu mejor amiga por una ruptura que consolar a un chico por la pérdida de su madre.

-¿Te sentirías mejor si retirara mi lo siento?

Sentí cómo Leo reía, su cara aún escondida en mi cuello.

Poco a poco fue separándose de mí. Yo estaba roja. No me esperaba que hiciera eso. Pero me alegraba. Me sentía... Me sentía importante. Aunque en realidad no lo era. Podía haber sido yo u otra persona. Simplemente estaba aquí y él necesitaba a alguien. No había significado nada.

Mi historia favorita.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora