Epílogo.

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Las cajas se amontonaban en el nuevo apartamento. Después de ocho años, Leo y su padre habían hablado y decidido vender su viejo apartamento. De nada les serviría conservarlo si los recuerdos que en él guardaban les impedirían entrar. Christian finalmente había decidido darle otra oportunidad al amor con la madre de Alejandra. Había sido raro al principio, sobre todo para sus hijos, pero eran felices juntos y después de todo lo que habían pasado se lo merecían.

Además, gracias a la venta y al dinero que tenían ahorrado, habían dado la entrada para un apartamento que quedaba cerca de Central Park, tal y como Alex había pedido; de hecho había sido su única condición. Y había resultado ser una ganga. Pero lo que más les gustaba a ambos era la gran biblioteca que adornaba toda una pared del salón.

-Venga, sólo quedan un par más y listo.

Alex cayó rendida en el sofá que su padre les había regalado y resopló.

-Que tengas suerte con ellas - bromeó y se enfrentó a un ataque de cosquillas por parte de su prometido. Leo había dado el paso y al publicar su primer libro un par de años después de acabar la carrera se decidió por pedirle matrimonio mientras estaban de vacaciones en España. Sin embargo, habían decidido ahorrar para un apartamento y aplazar la boda hasta que se hubieran estabilizado.

-Oh, no. De esta no te libras.

-No, por favor. Déjame - la chica intentaba detenerle, pero no paraba de reír y él no paraba de atacar sus puntos débiles.

-¿Me ayudarás con las cajas? - preguntó acercándose a sus labios. Esta aprovechó para besarle, tirando de su cuello, hasta tenerle encima de su cuerpo-. No vas a conseguir distraerme.

-Vamos, tenemos que estrenar el sofá.

-Si tu padre supiera para qué lo vas a usar, jamás te lo habría regalado.

-Te lo regaló a ti, que es distinto - se defendió a la vez que acariciaba su mentón-. A veces pienso que le caes mejor que yo.

-Eso no es verdad - él frunció el ceño.

-Oh, venga. Pero si hasta te llama hijo.

-No puedo evitar ser adorable - se puso en pie y tiró de la chica para que hiciera lo mismo-. Vamos. Dos cajas más y te prometo que haré que te dé vergüenza mirar a tu padre a la cara cuando te pregunte por el mueble - le guiñó un ojo, sacándole los colores a su novia, y bajó las escaleras hasta llegar al camión de mudanzas que había venido con ellos desde Seattle.

Tras sacar lo que quedaba de todo aquel contenido en el camión, subieron a su apartamento y por fin cerraron la puerta después de estar cuatro horas yendo y viniendo. Eran casi las seis de la tarde, pero parecía media noche. El invierno había llegado a Nueva York y no iba a dar tregua.

Alex rebuscó en la caja de las cosas de cocina y sacó un par de cada cosa, dispuesta a preparar la cena.

-Venga, cariño. Sabes que se te da fatal cocinar. Deja que el experto se encargue. - Leo besó su mejilla, apoyando ambas manos en su cintura y mirando la precaria cocina. Les quedaba mucho trabajo por delante hasta adecentar por completo su nueva casa, pero sin duda alguna ya era su hogar.

-¿Por experto te refieres al tío de las pizzas? - Alex levantó una ceja mientras unas sonrisita engreída asomaba en su rostro.- Ya llamo yo.

-Tienes que dejar de hacer eso - dijo la chica entre risas mientras intentaba masticar su último trozo de pizza.

-¿El qué? - preguntó Leo doblando la lengua.

-¡Lo has hecho otra vez!

-¿Por qué no te gusta? - La chica se limitó a masticar, evitando la pregunta-. Ah, ya lo veo... - El chico se acercó a ella, rodeándola con el brazo. Estaban comiendo en el suelo del salón, apoyando la espalda en el sofá-. Tienes envidia porque eres incapaz de doblarla.

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