Capítulo 41: Segunda etapa

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Nuevamente, pudo sentir esa sensación de zambullirte bajo el agua, mientras su cuerpo de congelaba más y más. Era lo más extraño del mundo, porque parecía estar nadando pero de pie y sin mover sus brazos. Un manto pegajoso la tomó por sorpresa, parecía sr baba espesa y se convertía en parte de su propia piel. Sintió como su nariz hizo "clack", parecía que alguien estuviese delante y se la hubiese colocado en su lugar original nuevamente, ya que con ese golpe se la había roto. Lanzo un gruñido, pero el líquido espeso se le introdujo a la boca, abrazo su úvula, rozo sus amígdalas y paso por su garganta, quiso respirar pero sintió una sensación de ahogo y fue cuando se desesperó.

Llevo sus manos a la garganta e intento hacer esfuerzos sobrehumanos para tratar de respirar. En ese momento su única vía respiratoria confiable era su boca, ya que tenía la nariz algo tapada. Recordó a su familia diciendo "Creo que respiraste por la nariz solo unas cinco veces en tu vida" se rio, aunque con ese líquido le fue algo dificultoso.

Esta baba pasaba, recorriendo cada vez más su esófago, provocándole escalofríos ya que era muy fría además, esto le provoco asco "¿Será baba real?" Le vinieron arcadas y cuando estas habían tomado el ascensor hacia la superficie y colapsaron con el líquido baboso, desaparecieron, como por magia. Entonces se dio cuenta de que eso le estaba curando todas sus heridas y lesiones. Tomo medidas para que baje más rápido y trago saliva. Cuando este se depositó de una buena vez en su estómago, aunque ella no lo podía distinguir, lo hizo por lo que sucedió a continuación; el líquido pareció desprenderse de sus órganos y adherirse a sus músculos.

Sintió como en su panza se disolvía el dolor de aquellas palizas y sus músculos se relajaban como si se hubiese recostado en la cama. Luego esta subió hasta su rostro, donde al mismo tiempo se palpo la herida de su ceja y sintió como se curaba, cerrándose y cicatrizando sin dejar huella de su existencia. Sus pómulos se aliviaron y su nariz estaba en perfecto estado.

Cuando hubo sanado perfectamente, el líquido espeso se desvaneció, como si solo hubiese sido un trago de agua. Sin embargo se sentía muy sedienta. Sintió un tambaleo, el suelo comenzaba a moverse hacia delante, como una cinta de correr. Una luz deslumbrante la cegó, sus ojos se habían adaptado a esa oscuridad por lo que tanta luz de golpe no le hizo bien. Se cubrió con sus brazos el rostro y pudo sentir una calidez que comenzaba a sacar esa sensación mojada de su cuerpo.

Diviso una pared muy parecida a agua –que formaba pequeñas ondas- delante de ella, como si estuviera del otro lado de una cascada y cuanto más se acercaba, su piel se cubría de pequeñas gotitas.

Al pasar sobre esta, todo su cuerpo volvió a mojarse. Se encontraba en un bosque tupido, con árboles de todas las alturas –en especial predominaban pinos de aproximadamente 50 metros- había una cabaña a escasa distancia suya, era pequeña y por una de sus ventanas se veia una luz encendida. El sonido de unos lobos aullando la trajo otra vez en sí, decidió que lo mejor sería estar bajo aquel techo.

La noche estaba nublada y se percibía pequeños vientos que llegaban a su zona de manera débil, ya que todas aquellas ramas y hojas apaciguaban su ferocidad. "Quizá te espere un loco que te mate- Una vez frente a la puerta, llamo -, oh mejor aún, te torture y te saque uña o por uña. Oh simplemente, sea una muy dulce ancia...- Sus palabras se entrecortaron al ver la misma persona que se acababa de imaginar en su cabeza.

-¡Oh pero qué bonita niña que llama a mi puerta! ¡Pase por favor, que afuera está helando!- Le hizo un gesto y se corrió a un lado. La anciana debería tener aproximadamente unos setenta años, llevaba el pelo ceniza corto, terminando en sutiles ondulaciones. Sus ojos eran muy grandes y expresivos, de un color aceituna muy bonito, se empequeñecían al sonreír. –Acto que no dejaba de hacer ni por un segundo- Sus mejillas eran muy voluptuosas, sobresaliendo en una forma y color de manzanitas, eso mismo, eran dos pequeñas manzanitas que se habían encariñado a su rostro por toda su vida (Oh al menos eso parecía). Era de estatura bajita, aproximadamente un metro cincuenta, llevaba puesto un vestido morado que le pasaba las rodillas, un suéter gris, unas medias finas de un color marrón oscuro para protegerse del frio y unos zapatos de tacón bajo negros. –Venga señorita, no se quede allí parada, entre por favor.

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