P R Ó L O G O

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París, Francia.

Víspera al Año Nuevo de 1996.


Odiaba las noches, pero sobre todo odiaba las noches frías. Pero creo que más odiaba eran las noches frías de París.

La ciudad era gótica, el frío y la oscuridad me daban terror, era como en una de esas películas inspiradas en las novelas de Stephen King, en donde ya sabías que con la oscuridad envolviendo la ciudad, se desataría un caos.

No era fanático del caos, sin duda alguna. Pero mi vida era un caos.

Observé como las luces estaban intentando alegrar la noche, haciendo que las personas corrieran de un lado a otro, sintiendo como la víspera de Año Nuevo envolvía la ciudad. Pude ver a lo lejos, a través de mi ventana que había personas caminando tomadas de la mano, y otras pocas abrazándose, cubriéndose del frío. Las calles estaban húmedas, había caído una brisa de lluvia que solo había provocado que la ciudad fuera más helada de lo que pudiera soportar. La calefacción daba el abasto suficiente para la casa, según mi abuela, pero a mi parecer, aun debajo de estas capas de abrigos, no lo era.

Me alejé de la ventana, y me froté las manos para tratar de calentarlas.

Las luces encendidas provenientes del pasillo me hicieron arquear una ceja porque eran más de las once de la noche y solo había una persona que estaría despierta a esta hora. Suspiré y salí por el pasillo que conducía hasta donde estaba la cocina, a esta hora era lógico que encontraría a una pelirroja, hurgando entre los estantes de la cocina en busca de algún aperitivo.

—Aun no entiendo como es que comes tanto y no engordas. —Mi hermana dio un salto al escuchar mi voz, y se giró para verme y hacer un gesto para que guardara silencio.

—Quiero robar las galletas que preparó la abuela. Elliot mañana no encontrará nada porque entonces yo ya habré comido casi todas.

—Emma, eso es egoísta.

—Él quiere la atención de la abuela siempre, puedo tomar sus galletas.

Solté una risa seca, y negué con la cabeza porque las ocurrencias de mi hermana menor a veces eran un poco locas. Demasiado locas. Emmaline a sus dieciséis años era una persona con demasiada personalidad que cualquiera caería a sus pies, lo que ella sabía a la perfección. A veces no soportaba la idea de verla tan egocéntrica, con ese aire de grandeza y con unas ganas de comerse el mundo que hasta me espantaban.

Era una alumna con buenas notas, una bailarina excelente, y sin duda una belleza que atrapaba a cualquiera. Una chica con demasiada suerte, diría yo.

—Dijiste que la abuela te quería demasiado por ser su única nieta, no veo cuál es el problema —me encogí de hombros y caminé hasta donde ella se encontraba, sosteniendo el tazón con todas las galletas.

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