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Froto el brazo de Hannah mientras permanece dormida, su pecho sube y baja con regularidad mientras hace pequeños gestos, lo que me recordó como el tiempo nos había pasado tan rápido.

A veces, la vida es demasiado extraña, nos pone frente a personas que nos necesitan, pero nos hacen ver que nosotros también las necesitábamos a ellas. Cuando sus ojos cafés me observan siento como ese amor no es falso, puedo ver que no solo estoy enamorado de ella, le debo todo. Saber que ella era para mí, para toda la vida, no fue de la noche a la mañana, lo pensé mucho antes de hacerlo. Los años me ayudaron a descubrirlo, los momentos juntos me lo confirmaron.

Suspiró, entre sueños. Sonreí y la dejé unos momentos para levantarme a tomar un vaso de agua. Caminé hasta la pequeña cocina de mi departamento y observé por la ventana como el alba estaba asomándose, los colores rojizos me dejaron procesando un poco la información de lo que sucederá en los siguientes dos meses. Despertaré los siguientes dos meses solo, sentiré esa calidez extraña de la ciudad que se me hace tan fría y podré sentir como los europeos me verán extraño por mi acento tan raro de francés.

Camino hasta la habitación de nuevo, y sonrío encontrando a Hannah en una posición diferente. Sus brazos se encontraban extendidos, como si ya estuviera acostumbrada a dormir en esa posición tan extraña. Las noches que pasábamos juntos siempre me tocaba la peor parte, recibía sus golpes accidentales o sus rodillas pequeñas clavadas en mis costillas cuando optaba por una posición más extraña para dormir. Hannah roncaba a veces y siempre lo negaba cuando me lo preguntaba, pero siempre me terminaba delatando una sonrisa que hacía ponerla en vergüenza y pidiéndome que lo olvidara.

Me acuesto a su lado y comienzo a repartir pequeños besos a lo largo de su mentón, ella frunce el ceño por la sensación de cosquillas que le estoy provocando, mi barba está creciendo, por lo que ella está incómoda. Muevo mis besos hasta su cuello y lamo un poco, disfrutando de su olor, ese jabón con olor a cítricos que usa me encanta, y cuando estoy solo, lo tomo para recordar que ella siempre estará presente en mí.

Ronroneó, y abrió los ojos unos momentos para sonreírme.

—Buenos días —susurré.

Soltó un quejido, y me abrazó por el cuello.

—Buenos días.

Enterró su rostro en mi cuello y se quedó ahí unos momentos más antes de espabilar y levantarse de la cama. Tenía una de mis camisetas puestas y con esas piernas descubiertas se veía irresistible, caminó hasta mi cuarto de baño a lavarse el rostro y los dientes antes de poder verme a la cara. Ella siempre tenía este complejo de verla por las mañanas y aunque le dijera que eso no era necesario ella alegaba que era la forma en la que se sentía más cómoda.

Me quedé en la cama esperándola, cuando regresó lucía mucho más fresca, sonreía y se dejó caer en la cama junto a mí. La abracé enseguida y ella se acurrucó, comenzó a acariciarme el pecho. Conecté su mirada con la mía y la besé, esa dulce sensación de calidez que me brindaban los labios de Hannah no desaparecía.

Sueños lúcidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora