Epílogo.

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SUEÑOS LÚCIDOS

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Phoenix, Arizona. Cinco años después.


Mantengo la vista al frente mientras conduzco, no quiero distraerme, pero hoy es un día especial para la pequeña niña de, ahora cinco años que está en su silla para auto que tuve que instalar hace ya cinco años atrás también. Suspiro, pero en mí se dibuja una sonrisa al recordar lo que han sido estos cinco años. Sé que no han sido fáciles, nunca diría que lo fueron, en mi mente solo recuerdo que lo feo era tener que aprender a cambiar pañales y preparar leche tibia para cada tres horas.

Aun recuerdo cómo fue el primer mes del nacimiento de Lilia no sabía que ella se iría y me dejaría con la responsabilidad de una niña a la que terminaría adorando con todo mi corazón, sinceramente no me creía capaz de ser un padre, ni siquiera sabía cómo sostener a un bebé, no sabía nada. De lo único que sí era consciente era que estaba perdido con una niña en brazos que lloraba cada tres horas y que buscaba prenderse del pecho de su madre que había muerto días atrás.

Mamá estuvo conmigo los primeros días, y yo lloré con ella mientras sostenía a una pequeña Lilia indefensa que hipaba antes de darle palmaditas en la espalda para que sacara los gases.

Cada noche que Lilia no dejaba de llorar, yo me encargaba de mirar hacia al cielo implorando a Hannah que regresara. Pero no lo hizo, no regresó y después de dos meses del nacimiento de nuestra hija, me di cuenta que nunca más lo haría.

Cuando supe que la realidad de las cosas era que estaba solo, tuve que dividir mi tiempo entre el trabajo, mi hija y el último semestre de la carrera. Así que tuve que estar de ida y vuelta durante los seis meses de vida de Lili.

Papá decía que era la nueva princesa de la familia, incluso Emma aceptaba que la pequeña niña de cinco años robara su puesto y que ahora fuera la consentida de la familia.

Mi celular sonó y casi al instante lo conecté, asegurándome que el volumen no estuviera demasiado alto y que no despertara a Lili.

—¿Hola? —contesté.

—Dave, hola —la ronca voz del señor Howland resonó en el auto y por el espejo retrovisor me fijé si la pequeña seguía dormida.

—Señor...

—Solo hablaba para saber cómo está mi nieta en su cumpleaños.

—Ella está bien, feliz de ser una señorita de cinco años ya —le respondí.

—Gracias, Dave. Después podríamos ir a comer algo para festejar el cumpleaños de Lilia.

Sonreí.

—Creo que Lili estará demasiado feliz pasar su cumpleaños con su abuelo y su tío. Pero mamá organizó una cena de cumpleaños para ella, creo que podríamos encontrarnos ahí.

—No creo que... tus padres, Dave.

—No se preocupe por ello, lo que importará es que Lilia se lo pase de maravilla. Estará encantada de ver a Noah.

Pasaron unos largos segundos antes de escuchar como suspiraba y, no lo sabía con certeza, pero al parecer había asentido.

—Bien, Noah y yo estaremos ahí —respondió al fin.

—A las cinco de la tarde estará bien, no se olvide de Noah y de Jason.

Terminé la llamada con el señor Howland y seguí mi camino hasta Tempe, en donde Elliot estaba terminando de hacer su maleta, porque decidía cambiarse a un pequeño departamento más cerca de su actual trabajo. Él creía que ya era hora de dejar su etapa de universitario atrás.

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