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Quisiera cerrar los ojos y saber que muy pronto todo estará de nuevo en su lugar. Pero no es así. Por más que haya intentado en dormir toda la noche, me la pase pensando en eso; en cómo cambiarán las cosas de ahora en adelante. Sé que solo son dos meses, pero... algo dice dentro de mí que eso es suficiente para que todo cambie. Nunca me imaginé separado de Hannah por mucho tiempo, ni siquiera sabía que teníamos eso de la codependencia, hasta hoy. Supongo que es algo en lo que vamos a trabajar con esta separación. Lo que me impacta es que viajar a un lugar tan lejos, un océano de por medio, zonas horarias distintas y una vida por delante, es algo que me mantiene abrumado.

A veces solo se basta de un segundo para que todo tu mundo dé un giro incontrolable que nos hará caer. O en el mejor de los casos, nos elevará.

Aferré mi mano a la de Hannah en ese momento. La sala del aeropuerto estaba llena. En menos de treinta minutos me tocaba abordar el avión junto a mi hermano y primo. Sebastian estaba extasiado con la idea de poder viajar con nosotros hasta Francia. Decía que ya era momento de salir de Phoenix y comenzar a buscar lugares en los que él se sienta cómodo para visitar. Para ser un viajero del mundo, él siempre se emocionaba cuando se sentaba en la sala de espera de un aeropuerto.

Incliné mi cabeza hacia abajo para poder mirar mis dedos entrelazados con los de Hannah, ella suspiró.

—Dave... esto es complicado... Te digo que soy pésima en las despedidas y...

—A mí no me pareció así —arqueé una ceja y la miré con picardía—. Toda la semana pasada hiciste bien tu trabajo de despedirte.

Ella se soltó de mí para picarme con sus dedos uno de mis costados. Yo reí por la cara que puso.

—No es tan gracioso cuando lo dices de esa forma. Pero si quieres volver a despedirte —miró a ambos lados para saber si nos escuchaban—, tenemos quince minutos y un baño demasiado cerca que nos serviría mucho.

Estoy impresionado. ¿Qué le hice a la chica dulce y tierna, que se sonrojaba por todo? Sí, me la comí entera. Hace años.

Arqueé una ceja y le di un beso en la punta de la nariz, tras sonreírle y tomando de vuelta sus manos.

—Cada día me impresionas más, Hannah Howland —Utilizando un tono juguetón, mientras me levantaba y la llevaba conmigo, arrastrándola por el pasillo, no sin antes avisar alguna mentira—. Vamos a comprar comida.

Prácticamente corrí con ella de la mano. No escabullimos por un pasillo vacío y llegamos a esos baños individuales para personas con discapacidad, podíamos preocuparnos por la inmoralidad después. Hoy no sería muy moral si no le hago el amor a mi novia que no veré en dos meses.

Nos encerré dentro de la estancia con seguro y el cuarto blanco con un gran espacio era todo nuestro. La recargué contra una pared y besé intensamente, mientras ella se encargaba de deslizar mi camiseta y sacarla del camino. Subió una de sus piernas alrededor de mi cadera, la apreté contra mí y estaba sintiendo como una erección comenzaba a formarse, apretando dentro de mi ropa. Tal vez Hannah tuvo esto en mente desde el principio porque llevaba un lindo vestido estampado de flores rojas, sus labios antes estaban rojos por un labial, que yo mismo me había encargado de comer por los besos que le estaba dando. Mordí el lóbulo de su oreja y ella jadeó por lo rápido que íbamos. 

Sueños lúcidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora