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Dos semanas.

Ese fue el tiempo que había pasado desde que Hannah salió por la puerta de mi casa, decidida a terminar con lo nuestro. No supe siquiera cómo fue que se enteró de mi engaño, y realmente eso ya no importaba, porque se había ido y ahora tenía que vivir con la consecuencia de su abandono.

Terminé por subir los peldaños de las escaleras del hospital. Ni siquiera me molesté en llamar al ascensor. La llamada que recibí de papá al estar en casa solo me alteró un poco cuando me dijo que Emma ya estaba en una habitación y que podía pasar a verla.

La familia ya había vuelto a su rutina desde ayer que Emma despertó, pero no se nos había hecho posible verla porque tenían que tenerla en observación durante las siguientes veinticuatro horas. Ahora que todo en los estudios que le hizo el Neurólogo salía bien, podíamos verla y estar con ella más tiempo.

Sé que le sería difícil por el momento, adaptarse a su nueva vida, ser fuerte por la muerte de su novio y sin duda tener que salir adelante después de eso le sería muy complicado. Pero la familia la apoyaría.

L pregunté a una enfermera por el número de habitación de mi hermana, ella me la indicó muy amablemente y se alejó. Cuando me acerqué a la puerta fui consciente de los gritos y sollozos que se escuchaban a través de ésta.

—¡No! ¡Es mentira! ¡No me digan esto! —La voz de Emma era la que más gobernaba en esa habitación. Abrí la puerta y miré a papá y a mamá tratando de calmarla. Ella se resistía y lloraba con más fuerza—. ¡No! ¡Déjenme tranquila. Son unos mentirosos! Yo no... No puedo dejar de bailar. No pude haber perdido a Gerard...

—Emma, tienes que ser fuerte. Te vamos a ayudar...

—¡No quiero ayuda de nadie! Quiero mi vida, maldita sea.

—Hija, sé que es duro —murmuró mamá mientras sostenía su mano con fuerza—. Pero las cosas pasan por algo, ya vendrá algo mejor a tu vida y...

—¿Qué sabes tú de eso? Lo tienes todo, maldita sea. Nunca perdiste nada.

—¡Emmaline! —rugió papá.

—¡Váyanse! ¡Largo todos! —gritó con más fuerza—. No los quiero ver, ¡largo!

—Emma... —Mamá sollozó y acercó su mano al rostro de mi hermana, pero ella se apartó.

—No los quiero ver. No quiero ver a nadie. Prefiero estar muerta ahora mismo.

Una enfermera pasó por mi lado y les pidió a mis padres que abandonaran la habitación. Elliot permanecía callado en un rincón de la habitación, mirando a Emma con lágrimas en los ojos.

Mi hermano prefirió salir de la habitación y yo permanecí parado en el umbral de la puerta de brazos cruzados.

—Tú también vete —me dijo ella.

Sueños lúcidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora