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Phoenix, Arizona.
Mayo, 1997.
Observo el material que estoy a punto de entregar, es una de las colecciones de fotografías que mejor he tomado. Mis manos se sienten un poco temblorosas de la emoción que siento, mis padres siempre me dijeron que podía tomar caminos completamente diferentes a los de ellos, pero yo no tuve ningún problema con mezclar lo que ellos me han enseñado desde que tengo memoria. Dibujar y fotografiar.
Me gustaba mucho la fotografía, pero también me encantaba estar metido dentro de campañas publicitarias locales. Era como una especie de trabajo, uno que en realidad estaba seguro que podía ejercer muy bien en el futuro. El diseño gráfico era parte de mi vida y haberlo tomado como una carrera profesional solo me hacía sentir orgulloso al saber que no decidí mal.
Arrugo la frente al ver las fotografías de nuevo, había una esencia en la persona que había llamado mi atención, sabía que solo era parte de un trabajo, pero también me molestaba que algo no me agradara del todo porque entonces.
—A la mierda —solté, dejando las fotos sobre mi escritorio.
Solté un suspiro frustrado y me dejé caer contra el asiento de mi escritorio. Con la cabeza mirando hacia el techo, me pregunté si en realidad había tomado la buena decisión. No era como que alguien rechazara un pase exclusivo para asistir a un curso de fotografía.
Era la oportunidad perfecta, alguien a mi edad mataría por un curso de ese estilo. Y sabía que solo tenía una oportunidad en la vida antes de por fin graduarme en diciembre. Ya había hecho mis pasantías este semestre, ya solo tenía que esperar el momento adecuado para por fin recibir mi título profesional.
Solo sería un certificado más a mi lista, algo que haría de mi expediente algo mucho mejor. Tomé la carta entre mis manos, por quinta vez en lo que va del día, y leí de nuevo. Lo había hecho una y otra vez sin siquiera saber si era real que estaba aceptado para pasar un verano completo en París, la ciudad gótica de la que tanto me he quejado a lo largo de mi vida.
Sentí unos brazos envolverme en ese preciso momento y con disimulo dejé la carta debajo de las fotografías que había dejado caer. Sonreí de inmediato al sentir ese olor a dulce que tanto me agradaba. Su nariz estaba rozando mi cuello y tomé sus brazos porque me gustaba que llegara a estas horas del día a mi departamento. Su melena castaña caía sobre mi rostro, pero no me quejaba de ello porque olía demasiado bien, y cuando levantó la cabeza, pude ver esos ojos cafés que tanto me habían hechizado a lo largo de los años. Su sonrisa era un indicio de alguna travesura.
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Sueños lúcidos
RomanceDave Prescott ha logrado manejar del todo sus sueños, él mismo considera que los controla y está seguro de que así es porque sabe que pronto podrá concluir la universidad, su familia es estable y sin dramas, y claro, mantiene una relación formal con...