Capítulo II

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— Padre, madre, si me disculpan… hay algunas cosas que quiero hablar con el señor Arthur antes de que se haga tarde —Thomas hizo una pequeña reverencia ante sus padres, volviendo a mirar a Arthur y saliendo a los terrenos traseros de la casa seguido de éste.

 Una de las criadas se ofreció a acompañarles, pero con un educado ‘No gracias’ se libraron de ella. Ahora solos bajo un viejo cerezo se limitaban a mirarse en el reflejo de los ojos contrarios.

 — Oh Arthur, no sabes cuándo deseaba poder hablar contigo antes de… —el brillo de sus ojos desapareció y fue remplazado por preocupación pura — No quiero desposarme con ella Arthur, yo te amo a ti ¿Por qué es tan difícil de entender? —murmuró con un hilo de voz, apoyando su cabeza en el hombro de su amante.

Arthur inspiró fuertemente, deslizando sus dedos entre el cabello del menor antes de hablar nuevamente.

— Por eso quise venir antes, sabía que pronto te obligarían a casarte con ella. Thomas, amor mío, tu sabes que yo haría lo que estuviera en mis manos  para lograr tu felicidad y permíteme decir que sigo en esa tarea. No descansaré hasta que estemos juntos amor, tu y yo, amándonos sin importar nada más —suspiró besando la parte superior de la cabeza de su amado.

Thomas buscó a tientas una de las manos de Arthur, llevándola a sus labios y depositando pequeños besitos en ella. ‘Te amo’ Murmuró acercando su rostro al contrario, chocando ambas frentes y uniéndose en uno de los cientos de besos donde el cerezo había sido fiel y único espectador.

— Te amo Arthur, eres mi primer y único amor, eso no cambiará jamás ¿Entendiste? Siempre te amaré a ti y sólo a ti, aunque mi apellido acompañe al de ella, es a ti a quien amo —suspiró dejando caer un par de lágrimas y volviendo a envolver sus labios en los contrarios.

*

— Arthur… —jadeó mordiéndose los labios para ahogar así los gemidos que salían de su garganta. Su piel sudada chocó contra la contraria y sus respiraciones terminaron por acompasarse.

Las manos contrarias recorrían su joven cuerpo por completo, conociendo el camino de memoria para llegar a ese punto que le hacía perder la razón y le dejaba inundado en pasión. El torso del mayor golpeaba contra la parte posterior de su espalda y sus manos chocaban ahora contra sus caderas, posicionándolo para hacerlo suyo una vez más sobre su cama.

— Te amo, Thomas… —murmuró Arthur entre dientes, entrando completamente a la joven cavidad y dejando escapar un jadeo de deseo contenido de entre sus labios.

Los movimientos se hicieron más rápidos y a medida que el menor perdía el control, él ganaba coraje para seguir penetrándolo. Las palabras pasaron a segundo plano y el tiempo se hizo eterno para los dos, amándose como si fuera la última vez. Y de hecho lo era, puesto que la próxima vez que tuvieran la oportunidad de volver a ser uno, Thomas llevaría un anillo en su mano izquierda indicando que ante los ojos de Dios, su corazón pertenecía a una mujer por la que no sentía mayor simpatía.

— Ogh… —Thomas mordió la almohada sintiendo como su abdomen era manchado por ese preciado líquido espeso, pronto sintió el calor en su interior y supo que Arthur también había culminado.

Suspiraron una vez más y éste se dejó caer, recostándose a su lado y besándole los labios antes de quedarse mirando el techo con florituras estilo victoriano. Volvieron a besarse una vez más, sin querer separarse. Dejando ver el deseo ferviente en sus ojos. Avellana contra verde. Sus labios se curvaron en una sonrisa y un brazo atrapó el torso desnudo de Thomas contra el propio.

— ¿Recuerdas la pintura que traje esta tarde? —Arthur rompió el silencio, su voz aun sonaba marcada por el sexo.

— Como no recordarla Arthur, es preciosa —suspiró Thomas con una sonrisa en sus labios.

— Entonces recordarás el relicario que en ella cuelga de tu cuello —murmuró Arthur, levantándose de la cama y caminando hacia el pequeño mueble donde descansaban sus cosas. Con un paso lento regresó a la cama, haciendo sonrojar a Thomas ante la visión de su cuerpo aun desnudo— Quiero que hagamos una promesa —dijo una vez su risa hubo parado ante las mejillas carmesí de su Thomas.

—Lo que sea, si a ti puedo prometerte lo que sea —confirmó con el brillo naciendo en sus ojos.

—Sabía que dirías eso —sonrió Arthur besando sus labios una vez más y luego dejando ver un paquete entre sus manos, en el que descansaba el pequeño relicario que se veía en la pintura. Los ojos de Thomas se ensancharon ante la perfección de la mano de obra en el mismo.

— Es hermoso, Arthur… —murmuró entre dientes, dejando ver la admiración en sus facciones ante el relicario que pendía ante sus ojos.

— Este relicario es mi muestra de amor hacia ti, una física —agregó Arthur al notar como los labios contrarios se abrían para formular alguna palabra— Algo que demuestra que aunque no estemos juntos nos seguiremos amando. Porque lo que nosotros tenemos es algo mucho más valioso que un papel firmado —sonrió besándole los labios tiernamente— Lo que tenemos es amor verdadero, la magia más fuerte que existe.

— Oh Arthur… —susurró pegando su frente a la contraria y besándolo una vez más.

— Así que quiero tener tu palabra, quiero que me prometas Thomas Frost que… a pesar de los años, a pesar de la distancia, a pesar de todo… nos seguiremos amando —dijo seguro, buscando sus ojos y sonriendo ante las lágrimas que se asomaban de los mismos.

— Lo prometo, lo juro, nuestro amor jamás cambiará ni se desvanecerá Arthur y es más fuerte que nada porque ni la muerte puede contra lo que tú y yo tenemos. Y además prometo encontrarte, siempre lograré encontrarte, en esta o en otra vida… siempre seremos los dos —murmuró contra los labios ajenos, suspirando luego y volviendo a besarlos pero ahora fue más intenso, más ferviente. Fue para sellar una promesa. Una que aunque en ese momento no lo supieran, traspasaría límites del tiempo y espacio.

Una promesa de amor.

Una promesa por amor.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora