Capítulo V

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La noche se había hecho particularmente larga para Thomas, tras bailar cuatro piezas con Jamia, sus pies estaban comenzando a fastidiar pero ella parecía no aburrirse. Cada vez que lo veía cerca de Arthur o caminando hacia la mesa para tomar algo, corría en busca de su prometido para invitarlo a bailar nuevamente y éste no podía negarse.

— Jamia, cariño —Thomas se aclaró la garganta y la chica posó sus enormes ojos sobre los de él— Es hora de descansar ¿Sí? No quiero seguir bailando, mis pies están matándome —agregó fingiendo una sonrisa.

— Pero Thoooomas, yo quiero bailar, quiero ser envidiada por todas por tener al más guapo de Baltimore como prometido —nuevamente lanzó su risita, esa que taladraba los oídos.

— Créeme que ya es envidiada por muchos, después de todo usted será la futura señora Frost —de pronto Arthur estaba parado frente a ambos, extendiéndole una mano a Jamia para invitarla a bailar, pero con los ojos color esmeralda pegados sobre Thomas— ¿Me haría el honor de bailar conmigo?

Jamia miró a Thomas quien asintió una vez, con los labios curvados en una sonrisa. Se cruzó de brazos y lentamente se alejó de la multitud que se abría para poder ver al señor Woods y la futura señora Frost compartiendo un vals.

— Feliz cumpleaños a mí —Thomas murmuró entre dientes, llevándose una copa con ginebra a los labios y frunciendo el ceño ante el amargo sabor de ésta.

Y cuando la segunda copa estaba viajando a sus labios sintió unas manos sobre las caderas, se giró sobresaltado y su mejilla chocó contra los labios de Arthur quien lo miraba sonriente.

— Desgraciadamente manché el vestido de Jamia con vino y tuvo que ir a cambiarse, lo siento mucho —Arthur murmuró entre dientes, reprimiendo una carcajada— Se tardará unos minutos —agregó mordiéndole el lóbulo de la oreja.

— Oh Arthur, pobrecilla —Thomas río por lo bajo, dejando la copa sobre la mesa y caminando hacia un rincón de la enorme sala, seguido de cerca por Arthur.

En algún minuto la gente había comenzado a arremolinarse sobre las mesas de comida y ahora la pista de baile improvisada estaba desierta. El primogénito de los Frost se sentó cerca de un enorme jarrón y el señor Woods se sentó junto a él, ambos mirando a la multitud y sonriéndole a las muchachas cuando pasaban cerca de ellos.

— Feliz cumpleaños, mi amado —susurró Arthur sólo para que Thomas pudiera oírle y al hacerlo sus mejillas se encendieron— Prometo que en tu próximo cumpleaños seremos sólo nosotros dos, no Jamia, no padres, no gente. Sólo tú y yo… así que ahora cambia esa cara y sonríe ¿Sí?

— Quien puede no sonreír ante una promesa así Arthur —sonrió Thomas cerrando los ojos e imaginándose junto a Arthur en un lugar muy lejano.

Luego de unos minutos un par de chicas con enormes vestidos se acercaron a ambos, sonriendo estrepitosamente e intentando sonsacarle detalles de la futura boda al cumpleañero, quien sólo frunció el ceño y desvió la mirada intentando ignorarlas. Pero ellas no se rindieron y fue ahora Arthur el recibidor de sus preguntas. Parecía importarles demasiado el hecho de que un guapo y adinerado hombre, como se lo hicieron saber en varios comentarios, se mantuviera soltero y además mantuviera amistad sólo con el joven sentado a su lado. Y también les parecía raro que el muchacho no tuviera mayor intensión de desposarse, como el mismo se lo había demostrado a ellas y por lo visto, a muchas otras personas pendientes de su actitud.

— ¿Acaso sospechan de nosotros? —Thomas suspiró, mirando a Arthur a los ojos luego de que ambas chicas se hubiesen marchado.

— Es obvio que lo hace, Thomas eres el soltero más codiciado de estas tierras y al parecer, yo no estoy tan mal —sonrió de lado, haciendo que hoyuelos se formaran en sus pálidas mejillas.

— Quizás cuanto han hablado de nosotros, Arthur…  Quizás saben que tú y yo… —se detuvo en seco, si es que alguien sospechaba sería peor que dijera sobre la relación que mantenía con Arthur en público.

— Y si es así ¿Qué tiene de malo, Thomas? Es amor, el amor a los ojos de Dios es algo puro. No tiene nada que ver el sexo de quien ama, si no el amor en sí y yo te amo Thomas, es lo único que importa —Arthur posó una de sus manos sobre la mejilla izquierda del menor y con la otra atrajo la cabeza contraria a la propia, sus ojos se cerraron y pronto sus labios chocaron contra los delgados labios de Thomas, quien le esperaba con la boca entreabierta, las lenguas se reconocieron de inmediato y comenzaron a moverse en compás.

Pronto de sus mentes se borró el presente, no importaba nada, sólo ellos dos, los dos hombres sentados en una esquina del salón, besándose y acercándose cada vez más al otro, la densidad del ambiente podía cortarse con un cuchillo.

Más cerca, más fuerte, más apasionado… pero un grito los interrumpió y unos pasos acelerados empujaron a Woods contra la pared y Thomas fue a dar de espaldas al piso.

Todos los ojos, cientos de ojos estaban sobre ambos. Arthur Woods se incorporó rápidamente, sus labios estaban sellados y sus ojos miraban trémulos al menor que acababa de ponerse de pie mirando con recelo hacia los cientos de rostros que los miraban, acusándolos por la atrocidad cometida.

Jamia tenía las manos sobre las caderas, su pie golpeaba a cada segundo contra el suelo y sus ojos estaban pegados sobre Thomas. Parecía repugnarle el hecho de mirar a Arthur. Y sus labios seguían abiertos, como si un grito mudo se escapara de ellos.

El silencio era lo peor. Los murmullos interrogantes se habían apagado y con ellos la música. Todos los presentes parecían estar pendientes de las tres personas en la esquina más alejada del gran salón.  Y ellos parecían no notarlo.

— Vámonos a casa Thomas —Jamia habló entre dientes, esforzándose por mantener la compostura. Pero su rostro estaba de un tono rojo violento.

— No. No me voy a casar contigo Jamia, yo amo a… —pero sus palabras fueron interrumpidas por una cachetada que le giró la cabeza. Y Arthur aun no sabía qué hacer.

— Vámonos a casa —repitió Jamia tomándolo de la mano e intentando arrastrarlo hacia la salida. Pero Thomas no se movió de su lugar.

— No me iré contigo Jamia, ya tomé mi decisión —Thomas alzó una ceja, intentando mantenerse fuerte, esperando que Arthur le ayudara, pero este seguía en shock.

— No te conviene ponerte en mi contra, Thomas. Se demasiado para tu bien ¿Quieres que hable? ¿Quieres ser quemado como tu querida abuela, Thomas? —susurró sólo para él, sonriendo cuando la mirada de su prometido tembló. Era obvio que sabía cómo manejarlo.

Jamia volvió a voltearse, mantenía la muñeca de Thomas aferrada con fuerza entre sus largas uñas y estaba comenzando a lastimarle la piel. Sus pies avanzaron y la sonrisa en su rostro se expandió cuando sintió a Thomas caminando detrás de ella.

Los ojos del avellana miraban suplicantes a Arthur, quien se limitaba a seguirlo con la mirada, sin saber cómo reaccionar. De pronto los labios del mayor se abrieron, dibujando un ‘te amo’ mudo. Y eso fue suficiente para que Thomas Frost terminara por soltarse del agarre y corriera a sus brazos, estos lo recibieron abiertos  y sus labios volvieron a unirse en un beso, excluyente del resto. Y es que cuando sus labios se encontraban con los de Arthur, todo lo demás parecía desaparecer.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora