Capítulo III

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El 29 de Octubre estaba siendo un día particularmente agradable fuera del fuerte viento que amenazaba con desvestir completamente a los arboles de los terrenos. Era ya pasado medio día y Arthur estaba divirtiéndose —obligadamente— con el padre de Thomas en la caballeriza. Thomas tenía que esperar a alguien, alguien que últimamente no le hacía mucha ilusión ver.

Nervioso se encaminó a los jardines en la parte anterior de la mansión Frost, avisándole a una de las criadas que enviará allá a Jamia en cuanto esta llegara. Sus padres había acordado a la hora del desayuno que  sería buena idea para consolidad el futuro enlace invitarla al evento que vería la luz en la mansión Woods. Y Thomas, muy a su pesar debió aceptarlo y fingir que sería una buena idea mientras intercambiaba la mirada con Arthur.

Y luego de que el mismo Arthur hubiese aceptado que sería buena idea, los padres de Thomas habían enviado  a alguien en busca de la jovencita y su criada para darle la noticia y se alistara para el viaje.

Un suspiro se escapó de sus labios cuando sin siquiera tocar una de las rosas hizo que esta se marchitara y fuera a dar al suelo de abono convertida en cenizas. Escuchar la voz de su prometida nunca era grato y menos aún si ello venía acompañado con un sonoro beso en sus mejillas. No quería besos de ella en las mejillas, quería los besos de Arthur solamente.

— Buenas tardes Jamia, no te vi, mis disculpas —se volteó disculpándose, tapando con un pie las cenizas negras sobre la tierra enrojecida. Una sonrisa se expandió en la cara de la joven y extendió una de sus manos enguantadas para recibir un casto beso sobre ellas.

— Te he dicho que no me gustan las formalidades Tommy, recuerda que nos vamos a casar en unos días —le guiñó un ojo parándose a su lado para admirar las rosas— ¿Qué le pasó a esta? —murmuró girando su vista a su prometido, con un tallo apuntando aun tallo solitario.

Luego sus ojos bajaron hasta la tierra, donde pudo ver aun las cenizas contrastando la superficie rojiza. Su sonrisa desapareció y en su lugar tomó un gesto desaprobatorio.

— Sabes que no me gusta que uses tu magia y tus poderes Thomas ¿Qué harías si eres descubierto? No quiero que mi futuro esposo termine en la hoguera por unos comentarios indiscretos—comentó haciendo un fingido puchero y refugiándose bajo uno de los delgados brazos del muchacho.

Thomas suspiró fuertemente, bajando los ojos pardos hasta las cenizas que comenzaban a esparcirse producto del viento, posó una de sus manos sobre los hombros de Jamia y apegó su cabeza a la de ella.

Maldito era el día en que decidió confesarle a Jamia, su única amiga que poseía esos extraños poderes desde que tenía memoria. Ella fue quien le inculcó el miedo a que fuese descubierto y era ella quien le reprendía cada vez que; producto de la ira se dejaba llevar y terminaba usándolos. No eran gran cosa, quizá algo de poder mental para mover objetos, hacer que algo ardiera con sólo mirarlo lo suficiente o acelerar el paso del tiempo con sus manos, como lo había hecho con la rosa de quien ya nada quedaba.

Jamia siempre había sido su pilar, su diario de vida, su mejor amiga. Con quien compartía todo y con quien mejor se llevaba. Pero desde que conoció a Arthur y supo que lo amaba, el enlace con ella se volvió un infierno y comenzó a ver su lado malvado.

Jamia era siempre cruel con los demás, era envidiosa y bastante mentirosa. Múltiples veces lo extorsionó bajo la amenaza de revelar su secreto y hacerlo terminar en la hoguera. Pero sobre todo, era controladora y egoísta. Y muy perspicaz.

— ¿Qué pasa Tommy? —murmuró después de un rato, desembarazándose del contacto y girándose a verlo a los ojos.

— No es nada Jamia, en serio —sonrió de lado, volteando luego la cabeza con la intensión de mantener sus ojos sobre las rosas. De no ser así Jamia descubriría su molestia.

— Bueno, te creeré —dijo seguido por una maniática risita que le erizó los vellos de los brazos— Y bueno dime ¿Para qué enviaste a tu mensajero hasta la casa de mis padres?

Metió las manos en sus bolsillos y comenzó a caminar en dirección a las begonias, Jamia le dio un último vistazo a las rosas  para luego empezar a seguirlo de cerca, sus ojos repasaban el perfil de su prometido, había algo más y lo descubriría.

— El asunto es que… Arthur, Arthur Woods dará una ceremonia en la mansión Woods con motivo de mi cumpleaños que es dentro de dos días y para felicitarnos por nuestra… unión —suspiró sin dejar de mirar las flores de hojas— Él y mis padres, bueno yo igual, creíamos que sería buena idea que fueras con nosotros ¿Qué te parece? Entenderé si no quieres…

— ¡Claro que sí Tommy! Me parece una excelente idea para hacer público —Thomas alzó las cejas ante eso ¿Aún más público?— Nuestro compromiso. Lo que no me gusta es que sea en la mansión Woods.

— ¿Qué hay de malo en ello? —Thomas tragó saliva, quitando la vista de las begonias y dedicándose a mirar el gesto amenazante de su prometida.

— No soy tonta Thomas. He visto como lo miras y como te mira él a ti —murmuró entre dientes, alzando las cejas casi hasta el nacimiento del cabello.

— Eso no tiene por qué importarte Jamia. Me voy a casar contigo, dentro de unas semanas ¿Acaso no te basta con eso? —escupió Thomas acercándose a ella y tomándola por la muñeca, podía sentir su aliento contra su cara.

— No, no me basta. Yo te amo Thomas y no permitiré que ames a alguien más. Tú serás mío y sólo mío ¿Entendiste? —ladeó la cabeza soltándose del agarre y usando la misma mano para acercarlo a si misma de la chaqueta— Ese hombre no deberá entrometerse ni nadie. Tendremos un matrimonio y luego una familia. Te verás obligado a amarme, Thomas Frost.

El avellana inspiró fuertemente y se limitó a mirarla con odio durante unos segundos antes de hablar.

— Jamás podrás lograr eso Jamia. Yo ya escogí a quien amar y no eres tú —dijo intentando zafarse del agarre.

— Pues tendrás que escoger de nuevo, porque si haces algo en contra de nuestro matrimonio me encargaré de difundir por todo Baltimore y el estado también que practicas la brujería. No durarás mucho y él tampoco cuando difunda el secreto de que son unos sucios sodomitas —arqueó una ceja, escaneando lentamente el gesto nervioso de Thomas y sonriendo ampliamente cuando no recibió de respuesta nada más que un suspiro— En fin, será un placer ir como tu prometida a la mansión Woods —agregó luego de un rato besándole en los labios y caminando de vuelta a la casa.

Thomas se giró hacia las begonias, mordiéndose los labios para no replicar nada y dejando escapar algunas lágrimas de sus ojos. Una de sus manos se alzó y gran parte del jardín de begonias se convirtió en polvo.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora