Capítulo XVII

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Al llegar a casa se lanzó de inmediato a la cama y una vez tuvo la vista pegada en el techo, comenzó a desvestirse. Aun sentía los labios de Gerard sobre los suyos, la lentitud con que los movía y el fuerte olor a su masculino perfume. Luego de dejarlo en su casa, se había quedado un buen rato mirando hacia donde su estela se había esfumado. El auto seguía con su olor y su esencia, esencia que ahora, al saberse correspondido, jamás querría quitar.

Sonrío una vez más cuando estuvo sólo en ropa interior y sin pensar en nada más, cayó dormido.

El sol estaba en lo alto del cielo y la brisa primaveral le traía los aromas de los distintos tipos de flores cultivados por su madre hasta las fosas nasales, se acomodó el traje una vez más ante la vista aprensiva de su padre, que golpeaba suavemente el pie contra el suelo a la espera de la carroza que llegaría en cualquier momento con el nuevo cliente de la familia Frost.

Thomas repasó una vez más su suerte de libreto para cuando el anciano señor Woods llegara. Como hijo único de la familia tendría que saludarlo después de sus padres e invitarle a pasar a la casona para mostrarle las diferentes muestras de arte en la sala de estar, luego saldría a mostrarle los patios y los campos para posteriormente llevarlo de vuelta a casa y esperar pacientemente a que su padre hablara lo que tuviese que hablar con él y así acudir a la cena preparada por la ocasión, sólo su madre, su padre, él y el mítico señor Woods.

Al cabo de unos minutos una carroza negra azabache y decorados de madera brillante, se adentró por los terrenos de la mansión, era tirada por dos caballos negros y todas las cortinas que revelaban lo que dentro había, estaban corridas. El chofer se bajó y haciéndole una referencia a la familia, procedió a abrir la puerta de la carroza.

Thomas contuvo el aliento, esperando ver a un anciano hombre acarreado por el chofer y ayudado por un bastón, una cabeza calva y un vientre prominente. Pero cuando alzó la vista contra el sol para ver al ocupante de dicho transporte, no pudo creerlo.

El hombre que de ella se bajó, ignorando la mano tendida de su chofer, era quizá de unos 30 años, sus ojos eran claros más por la distancia no lograba identificar el color exacto de estos, llevaba el cabello negro recortado unos palmos arriba de los hombros, su sonrisa era enorme, dejando entrever sus dientes, tenía la nariz respingada hacia el cielo y su piel era blanca… si tenía la oportunidad intentaría tocar la piel de sus mejillas para ver si era suave como la imaginaba. Llevaba un traje completamente negro y unas botas de cuero, su cuerpo era delgado y quizá sobrepasaba por una cabeza a Thomas.

Los ojos de Anthony Frost no estaban tan maravillados como los de su esposa e hijo, en lugar de ello se veía espantado y buscaba inconscientemente a otra presencia dentro de la carroza, pero no había nadie más.

— Me presento —habló Woods, su voz era masculina pero suave a la vez, y Thomas pudo jurar que sus ojos estaban pegados sobre él— Mi nombre es Arthur Woods, es un placer.

Le sonrío enormemente a su interlocutor, más Anthony aun no terminaba de encajar en su asombro. Recibió la mano que se encontraba extendida frente a él y mirándolo con el ceño fruncido la sacudió.

— Me esperaba a alguien más… —dijo entre dientes, pero fue interrumpido por una risa de Arthur.

— ¿Más viejo? Suele suceder —sus ojos seguían sobre Thomas—  En cuanto saben de mi fortuna y los cientos de negocios en los que he formado parte, pero lamento decirle que sólo tengo 29 años. Desde muy joven he tenido que hacerme cargo de los negocios de la familia —explicó acariciando la mano que había sido atrapada entre las regordetas manos del señor Frost.

Lo siguiente fue una presentación formal con la familia y luego, como el plan principal lo había previsto, estaban solos por unas tres horas hasta que la cena diera comienzo. Thomas, ignorando el recorrido completo, se apresuró a guiarlo hasta uno de los árboles traseros con prisa, árbol que con el tiempo se convertiría en un celoso observador de cada uno de sus besos.

Una vez estuvieron ahí, Thomas se giró y pudo ver a Arthur admirando las ramas más altas del árbol.

— Lindo  árbol —sonrío, Thomas pudo ver ahora que sus ojos eran verdes, como dos esmeraldas y su sonrisa aun con sus pequeños e irregulares dientes era hermosa— ¿Es todo lo que tienes que mostrarme?

— Es lo más interesante —respondió apoyando su espalda en el grueso tronco de esta— Pero si quiere, podemos volver dentro y mostrarle como las criadas han ido decorando los rincones de la casa bajo las ordenes de mi madre.

Arthur se negó rotundamente y se sonrieron una vez más. Notó como el mayor acortaba la distancia entre ambos y apoyaba una de sus manos en el tronco, un poco más arriba que su hombro izquierdo, su rostro quedo a un poco distancia, dejándole ver su débil barba a medio crecer y ese aroma a madera fresca que tanto le encantaría luego.

No hubo necesidad de palabras ni de pedir permiso, las manos de Thomas se apoderaron de la camisa del mayor, acercándolo de esta manera hacia él para luego acariciar su suave mejilla y así llegar a su cabello, Arthur se apoderó del mentón del menor, acercándolo más a sus labios y profundizando así el beso luego del interminable roce de labios.

Ninguno cerró los ojos, estaban demasiado encantados mirando su reflejo en los ojos contrarios como para hacer tal cosa, pronto el aire comenzó a faltar y tuvieron que separarse, Thomas bajó la mirada, saboreando la esencia que Arthur había dejado en él. Éste por su parte, seguía ensimismado.

— ¿Quieres ir adentro? —murmuró Thomas mordiéndose los labios.

Desde el momento en que sus labios regresaron a ser de su propiedad, empezó a pensar en cómo se tocaría esa noche basando cada uno de sus recuerdos en ese beso.

— Claro —respondió Arthur, girándose para robarle un último y casto beso antes de regresar a la enorme mansión Frost.

Los ojos de Frank se abrieron enormemente y de inmediato se sentó en la cama para inspeccionar su alrededor, estaba en su cama y era Frank. Pero aun lo recordaba, la noche anterior había besado a Gerard. Con o sin alcohol, había besado a Gerard.

Y como si hubiese una especie de cámara en su habitación o como si Gerard tuviese una suerte de horario fisiológico de Frank, el celular comenzó a sonar. Era él.

— Buenos tardes bello durmiente —murmuró con voz ronca al otro lado del auricular, Frank sonrío

— ¿Resaca? —preguntó sonriente.

— Nada que una taza de café no cure —respondió— ¿En media hora donde siempre?

— Está bien —finiquitó, para luego escuchar una risa y el tono de marcado.

Aun con el olor de Arthur en sus fosas nasales, se dirigió a la ducha para luego dirigirse a desayunar con Gerard, sin importar que fuesen las tres de la tarde.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora