Capítulo XXVIII

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Un gran número de policías, ambulancias y bomberos se congregó en torno al auto volcado y al camión con pérdidas de gasolina. El hombre que conducía fue arrestado mientras que las unidades intentaban rescatar a toda costa a la mujer que yacía inconsciente dentro del automóvil.

Pasaron horas para cuando pudieron tenerla sobre una camilla camino al hospital de Newark, en Nueva Jersey. Algunas de sus pertenencias habían sido llevadas con ella, como su cartera, aquel extraño relicario y su teléfono celular.

En el camino una de las enfermeras comenzó a revisar el celular, buscando un número a quien contactar, no fue difícil sacar las conclusiones luego de ver el número que más se repetía en marcado inmediato.

Luego de tres timbres una voz pastosa contesto, quien afirmó conocer a Jamia Nestor y aseguró estar esperando en el hospital para cuando llegaran a él con la psiquiatra inconsciente.

En los suburbios de Nueva Jersey, Frank seguía recostado sobre su cama a pesar de que eran ya cerca de las seis de la tarde. Tenía una barba que comenzaba a emerger por sus poros, sintiéndose áspera al tacto y marcadas ojeras bajo sus ojos.

El teléfono sonó un par de veces antes de que accediera a contestar, una voz desconocida le habló del otro lado, diciéndole que Jamia estaba herida, se sorprendió al ver que lo llamaban a él para algo así, pero comprometiéndose a ir a verla de inmediato, se levantó.

Luego de una ducha rápida y de guardar algo de dinero en los bolsillos de sus jeans, bajó corriendo las escaleras hasta su automóvil.

Con un renovado aire sobre su rostro y la preocupación mordisqueándole las uñas, cruzó la ciudad hasta Newark, al menos ahora tenía algo que hacer.

— Vengo a ver a Jamia Nestor —le dijo sobresaltado a la mujer de Informaciones. Ella lo miró escéptico, con ese horroroso conjunto color azul marino y su barba a medio crecer, no tenía muy buen aspecto.

Girándose a su ordenador, comenzó a teclear y luego de una eternidad, le habló nuevamente — Piso 3, habitación 306.

Frank agradeció con un gesto de la cabeza y corrió hacia el ascensor, segundos después, estaba saliendo por las puertas dobles, buscando la habitación con la mirada. Un hombre de bata blanca estaba saliendo en aquel preciso instante de la habitación y se sobresaltó al verlo llegar de pronto.

— Soy… Frank Iero —le dijo sin más, el hombre asintió y con un gesto de la mano, le pidió ir a un lugar más privado.

A petición del doctor entraron a la habitación conjunta, y luego de cerciorarse de que era con Frank Iero con quien estaba hablando,  suspiró.

— Por ahora se encuentra estable, los calmantes la mantendrán dormida por un par de horas más, en cuanto despierte comenzaremos con la Morfina para hacerle más llevadero el dolor de sus heridas. ¿Usted es su novio?

Frank negó ¿Qué debía decirle? “Soy uno de sus cuantos pacientes psiquiátricos solamente” ¡No! 

— Soy… un amigo —contestó tallándose un ojo— ¿Ella estará bien?

El doctor hizo una mueca — Tenía un elevado nivel de alcohol en la sangre al momento del accidente, no lo había ingerido en las últimas 10 horas, por tanto ya no estaba solo en su torrente sanguíneo si no que esparcido por todo su cuerpo. Por esto y por la violenta colisión, tanto sus riñones como su hígado sufrieron daños irreparables.

— ¿Va a… morir? —fue como si un trozo de hielo decidiera asentarse sobre su estómago.

— Si no conseguimos un trasplante a tiempo… es posible que sí —una de sus manos se posó sobre su hombro, palmeándole un par de veces de manera fraternal— Con las diálisis correspondientes y una dieta estricta, es probable que sobreviva sin dificultad un mes o dos, pero el trasplante es fundamental para su total recuperación.

— Está bien —asintió Frank, cabizbajo— Hablaré con la familia y… por lo del trasplante y eso… ¿Puedo verla?

El hombre asintió una vez y con un gesto de sus manos, le pidió seguirlo nuevamente. Diciéndole que podía estar junto a ella sólo unos minutos, se marchó por el pasillo. Frank, quien había estado de cara a la puerta, se volteó.

Jamia se veía irreconocible, todas esas máquinas conectadas a su cuerpo le hacían ver vulnerable, aquellas vías venosas en sus antebrazos comenzaban a dejarle hematomas en su pálida piel, cada trozo visible de su cuerpo bajo la bata blanca tenía hematomas y heridas de diferentes tamaños y tonalidades, incluso su rostro estaba todo golpeado y el cabello lo tenía recogido en la cima de su cabeza.

— Jamia… —susurró acercándose a la cama, unas cuantas lágrimas empezaron a inundar sus ojos— Oh Dios… Jamia…

Lentamente rodeó la cama y acercó una pequeña silla a la altura de su torso, no sabía si sería cuerdo tocarla, quizá con todas sus heridas el hecho de darle la mano sólo le traería más problemas a su crítico estado.

Desistiendo en el intento de tomar su mano, las llevó a su propio rostro para enjugar sus lágrimas. Era obvio que le dolía el hecho de verla tan… mal, después de todo habían sido años abriendo su corazón ante esa mujer.

Algo sobre la mesita captó su atención, junto a su celular había un pequeño colgante color plateado, bastante gastado. Sus ojos estaban clavados sobre el pequeño objeto, necesitaba sentir su tacto para saber que era frío, parecía ser un imán para sus dedos. Y no podía evitarlo.

Desviando su mirada al rostro de Jamia, estiró su mano hasta el objeto, que luego descubrió, era un relicario, sus dedos se cerraron de inmediato en torno a él y su mente se alejó más rápido que la velocidad del sonido de ahí.

— Soy Jamia… mi padre dice que algún día nos casaremos… es un trato para unir a nuestras familias…

Parpadeó un par de veces, seguía sentando sobre la pequeña silla, una capa de sudor frío cubría su frente. Jamia seguía durmiendo apaciblemente.

Una carroza se aceraba por la enorme carretera de frente a la mansión, en su interior, venía el dueño de la otra mitad de su corazón, así lo sentía. En cámara lenta se detuvo frente a la entrada principal, sin la ayuda de nadie abrió la pequeña portezuela y un hombre de cabellos negros y rasgos finos apareció por ahí, sus ojos se encontraron con los del menos, ambos sonrieron cómplices

Nuevamente abrió los ojos, se sentía enfermo, su cabeza quería estallar.

 — ¡La boda será perfecta, Thomas! ¡Viviremos juntos por siempre! Thomas y Jamia Frost… se ve hermoso ¿No es cierto?

No podía ser posible… ¿Jamia era… realmente era…? La miró una vez más, seguía durmiendo en paz, sus ojos se cerraron una vez más.

— Este relicario es una muestra de mi amor hacia ti, una física… algo que demuestra que aunque no estemos juntos, nos seguiremos amando… Porque lo que nosotros tenemos es algo mucho más fuerte que un papel firmado… lo que tenemos es amor verdadero, la magia más fuerte que existe…

¡Gerard! Oh Dios, Gerard… se llevó ambas manos a la cabeza, tenía el cabello totalmente empapado. Sus dedos temblaban, todo frente a sus ojos se movía con rapidez.

Con paso torpe rodeó la cama nuevamente, aferrando el relicario entre sus dedos, necesitaba ver a Gerard, besarlo, abrazarlo, rogar por su perdón. Necesitaba estar con él ¿Cómo había podido dudarlo si eran el uno para el otro y lo sabía?

Cada minuto era un desperdicio, sólo con Gerard estaría tranquilo. En cuanto su mano derecha tocó el pomo de la puerta, un quejido se escuchó venir desde la cama. Frank se giró sobre sus talones, esos oscuros ojos lo miraban fijamente.

Los mismos ojos que habían fingido estar dormidos desde que él había entrado a la habitación.

— Jamia —susurró entre dientes, olvidando por unos segundos su cometido para regresar a su lugar junto a la cama. Olvidando todo cuidado, tomó una de sus manos y la aferró entre las suyas.

— F…rank… —murmuró ella desde su seca garganta, él besó su mano como respuesta y el gesto de ella descansó.

Quizá no lo había perdido del todo.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora