Capítulo XXIX

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Cuando Frank abrió los ojos nuevamente, fue porque el doctor tenía que tomarle otra serie de exámenes a Jamia. A juzgar por la luz que se filtraba por las persianas, ya era de día. ¿Es que se había quedado dormido desde la tarde del día anterior hasta entonces?

Se levantó de golpe y un nombre vino a su cabeza, junto con todos los recuerdos que había recuperado antes de dormir. Thomas Frost y Arthur Wood eran reales. Jamia era… Jamia era su prometida y quería separarlos… no podía seguir junto a Jamia, no más. Si lo hacía era posible que los separara nuevamente, como lo había hecho cientos de años atrás.

— ¿Desde hace cuánto retomó el conocimiento? —el doctor le preguntó a Frank, obligándolo a girarse nuevamente a la cama. Sus ojos se encontraron con los de Jamia, ella hizo el amago de una sonrisa, él quitó su mirada de inmediato.

— No lo sé… ayer cuando estaba por volver a casa, ella despertó y dijo mi nombre —le contó, bastante somnoliento todavía.

— ¿Cómo te sientes? —le preguntó a Jamia en un murmullo, ella simplemente asintió. El doctor comenzó a tocarle el torso por encima de la bata y sus ojos se abrieron enormemente— Estás completamente sudada y tu respiración… ¿Es que el oxígeno con los calmantes no es suficiente?

Jamia cerró los ojos, Frank hizo un gesto con la mano y salió de la habitación, su cabeza daba vueltas, le molestaba el contacto con las luces en el techo. Y aun así, lo único que quería saber, era como estaba Gerard. Lo extrañaba tanto…

Cuando llegó al ascensor se encendió una clase de alarma en el piso, una luz roja fuera de la habitación donde había pasado la noche se encendió y pronto, un par de enfermeras corriendo junto a un carro de paro pasaron corriendo a su lado en dirección a dicha habitación.

Frank parpadeó un par de veces ante las rápidas siluetas que casi lo empujan al piso y se subió al ascensor.

— Frank… —suspiró ella abriendo sus ojos levemente, él exhaló y tomó una de sus manos, aferrándola entre las propias.

— Aquí estoy —dijo intentando sonreír, más no podía. Eran tantas las cosas que ahora sabía, que simplemente no podía sonreírle a la mujer en la cama.

Luego de un rato ella volvió a dormirse y las ganas de ir hasta donde Gerard eran aún más latentes, pero no podía dejarla sola. Tomó su celular y marcó el número de su antiguo jefe en la firma de abogados, estaba apagado. Lo intento nuevamente más el resultado fue el mismo.

— Creo que solo… somos tu y yo —murmuró apoyando su cabeza sobre la cama, a un costado de la cintura de Jamia— ¿Tan malvada has sido en esta vida también que estás sola? Es raro… debería creerme loco al tener recuerdos de dos personas en mi cabeza, pero no es así… ¿Y sabes? Esta vez no nos vas a separar… vamos a estar juntos y tú te quedarás sola… eres mala Jamia —bostezó fuertemente, recordando que no había dormido casi nada la noche anterior. Cerró los ojos, sólo dormiría una media hora y luego iría a donde Gerard. 

Al poco rato de dormirse, Jamia abrió los ojos nuevamente y con una sonrisa maniaca en su rostro, se quitó la mascarilla de oxígeno y se la puso al muchacho a su lado, su respiración se hizo más apacible y una mueca de placer inundó su rostro. Mientras ella tuvo que morderse los labios para no jadear ante el dolor que ahora volvía a intensificarse, su corazón se aceleró notoriamente y su respiración se volvió superficial.

Dolía, dolía mucho. Pero al menos Frank dormiría con ella esa noche.

A los pocos minutos salió por la puerta principal del hospital y comenzó a caminar sin rumbo fijo, sabía que había estacionado cerca, más no tenía ánimos ni ganas de conducir. Parecía que hubiese consumido una maldita plantación de marihuana de lo ido que estaba.

deathless desire ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora