Capítulo diez.
Llegamos a casa sanos y salvos, sin duda, ya había pasado lo peor.
Ricardo y Trina no estaban así que me ahorre el cuestionario que nos harían a Rodrigo y a mí.
No puedo dormir y me frustra, si no puedo dormir las preguntas en mi cabeza estarán buscando respuestas, las cuales no tengo. ¿Por qué?, ¿Qué sabían ellos sobre mí? Nada. ¿Quién les da el derecho de meterse así conmigo? Nadie. ¿Por qué me hacen cosas estúpidas? No lo sé. ¿Qué saben de mi hermana? Tampoco lo sé. Pero había algo claro, querían deshacerse de mí, de eso estaba segura; tendría que ser ingenua para no darme cuenta que lo único que quieren es que salga de todo, porque pensaron que sería un blanco fácil, no lo soy.
Mentiría si digo que no tenía miedo cuando estamos en la carretera, porque lo tenía y estaba claro. De hecho, ni siquiera me acordaba que estaba hasta la cima de pura cerveza.
Daniel, él había tramado todo esto, me causaba mala espina; la forma en que me miraba era como si quisiera matarme ahí mismo, era una mirada llena de maldad y dolor, pero ¿dolor por qué? Entiendo que de alguna forma u otra seamos, por decirlo así, enemigos, tanto en el negocio como fuera de él; quería refundirme, eso se supone que tiene que ser ganando cosas que yo pierda, él las gana, me va a querer golpear, seguir peleando y ya, pero había más en sus intenciones. Hay algo que no logro reconocer. Entonces llegan esos mensajes, esos estúpidos mensajes que no entiendo, esos malditos mensajes que se podrían decir en persona y no por el móvil.
A las 4:00 a.m. sigo despierta e intentando, sin lograrlo, dormir. Se escucha la puerta de entrada, luego pasos, me pongo alerta.
Salto en la cama cuando alguien entra a la habitación, prenden la luz y es Ricardo.
—Me diste un susto. —menciono, sin aliento. Es extraño.
—Levántate. —truena los dedos y yo levanto mis cejas. —Hay trabajo. —sale del cuarto, sigo mirando la puerta con cara indignada, que se metan el trabajo por donde les quepa.
Con gran pereza me levanto, me vuelvo a cambiar y salgo del cuarto.
Esto es horrible, a veces pienso que hubiera pasado si mi madre no hubiera estado drogándose, a veces pienso si mi vida tenía otro destino. Pero esas cosas son estupideces de cuentos de hadas, cosas que no existen, que lo que estoy viviendo ahora es la realidad, punto se acabó.
Llegamos a un lugar lleno de almacenes. Para ser más clara es como, una carretera en medio, de un lado hay almacenes y del otro lado igual. Todo está oscuro, roto y abandonado. Excepto por esas luces que son como lámparas que van de un lugar a otro.
Bajamos del auto y caminamos unos metros.
—Tenemos que sacar la mercancía de ahí —Ricardo señala un almacén al otro lado de la calle. —Pero hay un problema. —ahora señala las luces blancas que van a todos lados por la carretera. —Atrás del almacén esta la agencia de policía y no podemos arriesgarnos a que nos reconozcan.
— No puede ser. —le digo. — ¿A quién carajos se le ocurre poner la mercancía en un jodido almacén que detrás de él está la agencia de policía? —hago un gesto con las dos manos hacia el otro lado de la carretera, hacia el almacén. — ¡Esto es ridículo!
—Lo sé, por eso, este asunto tiene que ser rápido, más rápido de lo que alguna vez hemos hecho. —Ricardo en estas situaciones es el jefe. Supongo. —Ahora si nosotros pudimos ro... — para de hablar y se queda mirando el almacén. Lo miramos desconcertados, dirijo mí vista al almacén y... ¡Rayos!
Cuatro personas, que deberíamos ser nosotros, salen del almacén con la mercancía; cargándola como si fuera lo más natural. Corren del lado contrario al que estamos, esquivando las luces blancas. Segundos después un auto sale a toda velocidad por la carretera principal.
— ¡Malditos sean! —les grita Trina.
—Pero, ¿no se suponía que esa era nuestra mercancía? —Rodrigo parece enojado.
— ¡Maldición! Vamos a estar muertos si no llevamos la mercancía —igual que ellos estoy desconcertada por tal situación. —Qué clase de broma es esta, ¿eh?
—Fueron los Segundos. —Ricardo parece natural. ¿Qué le pasa? El jefe nos va a joder.
— ¿Que vamos a hacer?
— ¿En serio lo preguntas Trina? ¿De verdad estas preguntando qué vamos a hacer? Aquí está la respuesta: No podemos hacer nada. Estamos jodidos y nos van a matar.
—Tranquila, no es mi culpa.
—Lo siento. —miro hacia otro lado, me siento en la banqueta. Agarro mi cabeza entre mis manos, siento ese, ya familiar dolor en la cabeza.
Estamos perdidos.
Estúpidamente perdidos.
El móvil suena, es un mensaje.
¿Cómo se llama tu amiga?
Oh, vamos ni siquiera necesito ver el remitente para saber quién es.
Malditos mensajes.
Además de todo, ¿Quién le dio mi número de teléfono? y ¿Qué amiga?
— ¡Elizabeth! —alzo la mirada del teléfono para mirar a Trina. —Nos mandaron a alguien.
— ¿Qué? —preguntó. — ¿Cómo que nos mandaron a alguien? Nunca nos mandan a nadie, con cuatro es suficiente.
—Sí, para ti sí. —mi mirada va hacia Rodrigo que es quien habla. —Pero para el jefe no.
—Además ya no es necesario, hemos perdido la mercancía. Son conscientes de eso ¿no? —reclamó, aun así, tal vez haya una salida.
Miro al frente, a la persona que nos mandaron.
No puedo creerlo, no, es imposible. Estoy alucinando. La cerveza todavía hace un extraño efecto en mí.
Puede que sea la oscuridad del lugar, sí, estoy deseando que sea eso porque si no es así, estoy volviéndome completamente loca, eso no es bueno, nada bueno.
Esto es imposible. Estoy delirando.
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Fugitiva
ActionTodo lo que necesitas saber es que los buenos se mantienen como buenos. Copyright - Todos los Derechos Reservados.