Capítulo diecinueve

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Capítulo diecinueve.

—Ayuda... —grite fuertemente, pero nadie me escuchaba. — ¡Basta! ¡Por favor, no! —lloraba sin parar, era consciente de que nadie me ayudaría, de que todos harían como si nada hubiera pasado.

—La pasaras bien. Lo prometo. —solloce entrecortado, esto era cruel y sentir su aliento en mi cuello era aún más cruel. ¿Por qué nadie me ayudaba?

— ¡Déjame! —le grite en la cara. — ¡Déjame! —mi voz es una súplica, él no se detiene, él sigue manoseando todo mi cuerpo. Esto se siente asqueroso.

—Cállate —me grita. Con un empujón hace que caiga al suelo, me alejo todo lo posible, pero se acerca. —Ira peor si no te callas así que lo recomendable es cerrar esa linda boca que tienes y disfrutar.

—No. —comienzo a patalear con todas mis fuerzas como si mi vida dependiera de ello. —Desgraciado —cierro los ojos con fuerza, doy manotazos y patadas, en una de esas consigo golpearlo en la nariz con el puño tan fuerte que hasta la mano hormiguea. Sangre comienza a salir de su nariz y yo me alejo.

—Ahora si maldita puta, he tenido suficiente. —grita exasperado. Agarra mis muñecas y las coloca arriba de mi cabeza mientras empieza hacer círculos con su cadera en la mía. —Te enseñaré a respetarme. —Cierro los ojos de nuevo, volteo mi cabeza a un lado y derramo una y un millón de lágrimas mientras le ruego, le suplico, le imploro que me deje ir, pero no lo hace. Muerdo mi brazo con fuerza para deshacer las imágenes que vienen a mi cabeza y así lo hago durante cada noche cuando él, un policía federal viene a aprovecharse de mí. Ya no tenía escapatoria.

Me hacía sentir débil, sucia, inútil.

-

Abro los ojos, mi respiración es acelerada, los latidos de mi corazón se sienten fuertes y la sangre pasa como agua por mis oídos.

Una pesadilla.

Eso ha sido. Nada más que una horrible pesadilla.

Siento húmeda la parte trasera de mi cuello y sé que es sudor. Consigo tranquilizar mi respiración ya pasados unos minutos y me tranquilizo. Tengo que superar esto, no puedo convertir el pasado en mi presente, no puedo seguir pensando en esto, tengo que dejarlo atrás.

Escucho el timbre de la puerta principal y como sé que nadie va a levantarse a abrir me levanto yo.

— ¡Ya voy! —le grito a quien sea que este del otro lado. Aun así, continúa insistiendo. Abro la puerta y me llevo la grata sorpresa de quien es la persona insistente. — ¿Qué quieres?

—Hay trabajo. El jefe los quiere ver en cinco horas en el almacén.

—Britany, ¿Tan desesperada estas que tocas de esa forma?

—Yo solo...

—Ya olvídalo— interrumpo. —Nos vemos allá — cierro la puerta en sus narices y voy a la habitación de Ricardo. — Oye hombre, tienes que despertar. —él no se levanta solo se da la vuelta aun en la cama y se queda dormido de nuevo. — ¡Oye! — grito más fuerte, nada. Salgo del cuarto, voy a la cocina lleno un vaso de agua, regreso y se lo hecho encima. —Levántate. — se sienta recto en el colchón y me mira desconcertado.

— ¿Qué te pasa? —me encojo de hombros y salgo de su habitación. — Loca. — escucho que me grita, pero no le hago caso.

Estoy a punto de volver a tirarme en la cama cuando los recuerdos de la pesadilla que tuve hace menos de diez minutos me dejan helada. Rasco la parte de atrás de mi cuello signo de que estoy pensando en algo para detener esto. Trina ha dicho que vaya con un psicólogo y yo le he dicho que un psicólogo y una mierda, no voy ir a esas estúpidas consultas en donde hablas de algo de lo que realmente no quieres hablar.

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