Capítulo veintinueve

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Capítulo veintinueve.

Lo primero que hice al subir al auto fue abrir las bolsas por las que tanto peleaba Daniel.

Estaba equivocada. Otra vez volvía a estar equivocada.

Cierro los ojos y recargo mi cabeza en el respaldo del asiento. Espero que el jefe no se lo tome personal. Solo fue un error y no podemos volver a entrar otra vez. Además, ¿Cuál es el problema? Ah, sí, el problema era que él vendía mercancía, no dinero.

Las malditas bolsas traían dinero.

Hay movimiento en el auto, no digo nada solo pongo las bolsas en mi regazo y a mis pies y cierro los ojos.

—Elizabeth yo... —empieza Rodrigo, pero le corto.

—No ahora. Hablaremos de esto después. —digo.

— ¿Lo prometes? —algo hace clic en mi cabeza algo que me dice que lo que él quiere va en serio, pero solo me limito a cerrar los ojos y contestarle.

—Lo prometo. —el arranca el vehículo a toda velocidad y salimos de ahí directo al almacén.

-

—No fue nuestra culpa. —hablo totalmente serena.

— Claro que lo fue. Últimamente están haciendo las cosas mal. —nos grita el jefe.

—Entonces hágalo usted. —se apresura a decir Trina.

— No, por algo están ustedes. Y quítate esa gorra, Elizabeth.

— Se me ve bien, ¿a qué sí? —le guiño un ojo lo que causa que se enoje más.

—Bien. —vuelve a gritar.

—Ya lo sabía yo. —me mofo de su enojo. Todos en la habitación exceptuando al jefe comienzan a reír.

— Lo que quiero decir es que esa gorra se te ve horrible y que mañana harán doble trabajo para recaudar lo que hicieron hoy. Ahora váyanse.

Salgo bufando totalmente indignada del almacén. No podía simplemente echarnos. Pero, ¿quién era yo para hablar? En todo caso él se creía superior a mí, superior a nosotros, alguien quien tenía todo el poder y nosotros no.

Por un momento me olvide de la herida de bala en mi hombro, pero fue eso, solo un momento porque cuando íbamos en el auto comienzo a gritar escandalizada por dolor.

— ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —pregunta Rodrigo. — ¿Quieres que me detenga?

—No, no. Solo ve directo a casa. —hablo entre jadeos.

—Tenemos que ir a dejar a Daniela. —se burla Ricardo.

—¿Sabes? Me vale una millonésima parte de nada si tenemos que ir a dejarla o no. Ve a dejarla tú y cuando regreses piensa en todas las estupideces que estás diciendo.

—Elizabeth. —me advierte Trina.

— ¿Qué? ¿Cuál es el problema?

—No quiero enojarme contigo, Elizabeth. —habla seria.

—No me importa. Les he dicho ya que estoy cansada de ustedes y no voy a dejar de repetirlo así que téngalo presente. —aprieto los ojos cerrados con fuerza y muerdo mi labio inferior hasta sentir la sangre corriendo por mi barbilla.

—Te estás haciendo daño —afirma Rodrigo. Miro el espejo retrovisor y no es hasta ese momento que me percato que he dejado callados a Trina y Ricardo.

Llegamos al edificio y salgo a toda velocidad del coche. Subo las escaleras de dos en dos importándome menos que mi sangre salpique por los peldaños. Como no puedo abrir la puerta tengo que esperar a Rodrigo que me abre amablemente la puerta del departamento. Corro al baño y lanzo un grito frustrado porque el dolor se incrementa.

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