Capítulo diecisiete

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Capítulo diecisiete.

Tres meses después.

Las cosas siguen igual.

He tenido que esconderme más de lo normal en estos tiempos, mi estúpida fotografía está en todos lados y los locos de Ricardo y Trina me obligan a usar gorras y suéteres para que "mi identidad no se descubra", como si eso fuese posible.

Hoy no es un día tan malo como los otros.

Hoy es el día. Hoy ha llegado el momento.

Todos creyeron que la chica vengativa quedo atrás, quedo en el pasado. Pero están muy equivocados y lo van a descubrir.

—Elizabeth, pásame esos papeles y deja de estar mirando a la nada. — Como molestan. Tomo los papeles que están enfrente de la mesa, doy la vuelta y se los aviento en la cara a Rodrigo.

— ¡Oye! Estaban acomodados por fechas. Recógelos. — me grita.

— ¿Que los recoja? — lo miró fijamente y él hace lo mismo. Parecemos dos vaqueros a punto de desenfundar sus armas, que ridículos nos vemos. — ¿Estás diciéndome a mí...? — hago énfasis en la última palabra y me señalo —¿...que recoja esos papeles? — le pregunto incrédula. Tenemos viviendo mucho tiempo juntos y aún no ha aprendido que yo no hago lo que me mandan. ¿Es que está jugando o qué?

—Sí, te estoy diciendo que los recojas.

—No. — me niego.

—Hazlo, Elizabeth. Recoge los papeles.

—No puedo creerlo. — digo exasperada. — ¿En serio? ¿Me estas pidiendo que recoja esos papeles?

—Ha menos que estés sorda, sí. — maldito, parece niño pequeño, como yo. Doy media vuelta y me siento en el sillón, miro a la nada de nuevo. Ni loca voy a recoger esos papeles.

Nunca he utilizado, ni siquiera se ha dado la oportunidad de que yo tenga una pistola en mi mano y es que no es porque no quiera sino porque no me la dejan utilizar. Dicen que soy más peligrosa con ella que no teniéndola. Siempre mi arma de defensa han sido los cuchillos o mis propios puños, pero nada de armas totalmente mortales y el hecho de que vaya a utilizar una hoy no me pone nerviosa, tampoco ansiosa, solo estoy normal, como siempre, viendo pasar mi vida por enfrente y no haciendo nada.

Una vez, hace mucho tiempo, jure venganza: a todos aquellos que se burlaron de mí, a todos aquellos que me creyeron inferior, que no se apiadaron de mi ni porque era menor de edad y ha llegado la hora de pagar, todos y cada uno de ellos.

Necesito agua, me levanto del sillón y cuando voy directo a la cocina descubro que los papeles siguen tirados. No me importa.

— ¿Quién tiro estos papeles? —aquí va la señorita perfecta a molestar.

—Fue — interrumpo el trago que le estaba dando a mi vaso de agua y grito para que me escuche: —Rodrigo

—Fue Elizabeth, ella siempre está tirando cosas y nunca las levanta

— Cállate. — le grito.

— Elizabeth, ven aquí y levanta esto. — No, eso sí que no.

Voy directo a la sala y me planto frente a ella.

—Levántalos tú. — sentencio, no pueden estar comportándose como unos niños solo porque les tire unos papeles a la cara. Por cierto, ¿Que son esos papeles?

Me mira impasible y sé que saldrá ganando, todavía no me olvido de que estoy enojada con ella, aunque ya hayan pasado tres meses, pero ¿Y eso qué?

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